Este extra transcurre tras los hechos de la primera parte del capítulo 4.3 de "La melodía de nuestros corazones. Clave de fa".
Había dejado a Queen batallando con el piano y con una libreta llena de pentagramas dibujados a mano, notas musicales y letras que para mí no tenían ningún sentido, pero que en ella conseguían que sus ojos volviesen a brillar con la fuerza de la más potente de las estrellas del universo.
Queen tenía ese algo especial que nadie era capaz de poner en palabras, pero que rozaba lo mágico. La perseverancia con la que perseguía todas y cada una de las ideas que se le ocurrían en esa pequeña cabecita de genio de la música que tenía era asombrosa. Conocía a actores con mayor reconocimiento que el que ella tenía (y no era poco) que no eran ni la mitad de disciplinados y trabajadores de lo que lo era Queen. A ella no le gustaban las cosas simples. No quería que le dieran una canción, cantarla y ya está. A ella le encantaba encerrarse durante horas, días, semanas o meses en el estudio y desangrarse por dentro. Vaciarse hasta plasmar en un papel todo lo que rondaba su mente y su corazón. Queen no era Queen sin su música y su caos dentro del orden y el control por el que regía toda su vida, y por eso yo la admiraba tanto. Porque no se rendía. Nunca. Siempre tenía una palabra de consuelo, una sonrisa o un gesto amable o cariñoso para darte. Siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás. Soñaba a lo grande aunque luego le diera miedo reconocerlo y necesitase un empujoncito para empezar a caminar. Pero, ah, cuando empezaba a moverse ya no había quien la frenase. Su sencillez, su honestidad, su forma de querer tan trasparente y pura... me recordaba demasiado a alguien de mi pasado que, por desgracia, ya no estaba a mi lado. Tal vez fuese la falta de sueño o la visita que teníamos en unas horas a la clínica oncológica pediátrica lo que me tenía tan sensible, pero me sentía... nostálgico. Sí, esa era una buena forma de expresarlo.
Nostalgia. Un sentimiento peligroso. Un arma de doble filo. Podía resultar bonita y arrancarte una sonrisa de las de verdad, pero también podía nublarte la vista e impedirte ver el presente. Podía hacerte huir del ahora y refugiarte en el ayer. Y eso no era sano. No puedes pretender arrancarle la costra a una vieja herida y esperar que no vuelva a abrirse. Eso nunca sale bien.
Cuando volví a la habitación, me encontré a Noah en la misma posición en la que lo había dejado minutos atrás: tumbado boca abajo, con los brazos cruzados por debajo de la almohada y en el medio y medio de toda la cama. Lo de este chico no era normal. Jamás había conocido a alguien con un culo tan inquieto como el suyo cuando dormía. No paraba de dar vueltas en toda la noche. Primero se acercaba, después empezaba a rodearte con las piernas y los brazos. Muchas veces, hasta se ponía encima y me aplastaba; otras, me empujaba para hacerse hueco y me echaba de la cama. Me relegaba a una esquinita en la que apenas podía coger tumbado de costado. Pero no me quejaba. No podía. Aprenderme los rasgos de Noah de memoria se había convertido en mi pasatiempo favorito para las noches de insomnio. Me encantaba observarle dormir. Me encantaba verle trastear en mi cocina intentando hacer algo comestible para desayunar o la forma en la que fruncía el ceño sin darse cuenta mientras movía los dedos a un ritmo frenético sobre el teclado del portátil cuando estaba escribiendo algo. Se abstraía de absolutamente todo. Daba igual lo que le preguntase, el ruido que hiciese o el volumen de la música que pusiese. Nada conseguía sacarlo del trance. Entraba en su burbuja y yo me quedaba embobado observándole desde cualquier rincón de la casa hasta que recordaba que tenía una lista infinita de cosas pendientes por hacer y me ponía con ellas.
No sabría decir en qué momento me había enamorado de él, pero lo había hecho. No entraba en mis planes y, aun así, había ocurrido. Tampoco me preocupé por evitarlo, para ser sincero. Ya había superado mi época de dudas e inseguridades. Había aprendido que no estaba mal sentir de forma libre, que no era algo que tuviese que esconder o por lo que debiese avergonzarme, sino todo lo contrario. Formaba parte de mí y debía enorgullecerme por ello. Por eso tampoco resistí el impulso de volver a meterme en la cama con él y abrazarle por la cintura. Necesitaba de su contacto y de la calidez que emanaba su piel para sentirme mejor.
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La melodía de nuestros corazones. Escenas extra.
RomanceRecopilación de las escenas extra de la bilogía "La melodía de nuestros corazones".