Dos

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—No puedes verlo—la voz autoritaria pero comprensiva de su madre, lo detuvo a mitad del pasillo.

Thor la miró con recelo.

—¿Acaso son el único que lo escucha gritar?

Habían pasado ocho años desde que Thor se enteró que Loki no era su hermano de sangre.

Después de abandonar la habitación de Loki, había ido a enfrentar a Odín y a Frigga, quiénes al parecer ya lo estaban esperando con toda una fantástica historia armada. Su padre, le contó acerca de la batalla con los Jotunheim y cómo había encontrado a Loki en el interior del castillo, siendo del tamaño de un bebé Asgardiano y no de un Gigante. También, acerca de la batalla que libró internamente para saber qué hacer con él y cómo Frigga, lo había apoyado en la decisión de tomarlo como su hijo. No había muchos Gigantes de Hielo con vida y si Odín lo hubiese dejado ahí, esas criaturas lo habrían matado al no ser como ellos. Además, aún era el hijo de un rey muerto. No sabía cómo irían las cosas para Loki y no quiso arriesgarse a saberlo. 

Thor intentó hacerle ver todo eso a Loki, pero su hermano jamás volvió a ser el mismo. Sumado a eso, una vez al mes, Frigga desaparecía con Loki con una exactitud apabullante. Jamás le dijeron adónde iban y jamás lo llevaban con ellos. Él tampoco se aventuró a preguntar. Y cuando volvían, Loki se veía más delgado y más enfermo. Como si adonde sea que fuesen, solo lo torturaban haciéndole pasar hambres o grandes esfuerzos físicos. Su madre nunca le explicó y cuando por fin se decidió a preguntar a Loki, cambiaba el tema o le jugaba alguna que otra broma peligrosa.

Thor había respetado esa decisión, pero justamente ese día, Loki había sufrido un ataque como el de aquella vez en los jardines de Asgard. Entre sus sollozos, el ojiverde había dicho “Llegó antes, llegó antes”.

—¿Qué es lo que llegó antes?—preguntó Thor desesperado y Loki respondió:

—El maldito celo.

Y antes de poder sonsacarle más información, Frigga llegó con el séquito de sanadores y se lo llevó. Y con él, ese extraño y desconocido aroma que a veces lo atormentaba en sus sueños.

Por eso ahora, Thor estaba decidido a recibir información. Ya no era un chiquillo. Estaba a punto de cumplir la mayoría de edad y había salido victorioso en todas las batallas en las que había peleado en nombre de Odín. Incluso había obtenido a Mjölnir. Tenía el derecho... No. Se había ganado el derecho de saber. Y su madre era la más indicada para ponerlo al tanto de la situación.

—¿Qué pasa con él?—volvió a preguntar ante el silencio de Frigga.

Frigga comenzó a caminar lejos de la habitación de Loki. Thor suspiró frustrado y la siguió. Si quería obtener información, debería alejarse de ese sitio. Era lo que su madre quería y si él también quería conseguir lo que había ido a buscar, tenía que seguirle el juego.

—Como ya sabes, Loki es un Jotunheim—comentó la mujer, como si realmente Thor no supiera ya ese dato—. Y entre su raza solía haber un caso entre miles, quizás entre millones, de personas que eran especiales.

El tono en el que Frigga dijo “especiales”, le hacía entender que no era normal. Ni siquiera para un Gigante de Hielo. Ya de primera instancia, Loki había resultado ser alguien diferente a cualquier Asgardiano, pero ser diferente a un Gigante de Hielo, era incluso más sorprendente. Pero él quería un dato de esa explicación con más urgencia que lo demás.

—Él dijo algo de un celo—se apresuró a interrumpirla.

Frigga lo miró reprobatoriamente y Thor apartó la mirada murmurando un “Lo siento”.

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