Gabriel acostumbraba a despertar fresco como una lechuga. La tranquilidad en su mansión siempre lo mantenían sereno. La enorme distancia que existía de la habitación de su hijo y la suya era su mayor fortaleza. Ahora solo había una triste y delgada pared de la que no podía obstruir las voces del otro lado. Unos horribles y estruendosos sollozos no lo dejaban dormir.
Tantas personas en la casa y nadie podía callar a ese monstruo.
Si tuviera dinero haría sus pasatiempos favoritos para dejar el estrés. Ahogó un grito en la almohada. Ni siquiera despedir a alguien podía por falta de dinero y de empleado.
¿Necesitaba más razones para llorar?
—¡¿Quién cometió el descaro de espantar mi pesado sueño?! —dijo Gabriel tras abrir la puerta de un portazo.
En la sala de estar no había nadie más que Nathalie que lo miraba con seriedad, mientras sostenía en su regazo al monstruo llorón.
—Señor, buenos días.
Gabriel ignoró el saludo seco de su asistente y su mirada fría fue hacia el niño que no dejaba de lloriquear.
—¿Dónde están los padres de esta criatura? —exclamó, señalando al bebé de 18 meses—. ¿Por qué no vienen a callar a su hijo?
Nathalie se encoje de hombros y levanta al niño hacia su dirección. Gabriel se aparta como si se tratara de un repelente contra la guapura.
Gabriel Agreste era tan guapo que cualquier repelente contra eso no podría matarlo, pero aun así el miedo no se desvanece.
—No lo sé, los señores Dupain-Cheng dijeron que Marinette y Adrien fueron a dejar a los niños a la escuela y no han regresado.
—¿A qué hora entran esos mocosos?
—A las 7 de la mañana —responde con seriedad.
Gabriel no tuvo que ver la hora, por el sol brillante que se reflejaba desde la ventana podía intuir que hace mucho que había pasado esa hora. Tenía la leve sospecha de que ese par de ciegos se aprovecharon y se fueron a divertir. Se liberaron de dos monstruos, pero dejaron al más peligroso.
—La señora Sabine me dejó a Louis porque tuvieron que abrir la panadería —le informa Nathalie y una sonrisa sutil se formó en Gabriel.
La panadería estaba abierta, su momento de mayor gozo del día había llegado.
—Bien, cuida del monstruo y yo saludaré a mis consuegros.
Mucho antes de que pudiera moverse, Nathalie se levantó y le otorgó el niño. El repelente lo estaba matando y aun así sostuvo al niño de un año de edad.
—¿Acaso no le basto la correteada que le dio Marinette ayer? —le pregunta su asistente con sus brazos cruzados.
—Por eso debo aprovechar de que no está.
Nathalie negó con la cabeza y caminó hacia la salida. Gabriel alejó al niño lo más que sus brazos largos le permitieron estirarse y miró con odio como su asistente se iba gustosa por el pasillo.
Esa traidora mujer fingiría ayudar a los panaderos y en cualquier descuido va atragantarse con la primera cosa deliciosa que vea.
Nathalie azotó la puerta al salir y lo dejó con Louis que ya no lloraba, pero que seguía siendo un estorbo.
—¿Ya ves, mocoso? —le dice al niño que lo miraba con curiosidad—. Nunca se deben confiar en las mujeres cuando hay comida de por medio.
Con Emilie lo supo y con Nathalie debió saberlo.
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¡Todos en la misma casa!
HumorMarinette y Adrien son felizmente casados y viven en una enorme mansión con sus tres hijos. Marinette se encarga de proveer la comida y los lugos de su hogar y Adrien de cuidar a sus bebés, y así mantenían su vida perfecta. Sin embargo, ¿qué pasarí...