Nueve y veinticinco

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E.GUZMÁN
Dicen que fue el 8 de diciembre.

AURORA
Dicen... todo el mundo dice mucho,
pero nunca dice nada.

Se sienta en el borde de la cama ajustando sus vestiduras para no mostrar las piernas. Aurora lleva un camisón largo hasta los tobillos de color blanco roto con mangas abullonadas que terminan en las muñecas con ribete bordado de flores.

AURORA
Disculpe mi aspecto, Don Guzmán.

E.GUZMÁN
Llámeme Eduardo, y no se preocupe, lo importante es que me haya recibido.

AURORA
Le llamaré Don Guzmán, si no le importa.

Eduardo asiente, se seca el sudor de la frente con un pañuelo que saca del bolsillo de su camisa. Está sentado a casi dos metros de Aurora en una silla con una minúscula pala de escritura sobre la que apoya una vieja libreta amarillenta, ahumada por el tabaco. Mira sus notas.

E.GUZMÁN
Me decía que su hija nació el 9 de diciembre a las nueve horas y veinticinco minutos.

AURORA
Así fue, ¿quiere más detalles o aquellos que dicen saber todo sobre mi hija saben más que su propia madre?

E.GUZMÁN
No era mi intención molestarla...

AURORA
Fue un parto fácil, sin complicaciones.

E.GUZMÁN
¿La ayudó alguien? Según dicen nadie nada más que usted ha tocado a su hija.

Aurora enarca una ceja y sonríe de medio lado mirando fijamente a la ventana.

AURORA
No sea usted antiguo, claro que tuve ayuda, no vivíamos en la Prehistoria.

Guzmán apunta vagamente lo que escucha, aunque la información no sea precisamente la esperada. Aurora, que es muy observadora, puntualiza.

AURORA
Si lo que quiere es que le mienta, puedo hacerlo, pero entonces su éxito como escritor se esfumaría como el humo de su cigarro.

Eduardo apaga el cigarro rápidamente, el comentario de Aurora le hace entender que no le agrada demasiado.

E.GUZMÁN
Mi objetivo no es otro que el de contar su historia, no inventarla, Doña Aurora.

AURORA
Muy bien, entonces, apunte: Hildegart nació el 9 de diciembre de 1914 a las nueve horas y veinticinco minutos de la noche en la calle del Pilar de Zaragoza, Madrid. Me ayudó una matrona de confianza, pero a mi hija solo la tocaron mis manos. Yo misma la saqué de mis entrañas, la matrona se encargó de mí y de nadie más.

Eduardo apunta, Aurora le cuenta sin apenas pestañear, sigue enfocando su mirada en la ventana.

E.GUZMÁN
Por lo que Hidegart sí recibió el calor de su madre nada más nacer...

AURORA
¡No!

Grita cortando al periodista, que se queda paralizado.

AURORA
¿Calor? Un recién nacido necesita un entorno seguro donde desarrollarse después de salir del útero, ni más ni menos.

Eugenesia: la deconstrucción de AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora