Este extra transcurre paralelo al capítulo 12 de "La melodía de nuestros corazones. Clave de sol".
Este extra transcurre paralelo al capítulo 12 de "La melodía de nuestros corazones. Clave de sol".
Organizar una boda era un marronazo de la hostia. Las comedias románticas que adoraba ver en la televisión no reflejaban ni una quinta parte del trabajo que conllevaba preparar un evento de tales características. En dos días había hecho más llamadas que en el último año, y eso que era un enlace sencillo e íntimo. No quería ni pensar cómo sería en el caso contrario.
Sin embargo, debía reconocer que tenía sus ventajas esto de ayudar a la novia con los preparativos. Esta mañana, sin ir más lejos, me la había pasado entera probando tartas con su prometido Óscar mientras ella acudía, acompañada por su madre y su mejor amigo, a la prueba del vestido. Podía parecer una tontería, pero para mí, adicto al dulce y a las pelis de amor, había sido como cumplir un sueño. Uno que probablemente hiciese que mi nivel de azúcar en sangre estuviese disparado y que mi energía se mantuviese por las nubes hasta la semana siguiente, pero un sueño al fin y al cabo.
Tenía que apuntarme en un post-it el darle las gracias a River por haberse largado de escapadita romántica con Queen precisamente ahora y meterme en este lío, para que no se me olvidase. Tampoco es que me molestase echar una mano. De hecho, yo mismo me había ofrecido a ayudar a Lexi con la boda en ausencia de su mejor amiga. Pero había sido una decisión impulsada por el deseo de que a River le empezase a ir algo bien en su vida de una manera honesta y real más que por verdadero interés y solidaridad con la futura novia, con la que apenas había coincidido y cruzado un par de palabras. No iba a mentir, no era tan buena persona ni tal altruista. Quedar bien estaba genial, pero tampoco pretendía ser Teresa de Calcuta. Las cosas como eran.
Aunque, visto con perspectiva, toda esta experiencia a lo weadding planner me estaba ayudando a reconciliarme con mis musas. Ser artista era un poco jodido en algunas ocasiones. Sobre todo, cuando la fuente de tu inspiración se secaba y te veías obligado a buscar otra que te ayudase a tener alguna idea brillante con la que sorprender a tus lectores para no seguir chocando contra un muro de clichés sobreexplotados y tramas carentes de originalidad. Para que luego dijesen que ser escritor consistía únicamente en sentarse delante del ordenador y teclear sin descanso hasta no sentir la yema de los dedos. Me reía yo de esa gente. Seguro que esas personas jamás se habían pasado madrugadas enteras devanándose los sesos hasta hacer encajar a la perfección las cientos de ideas con las que tenías que convivir en tu cabeza hasta escupirlas sobre el papel. Ni tampoco tenían que hacer el esfuerzo de llegar a conocer tanto a una persona, o personaje en este caso, para llegar a saber cómo pensaría, que sentiría o de qué forma reaccionaría ante cualquier tipo de circunstancia. Eso sí era un buen ejercicio de introspección y no la meditación. Que no tenía nada en contra de ella, pero para mí no valía. Demasiado pausada. A mí el cuerpo y la mente me pedían acción y movimiento, ya fuese de pie o tumbado. Aunque prefería el ejercicio en posición horizontal, si tenía que ser honesto.
El camarero de la cafetería a la que solía ir con asiduidad cuando no me concentraba en casa para escribir me sonrió nada más poner un pie dentro del establecimiento. Me conocía de sobra. En cualquiera otra situación, ni siquiera tendría que acercarme a la barra a pedir. Me limitaría en ocupar mi mesa de siempre, junto a la cristalera, y él se encargaría de traerme mi café favorito y algo de comer. A veces, si me despistaba de la hora y me sumergía de lleno en la historia que estaba creando, se acercaba a reponer mi taza con más bebida y me traía otro dulce distinto. Cada día variaba. Podía presumir de haber probado toda la carta del local. Me tenían que hacer un carné VIP o algo así, porque me pasaba más horas aquí que en mi propia casa. Y que el camarero fuese guapo no tenía nada que ver. O no mucho. Lástima para mí que tuviese novia. Al menos, no se había escandalizado cuando le había entrado la primera vez ni había dejado de hablarme, como hacían otras personas con una mentalidad paleolítica y una masculinidad más frágil que un diente de león en plena ventisca; sino que estalló en carcajadas y me invitó al café de ese día. Es más, podía decir que con el paso del tiempo habíamos llegado a ser amigos. Cuando el local estaba desierto, a veces se sentaba conmigo. Él me hablaba de su vida y yo de mis historias. Era una buena terapia. Como la de tomarse una cervecita al sol con buena compañía. No había dinero que pudiese pagar esos momentos.
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La melodía de nuestros corazones. Escenas extra.
RomanceRecopilación de las escenas extra de la bilogía "La melodía de nuestros corazones".