Capítulo; Décimo T/ercero.

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Cibila.

Esto estaba mal. Mi experiencia como médico de ayudó a dilucidar soluciones efectivas hasta ahora, pero la situación se estaba escapando de la mano de todos y no sabía qué hacer. No era como si mi entrenamiento médico me hubiese preparado para esta clase de situaciones. El trastorno del señor Cardaellaine era algo que aun estaba dentro de mi rango de conocimiento, ¿Esto? Claramente no, y quisiera ser discípula de la persona que sí sepa cómo lidiar con esto.

Todas estas nuevas personas eran buenas y amorosas conmigo, mis padres adoptivos no eran malos pero estaban más al pendiente del hospital que de mí, adoptaban hijos todos los años para entrenarlos en la medicina. Siempre traté de destacar pero nunca pude hacerlo adecuadamente, ¿Aquí? Parecía alguien añorada, alguien que habían esperado años por conocer. Fue fácil dejarme llevar por mi familia sanguínea pero esta situación rayaba en mi sentido moral, ¿Cómo le pudieron haber hecho tanto daño a una persona? Ni siquiera era excusable, el problema, más allá del hecho y las excusas era que fueron las mismas personas que me tratan como si fuera lo mas delicado y hermoso del mundo.

Estaba confundida así paseé por el Castillo perdiéndome con cada paso. Nicolyn de seguro había hecho lo mismo mientras los demás eran hostiles hacia su persona. No la justificaba, como tampoco a ellos, pero ella era una niña y el señor Cardaellaine había sido cruel, él y toda su familia. ¿En qué clase de mente esas ideas siquiera podían surgir?

Miré hacia arriba hipnotizada por el movimiento de las hojas. Sabía la respuesta, la que me había dado a luz, ella era el origen del trastorno del señor Cardaellaine y el trauma de los demás. ¿Cómo se le ocurrió la idea de poner semejante carga en esa pequeña?

Me volví por donde había venido y me dispuse a visitar a Nicolyn. Su Alteza Real nos había impedido verla ya que había manifestado que su conciencia no estaba clara, cuando Edward le preguntó él solo dijo que ella no reaccionaba, pero que no tardaría en hacerlo. Mentiras. La entera situación de Nicolyn apunta a una sola cosa, trauma.

—Deseo reunirme con Su Alteza Nicolyn, por favor.

No quería que nadie me lo impidiera pero los soldados reales me aterraban, jamás había tenido un solo encuentro con ellos sí es que no era por motivo de algún tratamiento médico. Además de que Su Alteza Real el Primer Príncipe estaba paranoico con toda esta situación. Ya me había acostumbrado a la presencia del Paladín que mis hermanos me habían asignado, aunque no hablara para alguna instrucción incidental me sentía cómoda y confiada con él. Estos soldados eran otra cosa, amenazantes y casi furiosos.

—Adelante —Escuché a la mujer mayor a la que se referían como Marie.

Las puertas se abrieron y entré con prisa.

Nicolyn estaba despierta sin vida en sus ojos y cara, no se movía más que para respirar y pestañar. Estaba apoyada contra el Cadejo que la envolvía. La señora Marie estaba en la silla tejiendo y el joven Prince estaba durmiendo a sus pies en una posición notoriamente incomoda con la mitad inferior de su cuerpo sentado en una silla y la superior extendida en la cama a los pies de ella.

—Señorita Cibila—. La mujer se colocó de pie y me acercó tomándome del codo—. Tiene suerte de haber venido ahora, el Príncipe se fue hace solo unos minutos.

—Que bien. Quería ver cómo estaba mi herma... digo, Nicolyn.

Me dedicó un enternecedora sonrisa y me guio con ella—. Nicolyn. Ella es la señorita Cibila, ha venido a verte —Nicolyn no se movió—. Discúlpela, es algo difícil ahora.

Mi Destino como ThysíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora