Capítulo 11

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OLIVER

Una explosiva mezcla de lujuria y odio hacia mí mismo surge en mi interior, bajo la mano, la agarro por debajo de los hombros y la aparto.

—Oliver... —suplica—. Lo necesito. Te necesito.

Un segundo después estoy delante de ella.

La cojo en brazos y la llevo a su cama. Le pido que se ponga de espaldas. Obedece rápidamente.

—Abre las piernas —ordeno.

Me dedica una sonrisa tan sexi que mi polla se agita al verla.

Abre las piernas y su sexo aparece expuesto ante mí. Me agacho y le acaricio la parte interna de los muslos. Suave, despacio, hasta llegar a su sexo. Ella se retuerce bajo mis caricias, frustrada porque no la toco donde quiere.

Con una sonrisa perversa, aparto las manos.

—No pares —suplica—. Ni se te ocurra parar.

Me agacho y le beso su mojado y excitado sexo. Solo lo beso.

—Debería irme.

—Puede ser —su voz es entrecortada, llena de impaciencia—. Pero no vas a hacerlo.

—¿Cómo estás tan segura?

—Porque me deseas. Porque yo te deseo a ti. Porque estoy mojada y lo estoy para ti.

Cierro los ojos para protegerme de la verdad. Sus palabras no hacen más que confirmarme lo que ya sabía. No puedo alejarme de ella.

—¿Tienes una idea de lo mucho que he deseado esto? —susurra—. ¿De lo mucho que te he imaginado follándome?

—Sí, lo sé perfectamente —murmuro—. Es justo lo mismo que me pasa a mí.

—Pues hazlo —ordena—. Tómame.

Se vuelve a tumbar y se abre de nuevo a mí.

Me tumbo sobre ella y atrapo el pezón erecto con los dientes y luego succiono. Ella se retuerce de placer y sus gemidos avivan mi deseo.

Quiero saborear el resto de su cuerpo y empiezo a descender con lentitud, dejando un reguero de besos mientras bajo hasta su húmedo sexo.

—No pares. Por favor, no pares.

No tengo ninguna intención de parar. Hace mucho que deseo esto. Joder. Soy un puto pervertido, así que me voy a comportar como tal.

Sigo bajando cuando siento los dedos de Stella enroscarse en mi pelo. De repente me empuja para que llegue a su sexo.

Deslizo la lengua por la parte interna de los muslos. Hasta llegar a su clítoris. Comienzo a succionar y lamer lentamente. La sujeto con firmeza mientras ella se retuerce de placer.

Sabe dulce y huele a sexo. Ese sabor me vuelve loco.

No paro de provocarle placer con la boca una y otra vez. Entonces lo siento. Está a punto. Grita y se retuerce de pura satisfacción.

—Oliver —murmura—. Por Dios...

Sonrío y beso su boca para que pueda saborearse a sí misma.

—Quiero darte yo placer —dice mientras se agacha.

Su boca hace que sienta el más profundo de los placeres. Y me corro. Lo hago en su boca mientras ella se lo traga lamiéndose los labios.

Entonces todo el hechizo desaparece.

Se esfuma.

Mi parte racional toma de nuevo el control.

Un virulento arranque de furia y desprecio hacia mí mismo se apodera de mí y me bajo de la cama con brusquedad.

—¿Oliver? —pregunta sin entender—. ¿Qué sucede?

La miro intentando no pagar la rabia que siento con ella.

—Esto tiene que acabar —la aspereza de mi voz la sorprende—. Y va a acabar ya.

—No lo entiendo... —dice confusa.

—Que se acabó —digo en un todo tan alto que parece asustarse—. El juego depravado se ha terminado.

No puedo ni quiero disimular el desprecio que siento hacia lo que hemos hecho.

—Oliver...

Oigo el dolor y la confusión impreso en mi nombre.

—No nos lo pongamos más difícil a ambos, Stella —digo con voz firme y convencida—. Al volver a Los Ángeles, te vas a ir de secretaría a otro departamento. No debemos seguir manteniendo contacto.

Su rostro pasa de la sorpresa a la decepción.

—Si es eso lo que quieres... —susurra con un hilo de voz—. Estoy de acuerdo.

Aprieto los puños a los costados, frustrado, tratando de dominar las ganas de atravesar la pared de un puñetazo.

—Es lo que quiero, en efecto.

No espero para oír lo que ella tuviera que decir. No espero para ver de nuevo su expresión.

Me limito a dar media vuelta y a salir de su suite.

Llego a la mía y me dejo caer hasta sentarme en el suelo.

En este instante es lo único que puedo hacer.

No quiero pensar.

No quiero moverme.

No quiero ni respirar.

Durante lo que parecen horas, permanezco sentado en el suelo.

Se acabó.

Definitivamente se acabó.

Voy a pasar página y lo voy a hacer alejando a la tentación hecha mujer Al más oscuro deseo que me domina. A mi hermana. A la persona que ha vuelto mi vida completamente del revés.

Respiro hondo mientras apoyo la cabeza en la pared.

—Adiós, Stella —digo para mí mismo.

Pasión ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora