—¡Emgrukir! ¡Jokop Egr’u Mue’tui! —Exclamó el hombre de piel oscura tras abrirse la mano con una daga, mostrándome como la sangre corría por su piel, manchando sus ropas. Su voz fue apenas un susurro.
—¡Emgrukir! ¡Jokop Egr’u Mue’tui! —Corroboró el segundo hombre repitiendo los mismos pasos que el anterior. Dejándome aún más confundida.
Ambos se acercaron a la mesa y uno a uno, exprimieron sus manos dejando caer su sangre sobre la jarra que anteriormente el hombre de piel oscura había depositado sobre ella. Lo que para mí entender lucía como un ritual sacado de una secta.
—Muc’hai — Exclamó el hombre de piel oscura, ofreciéndome la jarra en la que acababan de verter su sangre.
Sus ojos estaban posados en mi, abiertos de par en par y eran tan grandes para su cara. Que me dio la impresión de que en cualquier momento saltarían de ella. Entre tanto, el hombre de piel dorada se había quedado unos pasos atrás cerca de la puerta mientras yo estaba sentada, arrinconada a la pared con las rodillas pegadas a mi pecho, sujetando las sábanas que me envolvían. Suplicando en mis adentros que esos hombres no se aproximaran más.
—Muc’hai —repitió, acercándose con la jarra en sus manos hasta el punto en que ya estaba enfrente de mí.
“Vino” percibí al instante que el aroma afrutado llenó mis sentidos. Yo no era ajena a aquel olor, durante años el fragor del vino había complementado cada misa obligatoria que el Padre Hakiwgs había efectuado en la capilla del orfanato. Y por el aroma que este desprendía era fuerte, tan fuerte que su esencia sobresalía por encima del olor del romero.
“Quiere que beba” ¿Pero por qué? No lograba descifrarlo, en sus rostros no había más que una mirada. Mis únicas conjeturas era que se trataba de algún tipo de ritual o que quizás el vino podría estar envenenado y de eso iba todo. ¿Pero por qué se tomarían la molestia de verter su sangre en él? Hacía tiempo que las cosas habían dejado de tener sentido. Pero ya esto era demasiado.
Con un gesto débil y casi lastimero aparté la jarra de mi cara. Haciéndole saber que no quería beber aquello. Pero el hombre solo repitió la misma frase y volvió a poner la jarra frente a mí.—Mukko Vagti t’i lakliop, bafthiop hj’jj Emgrukir —Exclamó el hombre de la piel dorada.
—Hguio t’i Litklo —Le respondió el hombre de la piel oscura.
Y de un momento a otro comenzaron a hablar entre si, a la vez que sus voces empezaban a sonar nerviosas a medida que avanzaba su conversación y el miedo ya se hacía latente en ellas.
—Muc’hai —dijo nuevamente, acercando la jarra. En tanto el hombre de piel dorada se llevaba la mano a la empuñadura.
Temí más por lo que podría sucederme si osaba rechazar su ofrecimiento una vez más. Si era veneno lo que había en la jarra mi muerte sería más limpia que ser atravesada por sus espadas. Por lo que tomé la jarra con mis manos y me la llevé a los labios. La envergadura de la misma, era demasiado ancha, de manera que durante un instante perdí la vista de lo que tenía enfrente, dejándome ver solo el fondo de la jarra. El vino se deslizó por mi garganta disimulando por completo el sabor de la sangre. Haciéndome experimentar una sensación de calor que caló hasta mi estómago.
Y no fue hasta ese entonces que al descender la jarra, lo comprendí. Al ver cómo los ojos del hombre de piel oscura habían cambiado del miedo a la lascivia. Aquellos hombres no habían venido a matarme, tenían planes mucho peores.
En un abrir y cerrar de ojos me arrebató la jarra de las manos y tomó con violencia la mano donde yo tenía el corte. Mostrándosela al piel dorada a la vez que exclamaba unas palabras. Intenté soltarme de su agarre pero solo recibí un golpe del reverso de su mano y el sabor a sangre en la boca, me hizo saber que me había roto el labio.—No… No… —Dije, quitándome de arriba una de sus manos.
Pero de nada sirvió, volvió abofetearme y me agarró del pelo, arrastrándome hasta la mesa y inclinándome sobre ella. Pegando mi cabeza a la madera, mientras removía las sábanas para entrar en mí.
—No… por favor… no… —grité, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas. Aun no podía creer lo que estaba sucediendo. Todo había cambiado en un segundo.
“La pluma”
Extraje la pluma de plata que tenía escondida cerca de mis pechos entre las sábanas. Me giré bruscamente liberándome de la mano que me sujetaba la cabeza y logré apuñalarle bajo las costillas, con un movimiento de revés.
El hombre de piel oscura dio unos pasos atrás, maldiciendo en aquella demoníaca lengua, mientras se examinaba la herida e intentaba removerse la pluma. Entre tanto yo corrí por la habitación hasta llegar al otro lado de la enorme mesa, poniendo una barrera entre ellos y yo. ¿Que más podía hacer? No tenía a dónde huir.—¡Furtyia!¡Yjiop Fa’aa Mue’tui!¡ Rcjui’tt jki… —Exclamó el hombre de la piel dorada, pero fue interrumpido cuando el brillo de una hoja metálica le atravesó el cuello, desgarrándole la piel hasta dejar a la vista los tendones y el cartílago. Cayendo de rodillas a espaldas del hombre del velo.
“Ha vuelto” un haz de alivio brotó en mi interior al ver cómo su espada refulgía en destellos azulados a la luz de los candelabros.
—Hujop’tk t’i vcuert’ll —Vociferó el hombre de piel oscura, arrancándose la pluma de las costillas y desenvainando su acero.
Y como si de una danza se tratara se acercaron el uno al otro. El piel oscura le sacaba más de dos palmos de tamaño y anchura al hombre del velo. Lo que me hizo temer por el desenlace de la situación. Si el hombre del velo caía ante el hombre de piel oscura, la siguiente sería yo.
Y al ver como el piel oscura lanzaba un tajo a la cabeza del hombre del velo, un escalofrío me recorrió el cuerpo haciéndome sentir como suspendida en el espacio. Pero para mi asombro, el hombre del velo se deslizó bajo él rajándolo desde la entrepierna hasta el ombligo. Llevándolo a doblarse de dolor. Para luego, lanzar un tajo a su espalda y otro a su cuello, acabando con su vida en un instante.
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La Basílica del Placer
General Fiction¿Que harías si un día despiertas en el año 3000 A.C.?¿ Qué harías si el lugar donde despiertas es una basílica del placer? Donde los apetitos de los hombres más ricos son saciados hasta la plenitud. Pues esa es la historia de Samantha Vergin, una jo...