Capítulo 8

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 Capítulo 8

 Rush

Las maniobras de Axel sobre el volante nos arrimaron de regreso en la Residencia.

El dolor palpitante que asediaba en mi cabeza era agonizante. Caigo de rodillas y comienzo a hiperventilar, mis pulmones no reciben oxígeno y desvanezco en los brazos de mi mejor amigo.

—¡¿Qué hago?! – Se desespera.

Dejo escapar las arcadas que llevo reteniendo en el camino y me arrastro hasta alcanzar el sanitario que tengo a mi alcance. Expulso el contenido que trasegué desmesuradamente, mi estómago emite punzadas que intensifican mi malestar.

Invierto las fuerzas que me sobran para apoltronarme en el sillón, mis ojos focalizan a la figura femenina que sostiene una tabla de comprimidos que extrae y localiza sobre mi lengua. Destapa una botella de plástico y me hace beber de su contenido.

—¿Qué ha pasado? – Julia se dirige a mi mejor amigo en una interrogación amonestadora.

—Éste que se quiere hacer pasar como pozo sin fondo. – Se queja de brazos cruzados.

—Agradece que Lydia tiene el sueño muy pesado.

Con ayuda, asciendo los escalones que me llevan al segundo piso, me dejo caer sobre la cama de mi habitación y me zambullo en mi propio sosiego.

—Dejémoslo descansar. – Axel es quién se marcha primero

—No – Destino mis pocos esfuerzos en rodear su muñeca – Quédate conmigo.

Fue únicamente en ese pequeño instante en el que, por primera vez, sincronizaba con ella sólo para contagiarme de su angustia.

Es inexplicable la complacencia que despierta la reciprocidad de emociones que engloba a dos personas.

Entorno los ojos para asegurarme de que aún se encuentra en la habitación.

—Julia. – Responde a mi llamado con el giro de su cabeza.

—¿Sí?

—Aún te quiero.

Mis palabras, para cualquiera que lo oyese como espectador, parecieran bañadas de hipocresía y fragilidad, pero no hallaba ni una jodida pisca de mentira en aquella frase.

La relación me suponía un peso mental asfixiante. Con cada decisión que tomase, percibía una consecuencia negativa. Combatía contra el curso de un raudal que me hundía en una oscura profundidad.

Ni las peores desdichas son justificables cuando desfogas la ira en quién no lo merece. Tus heridas no tienen la potestad de crear grietas sobre los demás.

Julia.

¿Qué hice con lo nuestro?

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