Capítulo 8

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Al llegar a recepción veo a Oliver sentado en un sillón leyendo el periódico. Ayer tuve que ir a buscarlo a un bar cercano. Borracho como una cuba, me tuvieron que ayudar entre dos hombres a traerlo hasta su cama.

Sé que estará avergonzado, así que decido no mostrarme borde.

Con decisión, y subida en unos tacones de infarto, camino hacia él.

—Buenos días —digo en cuanto le alcanzo.

Oliver no me mira.

—Buenos días —contesta con voz fría.

—¿Te encuentras bien? —pregunto.

—Perfectamente —contesta tajante—. Vamos a la sala de reuniones.

Se levanta y comienza a caminar hacia la sala de reuniones. Yo lo sigo como un perrito faldero.

Nos encontramos en la sala de reuniones con los mismos hombres trajeados de siempre...pero hay una novedad. Una exuberante morena que es directiva en una de las delegaciones mexicanas.

Me pongo en modo alerta. La forma que tienen de saludarse y de hablarse, me hacen ver que, entre ellos, ha habido algo...

—Buenos días, Melinda —le dice sonriendo—. Me alegra mucho verte. ¿Todo bien por Monterrey?

—Buenos días, Oliver —contesta zalamera—. Mucho trabajo y poco tiempo para divertirme. Tal vez podrías compensarme esta noche el darnos tanto trabajo.

Posa su mano en el hombro de Oliver mientras lo devora con la mirada.

—Me temo que tendrá que ser para la próxima vez —contesta Oliver—. Nuestro vuelo debe salir mañana a primera hora.

Puedo ver la decepción dibujada en la cara de la morena de grandes y sensuales labios rojos.

—A la próxima pues...

Tomamos asiento y, como la eficiente secretaria que soy, me siento a su lado. Abro el portátil y voy tomando notas de lo que considero oportuno.

Cada vez que inhalo puedo percatarme de su embriagador perfume. Su olor me excita, me embruja y, sin poderme controlar poso mi mano izquierda en su muslo. Él da un respingo y me mira sorprendido, pero no me aparta la mano como me temía, la subo por su muslo hasta alcanzar su entrepierna. Comienzo a acariciarle el paquete y noto su polla empezar a ponerse dura. Se remueve nervioso en su asiento.

Con delicadeza me aparta la mano de su bragueta que apenas puede retener su erección.

—Basta —dice en voz tan baja que solo lo puedo oír yo.

Vuelvo a prestar atención a la reunión.

Tres horas después damos por finalizadas nuestras reuniones en México. Mañana volveremos a Los Ángeles, pero la tarde la tengo libre y la pienso disfrutar... y mucho.

Me pongo mi diminuto bikini y me dispongo a bajar a la piscina del hotel. Me tumbo en una cómoda hamaca y pido un mojito a un simpático camarero.

Pego un trago y compruebo que está delicioso. Me lo acabo y pido otro. El calor y el alcohol me están amodorrando, así que cierro los ojos y me dejo llevar, pero mi relax apenas dura unos minutos. Sin verlo, sé que él está aquí.

Levanto la cabeza muy despacio y echo un vistazo a mi alrededor.

Él está inmóvil a unos metros de mí y me está mirando con un anhelo tan intenso que mi cuerpo se estremece con su fuerza.

Lleva una camiseta azul y un bañador gris claro.

Me mira y lo miro, pero ninguno de los dos se mueve.

Entonces me decido a hacerlo yo.

Me levanto y voy hacia él.

—¿Quieres pegarte un baño? —pregunto juguetona—. Yo sí... Estoy muy caliente —sigo hablando con voz sexi—. Ya sabes..., por el calor.

—Pues ya somos dos —dice con voz ronca—. Así que al agua.

Cuando me quiero dar cuenta me ha cogido en brazos y ambos caemos dentro de la piscina. El agua está fría e intento salir a la superficie rápidamente.

El agua me llega por el cuello, a él apenas por la cintura.

—¡Ya te vale! —le regaño riendo—. He tragado agua.

—Así aprenderás a no ir por ahí provocando.

Varias personas nos observan con atención. A él lo devoran las mujeres, mientras que yo me siento devorada por los hombres, que miran con más disimulo.

—¿Por qué has hecho eso esta mañana? —pregunta.

—¿El qué? —pregunto yo—. ¿Esto? —digo volviendo a tocar su entrepierna.

—Joder, Stella —dice y se aleja nadando.

Lo sé. Soy consciente de que parezco una perra en celo con él, pero es lo que siento, un deseo abrasador y enfermizo. Una lujuria y adicción que no puedo controlar.

Salgo del agua y me vuelvo a tumbar.

—¿Qué hace tan sola una chica tan guapa como tú? —una voz masculina me saca de mi ensoñación.

Abro los ojos y veo a un chico de unos treinta y pocos. Por su aspecto parece norteamericano como nosotros.

—No estoy sola —digo señalando a Oliver, que nos observa desde la piscina—. Estoy con mi novio.

Se gira a mirar al agua. Sonríe y dice.

—Es un hombre afortunado.

Se marcha y Oliver sale del agua.

—¿Ves lo que pasa cuando me dejas sola? —pregunto en cuanto llega a mi tumbona.

—Lo veo —dice mientras se sienta en la tumbona que hay justo al lado.

—¿Y? —vuelvo a preguntar.

—Pues que no me gusta nada...

Una simple frase, unas pocas palabras que significan un mundo para mí.

No le soy indiferente. Le importo.

Lo que tengo que descubrir es si le importo más como mujer que como hermana.

Y lo voy a averiguar...

Pronto... Muy pronto.

Pasión ProhibidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora