Cenizas

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Katsuki regresó al día siguiente, nuevamente en la madrugada, abrió la puerta y encontró todo en silencio; era un ambiente distinto al habitual, esa oscuridad no era normal, se sentía diferente; como si la muerte deambulara en la casa.

Al subir al cuarto lo encontró frío, vacío, sepulcral... Prendió las luces, buscó en cajones y armarios; no estaban las cosas importantes para Deku, sus documentos, figuras especiales y cosas de valor, algo mucho más importante llamó su atención... el pasaporte tampoco estaba.

Deku se llevó su vida metida en una mochila color mostaza.

Regresó a la sala para servirse un whisky y tratar de parar el pánico que nace en él, entonces vio la nota.

Supo que la cagó y por eso él se fue, su maldito orgullo y corazón estaban rotos.

En su afán de ser el número uno y superar a Deku se ofreció para trabajar de encubierto para desmantelar a los carteles de villanos que aun se resistían a desaparecer después de la derrota de Tomura y All for one.

Dichos trabajos requerían que fuera visto con varias mujeres para que los maleantes pensaran que era un hombre libertino y sin escrúpulos; pero no era así.

Él solo amaba a su nerd y cada que tomaba la mano de esas chicas sentía una presión en el pecho. Podían ser más delicadas y pequeñas pero no se comparaban a la sensación indescriptible de tocar esas gorditas manos llenas de cicatrices, testimonios vivientes del esfuerzo que el pecoso había hecho a través de su vida. El calor y fuerza del que de ellas emana para Katsuki solo se compara a la luz que sale de esas dulces esmeraldas cuando lo ve y sonríe.

No hay nada mejor para él como sus manos, espalda, piernas, brazos, rizos, pecas, labios; todo de él.

Para Katsuki, Izuku es su Dios y puede inclinarse ante él cada segundo de su vida por tan solo merecer una mirada de ese maravilloso ser.

Aunque eso solo él lo sabía, nunca fue muy expresivo con el pecoso, por no decir casi nada cariñoso.

Pero el hecho de que las malditas misiones fueran secretas no mejoraba las cosas, nunca pudo decirle al peliverde lo que hacía, no porque no quisiera, sino porque no podía.

La distancia entre ambos se hizo presente; cuando rentó el departamento supo que era una mala idea.

Él quería vivir permanentemente con su nerd; despertar cada día a su lado, ver su rizos alborotados por su constante movimiento al dormir y respirar a través de los ligeros suspiros del pecoso; esa carita adornada por las mantas que hacían enrojecer sus mejillas a causa del calor no tenían precio, deseaba morderlas como a fresas frescas, pero solo atinaba a besarlas por temor a hacerle daño.

Ahora eso no importaba, la compra del departamento fue necesario por el trabajo.

El estúpido trabajo que le absorbió mente, cuerpo y ahora corazón.

Se sentó en el sillón whisky en mano, sin proponérselo o poder evitarlo comenzó a llorar, se sentía tan solo; el aroma de Izuku aún estaba en la casa pero su presencia no.

Por puro instinto de supervivencia Deku se fue, le hizo tanto daño al ocultar sus acciones y ambiciones que no podía culparlo.

Él haría lo mismo en una situación similar, quizás más, quizás destrozaría al bastardo que osara tomar la mano de Deku, quizás le enterraría la cara en el pavimento por verlo de forma lujuriosa, bueno, eso ya lo había hecho... y Yo Shindo no repitió la acción, al menos no frente a él. Pero eso no aligeraba el dolor de su corazón.

Lágrimas saladas salieron de sus ojos sin poder detenerlas, fueron tantas que ante el cansancio se quedó dormido; aunque solo pudo soñar con el peliverde.

Mi turno (Bakudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora