5.

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—Era de madrugada, salí de madrugada de mi casa. Estaba desesperado, alterado y sediento por un poco de placer y atención —expresó con la mirada perdida —. Salí a la calle, aunque mi hermana me lo prohibió. Salí a la calle de madrugada, me dirigí a la calle esmeralda —donde siempre trabajaba—. Y entonces… comencé a rogar por el tacto de alguien. Todo mundo me ignoró… todo mundo —una lágrima cristalina salió de uno de sus ojos y resbaló por su mejilla —. Y bueno, fue entonces que apareció él… y me hizo sentir tan bien… ¿Crees que soy patético? —habló Apolo sentado en una pequeña silla de madera, enfrente de una pequeña mesa de madera, a su lado; un infante de seis años se encontraba. Lían pestañó varias veces al ver al tipo con el que estaba tomando el té (se encontraban en el jardín trasero de la casa de su madre).

—¿Qué es patético? —fue lo que salió de la boca del niño. Apolo bufó ¿Qué es lo que quería realmente al contarle sus cosas a un infante de seis años? —. ¿Quieres más té, señor Apolo? —¡¿Señor?! Apolo se indignó al instante, que niño tan insolente, él apenas tenía 17 años cómo para verse como un señor, aunque claro, estaba tan demacrado en estos momentos que su apariencia engañaría a cualquiera.

—Si, quiero más té —habló desanimado, para después ofrecerle su taza de plástico al pequeño Omega de ojos verdes, tez morena y cabello castaño, a decir verdad, su apariencia le recordaba mucho a alguien. Apolo aún se encontraba con su ropa de dormir, eran las doce del día, el Omega no se había ni peinado, ni había desayunado (de verdad estaba muy descuidado).

—¡Niños! ¡Hora de comer! —la voz de Haggis se escuchó desde el Interior de la casa. Tanto Lían, cómo Ben y Teodoro dejaron sus juegos de lado y se dirigieron al interior de su casa.

—Vamos, señor Apolo —habló el niño mayor al levantarse de su silla y tomar la mano del hermoso Omega de cabellos largos. Apolo obedeció, a decir verdad, no estaba en buenas condiciones, apestaba mucho y su rostro se veía demasiado demacrado (que a cualquiera le daría pena ajena).

—Bien, lávense bien las manos y se sientan a comer —habló Haggis mientras terminaba de colocar un enorme tazón de porcelana lleno de spaghettis con salsa. Los niños obedecieron; se turnaron para lavarse las manos en el fregadero y luego se dirigieron a la enorme mesa del comedor —. Toma asiento tú también Apolo… —sonrió al encontrarse con la mirada de Apolo, y después de decir aquello, Haggis se sentó en su silla de madera.

Apolo con algo de desconfianza obedeció y se sentó en una de las sillas de la mesa, a decir verdad; Haggis se le hacía una persona bastante extraña y parecía que para nada estaba feliz de tenerlo aquí. Cuando en eso, el sonido de una puerta siendo abierta se escuchó y también el de unas pisadas.

Apolo abrió los ojos como platos al ver que por la puerta del comedor entraba un hombre fortachón y con un uniforme de color azul. Leónidas también abrió los ojos como platos, que gran sorpresa, Apolo aún seguía aquí. Después de que el Omega se desmayara en sus brazos, él en vez de llevarlo a su casa; decidió traerlo a casa de su hermano menor. Aunque claro, sabía que Haggis para nada estaría de acuerdo que un extraño estuviera tan cerca de los niños.

—¡Por fin llegas! —sonrió Haggis al ver a su hermano (el uniformado), a decir verdad, él admiraba y quería mucho a Leónidas —. ¡Pero vamos! ¡Toma asiento! —sonrió. Leónidas se sentó en el extremo de la mesa, era su hora de almuerzo —. He preparado Spaghettis, ya sabes, a ti te gustan, a los niños les gustan… y estoy seguro de que a tu amigo también le gustaran… —y después de decir aquello inició a servirles a los niños en sus platos su ración de spaghettis.

Apolo se avergonzó un poco, a decir verdad, se sentía tan avergonzado después de lo que pasó en la madrugada con ese sujeto, a decir verdad, ni él lo podía creer, había tenido intimidad con un policía.

Incroyable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora