Capítulo 4

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Julia

La inmensa cantidad de tumbos sobre mi cama me ocasionaron mareos incesantes. 

Me integré en el borde de la misma, un repentino mador invadió el nacimiento de mi cabello y los bordes frontales de mi faz.

Me encarrilé hasta atravesar el umbral de mi puerta, recorrer la gran extensión del corredizo y frenarme en la suya. Una opacidad intimidante se asomaba por aquel cuarto.

Pude visualizarlo, tenía una camiseta negra ajustada a su espalda, su torso estaba cubierto por las sábanas lisas y opacas tendidas en el colchón.

Traspasé el marco de su puerta y de puntillas me conduje a la plaza vacía.

Dejé de respirar en el periquete que lo despabiló del sopor.

—¿Qué haces aquí? – La aspereza de su voz me deja turbada – Son las tres de la mañana.

—No puedo dormir.

Deja escapar una exhalación profunda y aparta las sábanas del espacio libre. Se queda en silencio, me da la espalda y retoma su descanso. Me reservo los comentarios despectivos que me apetece desatar y remedo su accionar.

La suavidad y el espesor de su melena sin engominar suavizaba el rigor impuesto por mí misma a la hora de mantener distancia entre nosotros. La sonoridad de su plácida respiración desató el cafuné que impulsó a mis dedos a recorrer el grosor de su pelo azabache.

Sin percatarme del tiempo en el que permanecí en la misma posición, me abismé en un sueño profundo.

•♡•

El alboreo instalado en el cielo estimuló a mi cuerpo a despegarse de la cama.

Mis pies se deslizaron sobre la tersura de los escalones hasta arrimarse en la barandilla anexada con las escaleras.

El semblante aprensivo que ornamentaban sus rasgos faciales retuvo mi descenso.

—Este proyecto es crucial para el parcial, Axel. El material que solicitaron para llevarlo a cabo es muy costoso. No puedo permitírmelos este mes, tuve que cubrir otros gastos más importantes. – Se quejó el pelinegro avinagrado.

—Podemos solucionarlo, no te preocupes.

—Mi promedio está en riesgo, joder.

Viré en dirección opuesta, la contingencia de que pudiese faltar a su profesión suscitó un temor quejumbroso y extraño.

Atravesé la extensión de los corredores para arribar la recámara de la mozuela dormitada.

—Lydia, despierta. – Arreo sus hombros

—Déjame dormir. – Se removió en las sábanas

—Levántate, iremos de compras.

El manifiesto la incitó a enderezarse de la cama y ataviarse con los atuendos de su clóset.

—Necesito que me hagas un favor. – Le ordené.

—¿Qué favor?

—¿Puedes distraer a Rush para alcanzar su maletín?

La expresión pavorida se veía plasmada en su aspecto. La mujer se hizo cruces en lo que procesaba la resolución arbitraria que presenté.

—¿Te volviste loca? Si llegas a tocar su portafolios, te matará.  Nos matará a ambas.

Él es demasiado quisquilloso cuando se trata de sus proyectos.

—Tengo buenas razones para hacerlo. - Argumenté

—No puedo creer que te apoye en esto.

—Ni yo.

Posterior a mi insistencia, Lydia cedió a ayudarme. Me percaté de su despiste para extraer el cartapacio del maletín y ocultarlo en mi bolso.

Emití un carraspeo que llamó la atención de los demás.

—¡Nos vemos luego! – Lydia se aferra a mi antebrazo y me propulsa hacia la salida.

—¿A dónde van? – Axel interviene

—Al centro comercial.

—¿Quién las llevará?

De mi bolsillo extraigo las llaves que giran sobre mis dedos y enuncio con superioridad.

•♡•

En el curso de nuestro viaje el rezongo embutido de preguntas inició mi conteo regresivo a cosechar mi tolerancia a su actitud represiva.

—¿No fue suficiente intervenir con su proyecto que te apoderas de su coche? – Me amonesta por septuagésima vez.

—Tengo todo bajo control. – Procuré conservar la persuasión de mi respuesta.

—¿Cómo sabes que este plan suicida tendrá éxito?

—Sólo lo sé.

—Si de por sí su temperamento es impredecible, no quiero proyectarme su reacción cuando se entere.

Torcí los ojos y supliqué tolerancia a la deidad que habitaba en el cielo.

Llegadas a la biblioteca me propuse a rebuscar en la pluralidad de secciones conformadas con material universitario.

—Estás a tiempo de arrepentirte. – Me apercibe

—Sólo ayúdame con los libros.

Llevamos los libros hacia el mostrador y le extendí mi tarjeta al comerciante.

Retomamos nuestro trayecto a la biblioteca universitaria donde asistiría un viejo colega que me asesoraría en la composición del trabajo.

Me tomó más tiempo de lo estimado ultimar los detalles del proyecto.

Tras llegar a nuestra residencia, la desazón que destilaba Axel me inmutó a extender mi búsqueda al panorama de la habitación.

—¿Qué pasa? – Inquiero - ¿Dónde está Rush?

—Salió a ventilar su histeria. 

La corazonada que magulló mi tórax apuntaló el agarre de mi bolso

•♡•

El lunes nos había alcanzado en una brevedad.

La histeria de Rush había crecido desmesuradamente y simultáneamente la paciencia de los demás a disminuir.

Alcancé a la pareja que espectaba el episodio ansioso que atravesaba Rush. Contemplo presencialmente cada uno de sus movimientos, su cabello estaba totalmente desgreñado y alquitaraba irritación por los poros.

El primero en desatar la discusión se incorporó de su lugar.

—Rush, cálmate. – Axel soltó un suspiro hastiado.

— ¡¿Qué se supone que haré?! 

—Comportándote como una cría rabiosa no lograrás absolutamente nada. Por milésima vez, cálmate.

—¡¿Cómo quieres que me calme si mi promedio y reputación con el bucéfalo de Owen están en riesgo?!

—Esa patética rivalidad de egos que mantienen no les traerá beneficios. Ambos son igual de subnormales. – La reprenda de Lydia rota su cabeza en su dirección

—Ya es suficiente. – Detuve la disputa que entablaron.

Ninguno de los tres se turba a replicar y nos encarrilamos hacia la salida.

•♡•

En cuanto el motor del vehículo se instaló en el aparcamiento, me apeé con ligereza hasta alcanzar el ingreso principal del plantel.

—Definitivamente fue una mala idea cooperar con él. – Lydia se une a mi caminata.

—El trabajo es impecable, no hay de qué preocuparnos.

—¿Podrás tolerar su negativa?

—Lo entenderá. – Concluí.

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