2.3 Noah

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Este extra tiene ocurre 2 días después de los hechos del capítulo 4.7 de "La melodía de nuestros corazones. Clave de fa".

Que las relaciones a distancia eran una mierda no era ninguna sorpresa. Querer tener a la persona que te gustaba cerca cuando estaba a cientos de kilómetros de distancia no era una dificultad. Era una putada. Fin de la discusión.

Un par de días con Lucca no eran suficientes para saciarme de él. Por una parte, quería quedarme más tiempo en Barcelona. Quería salir a pasear de su mano por los lugares más emblemáticos y bonitos de la ciudad por las mañanas, después de que llegase del gimnasio; siempre se levantaba a las ocho de la mañana para ir a hacer ejercicio mientras yo me quedaba con toda la cama para mí. Quería meterme en la cocina con él y preparar la cena, aunque la mayor parte del tiempo solo le entorpeciese. Quería sentarme en el sofá, a su lado, y jugar a las cartas; o ver una película y que me abrazase cuando rompiese a llorar; sí, era de los que lloraban hasta con los anuncios. Quería que nos duchásemos juntos, que nos quitásemos la ropa o que siguiésemos explorando nuestros cuerpos desnudos entre besos y caricias. Quería sus cosquillas aunque me pusiesen de mal humor. O reírme cuando se equivocaba de frase y no decía bien sus textos cuando repasaba.

Espe tenía razón, escribir podía escribir desde cualquier parte del mundo con conexión a Internet, y si no, para algo existían las libretas y los bolígrafos. Pero, por la otra, odiaba estar lejos de mi casa y de River. Me sentía dividido. No quería verme en la tesitura de tener que elegir entre dos personas importantes en mi vida porque me sentía mala persona por forzarme a renunciar a uno de los dos. Por más vueltas que le daba al asunto, no llegaba a ninguna conclusión coherente. No sabía cómo iba a funcionar. Tampoco podía pedirle a Lucca que renunciase a su vida y se trasladase a la capital. No quería poner todo el peso de esta relación sobre sus hombros. Bastante tenía con aguantar las gilipolleces que la prensa se inventaba sobre su vida. Eso sí que no lo iba a echar de menos. Resultaba agotador no tener privacidad fuera de su casa. Aunque, a su favor, debía admitir que lo gestionaba francamente bien. A Lucca no le importaba lo que pudiesen decir de él. Ya había superado esa fase. Solo se centraba en sí mismo; en lo que de verdad importaba. Y en lo que a mí respectaba, ¿qué podía decir? Guapo era un rato largo. Y en las fotos siempre salía bien. Lo que pudiesen o no inventar sobre mi vida me traía sin cuidado. No le debía explicaciones a nadie. Nunca las había dado y no iba a empezar a hacerlo ahora.

—¿En qué piensas? —Dejé de observar a través de la ventanilla para mirar a Lucca con curiosidad. Íbamos camino al aeropuerto. Mi vuelo de regreso a Madrid salía en poco menos de hora y media—. Llevas un buen rato con el ceño fruncido y poniendo muecas.

—Estaba pensando en que soy muy guapo.

Mi comentario le arrancó una carcajada. A mí su risa me hizo sonreír. Era casi automático.

—No te lo niego. Es verdad, eres muy guapo.

—Gracias, bombón. Tú tampoco estás nada mal.

Le guiñé un ojo y me incliné hacía su lado para dejar un beso en su mejilla. Lucca buscó mi mano y entrelazó nuestros dedos con suavidad.

Éramos los de siempre, pero el ambiente tenía un deje de tristeza que me hacía sentir incómodo. No me gustaban las despedidas. Las odiaba. En un primer momento había querido venir solo al aeropuerto para ahorrarnos este drama, pero Lucca no me lo había permitido. Y casi que lo agradecí. No quería separarme de él tan pronto. Era frustrante rozar con la yema de los dedos algo con lo que siempre habías soñado y tener que renunciar a ello a los pocos días.

—Siento no poder ofrecerte nada más por el momento, Noah.

—No importa. Ya sabíamos que era temporal. No puedo quedarme para siempre.

—Pero saberlo no lo hace más fácil.

Le di la razón asintiendo con la cabeza.

—Sigue siendo una mierda, pero encontraremos una solución. No me cabe la menor duda. Primero tenemos que resolver nuestras cosas y después...

—Te quiero, Noah —Le miré de súbito. No por lo que había dicho. No era la primera vez. Si no por la determinación que había en sus palabras. Me estremeció—. Y no voy a renunciar a ti. Eso tenlo muy presente.

—Lo sé.

Me gustaría decir que no me tembló la voz, pero lo hizo. Las lágrimas se acumularon en la comisura de mis ojos cuando Lucca detuvo el coche en la puerta del aeropuerto. Le había pedido que me dejase ahí. No quería que me acompañase dentro. Sería todavía más difícil decirle adiós.

—Iré a verte muy pronto —prometió—. Cuando acabemos el rodaje...

No le dejé acabar. Cogí su rostro entre las manos y le besé. El regusto salado de mis lágrimas llegó hasta nuestros labios y se entremezcló con nuestra saliva, pero no empañó lo bonito del gesto. Era un beso que sabía a despedida, pero también a esperanza. O eso quise pensar. Me aferré a esa idea como si se me fuese la vida en ello.

—Te llamaré cuando llegue a casa. —Lucca asintió con la cabeza, con su frente todavía pegada a la mía. Su pulgar se encargó de limpiar todo rastro de las lágrimas de mis mejillas.

Quise añadir algo más, como que yo también le quería o que estaría bien, pero no me salió. En lugar de eso, abrí mi mochila y saqué una de mis muchas libretas. La había estrenado unas semanas atrás, una madrugada de insomnio en la que las musas decidieron hacerme compañía y tenerme toda la noche con un boli de color naranja entre los dedos. Lucca me miró con confusión cuando se la ofrecí.

—Es un regalo. En realidad, no tiene mucha importancia, solo es una tontería que escribí hace tiempo, pero quiero que la tengas tú. Te pertenece.

Sus dedos rozaron los míos cuando cogió la libreta de mis manos. Tal vez no podía decirle con palabras que yo también le quería de la misma manera que él me quería a mí por miedo a quedarme sin voz y romperme en pedacitos, pero sí que podía escribirlo y dejar que lo leyese.

—Gracias.

—No me las des. Todavía no lo has leído. Igual te parece una mierda.

Mi comentario consiguió aligerar el ambiente y nos arrancó una pequeña carcajada.

—Dudo que sea una mierda.

—No. No lo es, pero hay que ser humildes. —Otra risa. La última—. Me tengo que ir.

—Vale.

—Lucca, yo...

«Te quiero».

—Lo sé, no te preocupes.

Asentí con la cabeza y me bajé del coche.

No miré atrás mientras me perdía entre los cientos de personas que había en el aeropuerto. Tampoco nadie me preguntó por qué lloraba.

Lasrelaciones a distancia eran una putada enorme.

La melodía de nuestros corazones. Escenas extra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora