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Raven

Sabía que habían pasado más de cuatro días desde la primera vez que Jungkook entro a torturarme, pues apenas abría los ojos los Jeon entraban a limpiarme, darme algo de comer y llevarme a asearme y el baño, quedando lista para que su hijo viniera más tarde para continuar con la terrible tortura que experimentaba, mis fuerzas por luchar eran nulas, así que ahora estaba sentada en el suelo sin representar ninguna amenaza.

Esperaba que entrara y eligiera algo de la mesa para satisfacer sus perversos gustos. Tenía cicatrices en el abdomen, en las piernas, ya no tenía las uñas de mis pies, también algunas cortadas en mis brazos, los moretones en mi piel, se extendían por las partes dañadas, me sentía más delgada. Pero se encargaban de ponerme analgésicos y limpiar bien las heridas para que no se infectaran, prolongando mi existencia.

Lo raro de todo esto es que podía dormir, no tenía problemas para ello, puede ser que después de cotarme y masturbarse sobre de mi cada vez era normal terminar inconsciente, pero no era eso, yo solo me recostaba y cerraba los ojos, logrando conciliar el sueño. Su rostro no me asustaba, tampoco lo que me hacía, lo que tenía miedo ahora, es que me hormigueaba la entrepierna cada vez que lo sentía eyacular sobre de mí, pero no me había violado, solo se tocaba, o le gustaba usar su lengua en mi vagina, mordiéndome hasta sangrar. La rutina que se estaba creando bloqueo en mi cualquier razonamiento de salir viva de aquí.

Sentía una ligera molestia en mi vientre desde que me dejaron los Jeon, no entendía mi incomodidad hasta que mire una mancha roja en el piso que salía de entre mis piernas, la ropa interior blanca estaba manchada de rojo, había llegado mi periodo.

—No, no, no —a Jungkook no le gustaba que me ensuciara.

La puerta se abrió y sentí el terror recorrer mi espalda, en cuanto observo la mancha en el suelo, dio pasos lentos hasta a mí. Me encogí en mi lugar esperando el primer golpe, pero lo que recibí fue un toque en mi entrepierna.

—¿Qué es esto? —abrió más mis piernas —¿Te hiciste daño? —negué —ya, ¿Tu periodo cierto? —asentí —ESTO ES PRECIOSO, mi linda Raven, cada vez eres más perfecta.

Se levanto con un extraño brillo en su mirada, de la mesa tomo un garrote como los que usaba la policía para someter a los detenidos, la miro un momento y asintió conforme.

—Supongo que ha este momento, te has dado cuenta, por qué sigues con vida —negué mientras levantaba mis muñecas para subirlas al gancho de donde me alzaba —¿en verdad no? —mis pies esta vez se separaron del suelo dejándome suspendida de manera dolorosa — varias de las cosas que te he hecho, las otras se desmayan, se orinan o no dejan de pedir que pare antes de caer inconscientes —bajo mis bragas manchadas y las guardo en su bolsillo —pero tú no, tu solo gritas como se supone que debes hacerlo, resistes todo.

Levanto mi pierna y metió con fuerza el garrote, inevitablemente grite, los dedos de mis pies se contrajeron por el dolor, las lágrimas ya salían por si solas sin esfuerzo alguno, mi pierna que estaba abajo, se llenó más de sangre, me había desgarrado un poco, volvió a mover el objeto más adentro.

—¿Eras virgen? —movió un poco lento su mano —que linda.

Escuche como su pantalón cayó al suelo, sin sacar el objeto dentro de mí, metió su miembro, comenzó a moverse de manera rápida, saco el garrote y lo lamio sin dejar de penetrarme, su mirada atrapo a la mía, y los gritos tomaron un nuevo rumbo, sintió cuando mi interior se estrechó alrededor de su miembro.

—¿Qué es esto? —jalo mi cabello para poder mi cuello hasta sangrar — ¿lo disfrutas? ¿Te correrás? —su risa calo en mis oídos —mi dulce Raven, abrazaras a la muerte con placer, ya eres igual que yo.

PerfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora