Capítulo 3

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Julia

—¿Qué haces aquí? – Me desconcerté

—Vine a buscarte.

—Se supone que estabas con Axel.

—Estás helada. – El tacto que sus manos le proporcionaron a mi rostro despertó una vibración espontánea.

El calor de su abrigo me cubrió la espalda y los brazos. El temblor de mis extremidades había cesado pero la tos seca de mi garganta persistía.

Montamos el vehículo en silencio y emprendimos marcha.

—¿Por qué no me llamaste?

—No quería molestarte. – Me encojo de hombros.

—No me molestas, Julia.

La sonrisa que se asomaba en mi boca se esfumó a la vez que las contracciones de mi garganta regresaban.

Rush me extiende una botella de plástico, la recibo e ingiero el contenido líquido y transparente de ella.

—Te pescaste un resfriado.

—Estoy bien.

Aproveché su distracción con el fin de pormenorizar su fisionomía.

Tanto su mandíbula como sus clavículas estaban evidentemente marcadas, sus cejas pobladas hacían una perfecta sincronía con sus ojos, su boca tenía la particularidad de ser adornada con dos pequeños hoyuelos que se manifestaban cuando sonreía.

La sublimidad masculina que destilaba era seductora.

La disputa en la senda se arremolinaba incesantemente en un rumeo constante y me incentivó a hacer acopio del ímpetu que no tenía.

—¿Estás molesto por lo de la cafetería?

El motor del coche se apagó frente a la residencia antes de que Rush pudiese formular alguna respuesta.

Escruté la edificación asentada en nuestro bloque. Las paredes Beis y blanco le daban un aspecto elegante y acogedor.

Descarrié mi vista del domicilio a los ojos enclavados en el volante.

—No me esperes despierta.

Quitó el seguro de la puerta y me apresuré a descender del vehículo.

Su silencio suscitaba un profundo sentimiento de culpabilidad en mi persona.

¿Él lo habrá sentido alguna vez?

—Gracias por recogerme – Me limito a agradecerle.

Rodeo el automóvil y penetro las paredes de la residencia.

Lydia aguardó en el recibidor hasta que mi ingreso desató el sofocante interrogatorio al que me sometió.

—¿Llamaste a Rush? – Fue lo único que le pregunté.

—Te dije que no iba a dejar que te fueras a pie.

Bufé por lo bajo en tanto gobernaba un silencio acogedor.

Sorbí del café acibarado que preparamos para cenar. La mujer que tengo en frente revuelve el contenido de su taza con la cuchara en un gesto tedioso.

—¿Hay algo que quieras contarme?

—No es nada.

—Ajá. – Tuerzo los ojos – Desembucha.

—Me apetece irme de velada con los chicos. – Su impulso repentino detiene mi ingestión.

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