U.C.I.

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—Abuelo —lo había llamado en cuanto el guardia le había indicado que debía subirse a otro coche, reteniéndolo del brazo—, necesito hablar contigo.

El hombre pareció estar incluso sorprendido de verlo de pie frente a ese coche, pero lo disimulo con rapidez mientras se acercaba a él lo suficiente como para susurrarle.

—¿Qué haces? No deberías estar en ese coche —le dijo entre dientes—. Tú deberías estar esperando en una de las suites.

El anciano miro a su alrededor, e intentó disimular su nerviosismo ante la sospecha de que algo no estaba yendo como debía, con una sonrisa amplia. Él permaneció serio, observando como los coches ya ocupados iban empezando a avanzar.

—Sube al auto ahora, abuelo —le dijo tironeando de su brazo—, o las personas empezaran a ver algo raro.

Otto lo miró, con una mezcla de sorpresa y confusión, aun parecía estar sopesando todas las probabilidades de lo que estaba pasando, quizás aferrándose a la idea de que él jamás podría ponerse en su contra. Pero fuese lo que fuere que se le pasara por la cabeza, no lo supo, simplemente lo vio apretar los labios y subirse al coche. Lo siguió, esperando a que se pusieran en marcha, mientras hacía acopio de todo el valor y la serenidad de la que fue capaz para poder verle a la cara y confesarle la verdad.

—¿Y bien? —rompió el silencio, buscando su mirada—. ¿Qué sucede?

Miro a su alrededor, con las manos hormigueándole del repentino nerviosismo de saber que debía decirle la verdad en ese momento o quizás ya no tendría oportunidad después. Se hizo daño en los dedos por la fuerza con la que se los estrujaba.

—Sólo quiero que sepas que fui yo —acabo diciendo en un susurro—, todo lo que ellos saben, yo se los dije.

—¿Qué es lo que sabes? —consiguió articular el anciano, a mitad del colapso de ideas que parecía estar teniendo—. ¿Qué hiciste Aemond? 

—¿Yo? —preguntó en tono ofendido, intentando mantener la conversación un tono bajo—. Yo sólo me encargue de cuidar a mi familia, de salvarla de a lo que nos estabas condenando.

—Debo advertirles —miró nervioso sus manos, para luego empezar a tantear sus bolsillos por encima de la ropa—, no tienes idea de lo que has hecho...

Le sujeto las manos para evitar que siguiese buscando, y para que volviera a prestarle atención.

—Ya es tarde —le aseguró, notando como le temblaban las manos, como su rostro perdía el color y se volvía pálido, enfermizo—. ¿Si quiera te haces una idea de la situación en la que me pusiste? ¿Lo que tuve que soportar?

—Nada habrías tenido que soportar si te hubieras ceñido al plan —le respondió entre dientes, soltándose de su agarre de forma violenta—. Yo te iba a dar el trono, y tú me diste la espalda... ¿y por qué? ¿lealtad? ¿afecto?

A cada palabra que su abuelo soltaba sentía como la presión en el pecho iba incrementando. 

—Ya te lo dije, fue por nosotros, por la familia —respondió con la respiración agitada—. Incluso por ti...

—¿Cómo tu traición iba a beneficiarnos?

—Porque al menos ahora tienes una oportunidad de entregarte, de al menos hacer las cosas bien al final —su voz empezaba a sonar rasposa, seca, acongojada—. Si confiesas y colaboras, quizás lo puedan tener en cuentan en el juicio, quizás no te den la sentencia más dura...

—¿Esta es tu forma de salvarme? —le recriminó de mala gana—. ¿Pedirme que traicione a quienes nos eligieron? ¿a mi propio hermano?

—¿A dónde te llevaron esas personas abuelo? ¡Mírate! 

Targaryen Royalty [lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora