Capítulo 4

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OLIVER

He aceptado su invitación. No sé por qué, pero lo he hecho.

Ahora estoy con ella, a solas, en su casa, en su territorio.

Paseo por la pequeña sala de estar que comunica con la cocina. Es acogedor y coqueto. Me gusta.

—Es bonito —digo.

—Lo alquilé hace seis meses al amigo de un compañero de trabajo de mi padre —dice mientras saca dos botellines de cerveza de la nevera.

Asiento mientras cojo el botellín que me ofrece. Nos sentamos en el pequeño sofá gris, es de dos plazas, pero nuestras piernas se rozan dada mi envergadura. Medir metro noventa tiene sus pros y sus contras.

Bebo un gran trago, y luego otro.

Hablamos de nuestros escasos recuerdos en nuestra corta vida en común, de lo que hemos vivido después. De lo que habrá sido de la infeliz y alcohólica de nuestra madre.

Los recuerdos duelen, duelen y nos unen... Ya llevamos tres cervezas.

—¿Te has acordado de mí durante todo este tiempo? —pregunta tímidamente.

—Mucho —respondo con sinceridad—. Apareces en muchos de mis sueños...bueno, apareces tú de niña.

—¿Por qué no me has buscado? —pregunta, y parece dolida.

—¿Por qué no me has buscado tú? —No hay mejor defensa que un buen ataque—. Tú sabías quién era, dónde trabajo..., pero has esperado a necesitar que te diera un empleo para volver de nuevo a mi vida. —Y ahora el dolido soy yo.

Sus ojos parecen avergonzados.

—No quería parecer una aprovechada —murmura mirando el suelo.

—Nunca hubiera pensado eso de ti —afirmo con rotundidad.

La miro y puedo ver un brillo especial en su mirada. El alcohol empieza a hacernos efecto, y eso nos hace vulnerables.

Ella da un paso hacia mí, yo permanezco inmóvil. Pero no se detiene hasta estar a solo unos centímetros de mí. Mido más de veinte centímetros que ella lo que la obliga a echar la cabeza atrás para poder mirarme a la cara. Huelo su embriagador perfume. De pronto mi corazón se acelera.

—¿Qué estás buscando, Stella? —murmuro al verla mirarme con deseo.

—Te busco a ti —susurra posando su mano en mi pecho.

—Stella...

Se inclina hacia mí y por un momento estoy perdido, nadando en un mar de deseo y la fantasía de que esto pueda estar bien. Pero no puede ser, y por eso me aparto con suavidad.

Y, entonces, ella lo hace, toma la iniciativa.

Stella desliza los dedos sobre mi cabello, y luego va bajando por mi pecho.

Joder, me excita, estoy mucho más excitado solo con esa simple caricia que con una buena mamada.

—Joder, Stella —mascullo—. No sigas...

—¿Por qué? —exige—. ¿Por qué está mal? ¿Por qué somos hermanos?

—No sigas por ahí —digo con voz ronca—. No voy a seguirte el juego.

—Me deseas, y yo te deseo a ti —insiste.

No sé qué decir. Pero es la pura realidad. Es una asquerosidad propia de bárbaros y enfermos, pero es la verdad.

—Bésame, por favor —implora.

—Se acabó —digo con convicción—. Nos vemos el lunes en la oficina.

Doy media vuelta y salgo del apartamento sin mirar atrás.

¿Qué coño ha sido eso?

Quiero pensar que no está acostumbrada a beber y por eso ha actuado así.

Pero por otro lado pienso en lo que siempre decía mi abuelo John: los borrachos y los niños siempre dicen la verdad.

Y la verdad parece ser esta: mi hermana me desea y yo deseo a mi hermana.

Cuando llega el lunes, estoy de los nervios. ¿Cómo voy a reaccionar al verla? ¿Cómo lo hará ella después de mi espantada del otro día?

Me visto con uno de mis habituales trajes y Christopher, mi chofer, me lleva a la oficina.

De camino llamo a mi agente automovilístico, Esteban, necesito un coche para Stella, la hermana de Oliver Scott no puede ni debe ir en autobús o en metro.

Dejo cerrada la compra de un Mercedes GLC, un SUV, con este irá segura.

Le hago que remueva cielo y tierra para tenerlo esta tarde en la oficina. Dice que me ha conseguido un modelo de estos en San Diego, que por la tarde me lo trae.

Cuando cuelgo, respiro aliviado, una cosa solucionada, ahora toca lidiar con mi preciosa y provocativa hermana.

Al llegar a mi imponente y moderno edificio. El corazón amenaza con salir disparado de mi cuerpo.

Qué. Cojones. Me. Pasa.

Al subir a la última planta, donde se encuentra mi despacho, respiro hondo antes de salir del ascensor.

Ella se encuentra sentada en su silla. Parece relajada y ajena al torbellino que ha provocado en mí.

Muy bien. He de lidiar con esto, y espero, por el bien de ambos, que todo haya quedado en una anécdota sin importancia.

Con paso decidido, me encamino hacia ella...

Pasión ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora