Capítulo; Tercero.

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Ceallaigh.

Otra vez, una pesadilla. El simple acto de dormir me repudia y agota. Debí haber previsto que una cosa así pasaría. Debo hablar con algún santo o algún mago para remediar este asunto, sí no logro descansar temo que no seré capaz de ejecutar eficazmente ninguno de mis deberes.

Trato de sentarme en mi cama, seguro en mi desnudes contemplo más allá de la ventana, los jardines de mi infancia y juventud, las memorias son imparables y me bañan sin descanso, pero, aún me persigue todo lo que vimos con aquella antusa, ese lobo ermitaño y la arpía. Jamás pensé que mi propia madre podría pedirle a una niña tales cosas. Aún puedo verlos, en cada reflejo, en cada ventanal, en cada niña, en cada mujer, en cada madre, en cada habitación. Esas crudas imágenes se repiten en mi cabeza, las imágenes de esa maldita perra aceptando todo lo que le piden sin ningún motivo.

¡Por una familia! Tan solo quería tener una familia —Las palabras tan desesperadas de Nicolyn aquella vez siempre saltan como respuesta a cualquier pensamiento que tengo sobre ella.

Me dejo caer sobre la cama una vez más. No encuentro ningún consuelo en esto ni en nada, aunque hablar con mis hermanos ha sido gratificante de muchas maneras.

Ceallaigh, no vengo aquí a pelear o a discutir, solo quiero que hables con tus hermanos. Sé lo devastado que debes sentirte, pero créeme solo una vez cuando te digo que todo mejorará, de a poco, una vez que hayas decidido hablar con ellos —La figura de Nicolyn vestida y adornada como los Makios la preparaban mientras estuvo con ellos.

Estas hermosa, Nicolyn —Su nombre se escapa de mis labios con una amabilidad que jamás le mostré mientras pronuncio palabras que jamás le dirigí. Me acerco a su rostro tratando de tocarla con mis nudillos, pero ella no está aquí, ya no más.

Ceallaigh, sé que es difícil, pero piénsalo, por favor. No te queda más en el mundo que tus hermanos. Sé que los amas y que estás dispuesto a hacer cualquier cosa por ellos, por favor, solo confía en el amor que todos se tienen —Nicolyn toma mi mano, aun como el fantasma de un lejano recuerdo, sigue siendo tan huesuda y fría como de costumbre. Aunque, debo admitir, jamás la vi tan llena de color y vida que cuando convivió con los Makios. Tomo su mano, como lo hice aquella vez—. Dales una oportunidad, no se alejen. Hablen, y te prometo que todo estará mejor, ¿Sí? —Nicolyn se coloca en pie tirando de mi para que la siga.

Desafortunadamente, la sabana que tiene absoluto contacto con cada fibra de mi ser cae en un lúgubre y suave roce, antes, siempre disfrutaba de la sensación de sentir todo lo que me rodeaba al dormir, como si fuera abrazado por mi propia cama. Mas no hoy, no esta vez. El tacto me devuelve cruelmente a la realidad, una realidad que ya no está compuesta por blancos y negros sino, de cientos de matices de diversos colores que lo complican todo. Todo sería más fácil sí Nicolyn siempre hubiese sido mala, desvergonzada y activamente cruel, pero ahora, ahora ella era una complicada situación que no sé definir.

Me asomo a la ventana y me poso sobre ella con mis brazos cruzados. Nicolyn tenía razón en que me sentiría mejor al hablar con mis hermanos y lo fue. Esos días con los Makios fueron, debo admitir, maravillosos, casi milagrosos.

Otro pensamiento comenzó a surgir en mi mente mientras nos contemplaba jugar de pequeños. ¿Con quién pudo haber hablado Nicolyn? Me es conocido que gozó de la compañía de sus ... extraños amigos sus últimos días, pero ¿Antes de eso?

Hermano —Recordé de repente al pensar en esto. Una pequeña Nicolyn que abrazaba aquel peluche que mamá le regaló, lo único que le dio—. Tengo miedo.

Mi Destino como ThysíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora