—¿Y? —le pregunta Marinette, mostrándole su cuaderno de diseños.
Gabriel se acomoda los lentes para observar con detenimiento el nuevo diseño que Marinette le estaba presentando. Después de la mala colección que Marinette —y solamente Marinette— confeccionó en la que los hizo perder mucho dinero, lo hacía ver que todo lo que ella producía era horriblemente imperfecto.
¿De verdad pensó que está mujer tenía talento?
Carraspeó, acarició su barbilla y entrecerró los ojos en aquel vestido escotado y de encaje sobresaliente en los hombros de la modelo que la diseñadora titulada dibujo.
—Con toda sinceridad, como siempre he sido.... —Marinette asiente— esa es la cosa más fea que he visto.
Marinette azota el cuaderno contra la mesa de la cocina. Se llevó las manos a su cabello con desesperación. Había perdido la cuenta de todas las veces que Gabriel ha rechazado sus nuevos diseños. Maldijo internamente el momento en el que decidió trabajar con ese hombre tan perfeccionista y no con las otras ofertas que obtuvo después de terminar la universidad.
—¿Sabe una cosa, señor Agreste? —murmura, dejando caer su cabeza sobre la mesa—. A veces no lo soporto.
Gabriel se sorprendió por las frías palabras de la azabache. No se iba a enojar, tenía que entender que el desvelo y el nunca separarse de esos ruidosos niños te hacía decir cosas que no quieres. Para nada se debía a que ha rechazado más de 50 diseños está semana.
—¿Puedo verlo? —dijo Adrien quien no debería estar en su zona de trabajo, pero no ha querido salir de la cocina con la excusa de que se estaba preparando un café.
Adrien tomó el cuaderno mucho antes de que pudieran responder. Marinette ni siquiera levantó la cabeza de la mesa y Gabriel estaba listo para explicar todos los fallos de ese vestido mediocre.
—¿De dónde ves que esto es feo? —le reclama Adrien a su padre.
Adrien ha estado presente en cada una de las incontables veces de las que Marinette no dormía para diseñar y crear ropa impresionante con la única finalidad de salir adelante y su padre como siempre quería limitar y generar dudas de su capacidad.
—¿Acaso eres ciego? —exclama Gabriel.
Adrien se resistió para no alzar la voz. Louis estaba teniendo su siesta de la tarde en la habitación de Marinette, no quería que por nada en el mundo se despertara.
—¿No puedes ver esas disparejas líneas de ahí? —dijo Gabriel, señalando las ciertas áreas que eran más imperfectas del dibujo—. ¿Qué quiere a hacer aquí?
—Basta —exclamó Adrien—. Deja de crear ideas falsas en tu cabeza sobre la perfección. Si buscamos hacer las cosas perfectas nos quedaríamos sin hacer nada nunca.
—Eso solo lo dice la gente que no es perfecta como tú...
—¡Ya paren! —los interrumpe Marinette antes de que los dos iniciaran una disputa sobre quién está en lo correcto.
Adrien tenía la razón, pero también el señor Agreste y por más que su corazón le decía que no debía de hacer esto, Marinette prefirió seguir con lo que ya estaba haciendo.
—Adrien, ¿podrías esperarme abajo? —le pregunta, girándose hacia él con una sonrisa nerviosa.
Deseaba que no se molestara si se estaba viendo muy obvio que lo que quería era sacarlo de esta conversación cuanto antes.
Adrien la observó en silencio, se tomó el tiempo para asimilar lo que le pidió y se alejó cuando se dio cuenta de que Gabriel estaba presionando demasiado a Marinette. La estaba recriminando tanto la pérdida que ella ya no era capaz de ver y de creer de que ella misma podía diseñar cosas realmente buenas.
ESTÁS LEYENDO
¡Todos en la misma casa!
UmorismoMarinette y Adrien son felizmente casados y viven en una enorme mansión con sus tres hijos. Marinette se encarga de proveer la comida y los lugos de su hogar y Adrien de cuidar a sus bebés, y así mantenían su vida perfecta. Sin embargo, ¿qué pasarí...