Capitulo II: La luz bajo la puerta

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No se cuanto tiempo a pasado desde que estoy encerrada en este maldito lugar. Es como si el tiempo se hubiera detenido. No sé si es de día o es de noche. Solo puedo ver oscuridad, da igual si abro o cierro mis ojos, solo hay oscuridad.
He deambulado por las paredes, contado una y otra vez los mismos pasos con la insana idea de que algo cambiase. He gritado y pateado la puerta. Pero nadie me oye, si es que, siquiera hay alguien para oírme. He llorado y gemido tanto que mi garganta me duele hasta más no poder.
Intento no perder la compostura, pero es hora de que me haga la pregunta que tanto he evitado.

¿Habré muerto?

De hecho es la pregunta que más me ha venido a la mente, después de: ¿Dónde diablos estoy? Y ¿Cómo e llegado aquí?. Preguntas a las que no e podido responder. Pero quizás halla muerto. Tal vez el autobús tuvo una especie de accidente en la carretera y acabó con mi vida mientras dormía.
Eso explicaría como he despertado en este lugar. Aunque nunca me imaginé el infierno de esta forma, digo el infierno porque si este es el cielo no quisiera ver cómo es el infierno. Pero debo admitir que la soledad y la oscuridad de este lugar asustan más que cualquier demonio de los que hablaba Sol Soraya en el orfanato.
Nunca e sido religiosa o al menos no desde que mis padres murieron. Recuerdo que desde muy pequeñita solíamos ir los tres juntos a la parroquia de Bermont. Pero todo eso fue antes de la enfermedad de mi madre, antes de que las facturas y las deudas médicas nos hicieran tener que dejar nuestra casa y mudarnos a Saint Jomes. A una casa más pequeña y un tanto destartalada. Recuerdo que tenía grietas en cada pared que por alguna razón me hacían temblar de miedo. Ya que creía que de ellas, saldrían alguna clase de monstruos si las miraba demasiado. Pero mi madre solía tranquilizarme, diciéndome que en aquellas grietas vivían pequeños duendes que cuidaban de nosotros. Incluso mi padre un día intentó cubrir la grietas pero yo corrí hacia él y le rogué que no lo hiciera. Porque si lo hacía, los duendes no podrían cuidar de nosotros. Mi padre se detuvo y me miró con una sonrisa. Por un momento, estuve tan contenta, creyendo que mientras los duendes estuvieran ahí nada malo podría pasar. Pero ni siquiera los duendes de las paredes pudieron protegernos de lo que vendría, ya que ese fue el último día que vi a mi madre caminar. Después de aquel día, nunca más volvió a levantarse de la cama.
Tras la muerte de mis padres, mi Fe murió con ellos. Aunque conservé el pequeño crucifijo que era de mi madre. Una fina y delicada cadena de oro antiguo de la que colgaba una cruz del mismo material. El mismo que Claire Smith se encargaría de tirar a la alcantarilla del monstruo sin nombre un año después. Lo cierto era que solo lo conservé por qué era el último recuerdo que tendría de ella.

-Tengo que parar con esto- me digo a mi misma un tanto enojada por estar pensado en semejantes tonterías.- No existe el cielo o el infierno. No existe Dios. Solo personas y coincidencias.

Tal vez halla sido eso: "personas", tal vez halla sido un secuestro. ¿Pero cómo? Estaba bastante segura que si hubiese sido secuestrada tendría que recordar algo, al menos un flashback. Pero por más que intento recordar no hay nada, solo el autobús y Beth durmiendo a mi lado. ¿Además por que alguien querría secuestrarme a mi?. No soy nadie. Aunque Jenna y Fred, mis padres adoptivos del último año tienen dinero, no son ricos. Por lo que me lleva a preguntarme si pagarían por mí. ¿Si hubiese sido secuestrada pagarían ellos por mi?. Me gustaría pensar que si, pero es mejor no ilusionarse con cosas que no dependen de mí.
Aunque siendo sincera, los hecho de menos, a ellos y al pequeño Timmy, mi nuevo hermano pequeño. Desde que mis padres murieron e estado saliendo y entrando del orfanato. Las primeras veces ardía en deseos de conocer a nuevas personas, de sentirme en familia y de sentir que alguien me quería. Pero siempre acababan devolviéndome al orfanato como una ropa vieja de la que te deshaces cuando ya no la quieres. Por lo que aprendí a no esperar nada más de nadie, a no esperar nada más que no dependiera de mí.

"Somos juguetes rotos para ellos, nadie nunca nos va a querer... Solo nos tendremos a nosotras": me dijo Mary Hood sosteniendo mis manos mientras yo sollozaba aquel día. Por ese entonces era la tercera vez que una familia me devolvía al orfanato.

Lugares donde predominaban las historias sombrías. Pero ninguna era más triste que la de Mary Hood, ella era tres años mayor que yo y tal vez la chica más hermosa que he visto. Ambas compartíamos pesadillas y terrores nocturnos que nos hacían gritar en sueños. Pero al contrario de mi, sus terrores iban mucho más allá de los sueños, siendo tan vívidos que desgarraban el alma de quien los oyera.
Según se, Mary nunca conoció a sus padres, tan pronto sus ojos se abrieron en este mundo, ella fue dada en adopción. Y no pasó mucho tiempo hasta que lo que parecía ser la pareja perfecta se interesara por ella. Pero aquello fue lo peor que le podría pasar. Esos padres amorosos que le habían prometido resultaron ser unos seres de la peor calaña. Que violentaron y prostituyeron su cuerpecito a hombres y mujeres tan sádicos como repugnantes. La última vez que la vi, fue hace 4 años, la noche en la que escapó del orfanato. Vino a despedirse y prometió volver a por mí algún día. "Éramos hermanas de la vida", me decía. Pero nunca volvió. Al principio llamaba cada cierto tiempo para saber de mí, pero un día dejo de hacerlo y nunca más supe de ella. Hasta hace unos meses atrás que recibí una llamada en la noche, de nuestra antigua nodriza Carmen Velasco. Que llamaba para decirme que Mary Hood había muerto, que ella misma se había quitado la vida en un antro de mala muerte.

"Las heridas en la piel sanan, pero las heridas en el alma no siempre lo hacen": me dijo la nodriza Carmen Velasco aquella noche.

Mientras tanto vuelvo a la penumbra de mi lecho de madera. En la oscuridad todo se magnífica. La sed ya comienza a hacer estragos en mi y el hambre se ha vuelto una compañera. Estoy más allá de la desesperación. ¿Moriré aquí? En un lugar sin luz, sola, perdida en estas tinieblas de sombras. Lejos de todo lo que conozco. ¿Qué clase de mierda es está?. ¿Por qué?¿Por qué? Me pregunto una y otra vez.
Mis pies me dolían por lo tanto que había caminado descalza, intentando encontrar una salida que parecía no existir. Estaba sudada, maloliente y no quería ni imaginarme por un segundo que era aquella cosa que se discurría bajo mis pies.
Muy a mi pesar, intenté conciliar el sueño. Ya que aquello era todo lo que podía hacer en ese momento. Cuando al cabo de un tiempo, un resplandor llamó mi atención. Por debajo de la pesada puerta que me mantenía prisionera, un as de luz se deslizó de un lado a otro. Por un momento creí que era un sueño.

"Hay alguien al otro lado" pienso para mí. Al segundo, estallo en gritos y corro hacia la puerta. Dando tantos golpes como podían mis manos.

La luz regresó en un instante y creí oír algo al otro lado. Tal vez la voz de un hombre. Pero no estaba segura. Por lo que continué gritando tanto como pude. Pero al poco tiempo el pequeño refulgir de la luz en los bajos de la puerta, desapareció nuevamente, dejándome en la más absoluta oscuridad.
¿Qué había pasado?¿Por qué me habían dejado allí? Estaba segura que no lo había soñado. Había alguien más al otro lado de la puerta. O al menos lo hubo. Con todas las fuerzas que me quedaban, golpeé y pateé la puerta entre gritos. Hasta que un dolor punzante en las manos me hizo detenerme.
Consumida por la desesperación, me dejé caer de espaldas a la puerta hasta tocar el suelo. Ya no sabía que más hacer. Y allí permanecí en la oscuridad.
Tras un rato, sentí un estruendo que me hizo abrir los ojos. La enorme puerta a la que estaba recostada vibraba con cada impacto. Era el sonido del metal golpeando el metal. Un sonido que nunca olvidaré. Una vez más, la luz penetraba bajo las rendijas de la puerta. "¡Había vuelto! Fuera quién fuera había vuelto, no me dejarían allí "
Con presteza me eché a un lado, y en un abrir y cerrar de ojos, la pesada puerta abrió sus fauces en un largo chirrido. La luz de una antorcha iluminó la habitación, cegándome durante un instante. Mientras comencé a visualizar la silueta de un hombre.

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