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Mirando hacia afuera de la ventana, sintiendo el aire fresco de la mañana chocar con su rostro, ahí estaba Catalina cepillandose el cabello.

─Hola amor. ─fausto se acercó a besar su mejilla. ─¿Cómo amaneciste?

─Bien. ─le responde seca.

─Hey, ¿En qué habíamos quedado? Tienes que dejar tus moditos, que de ahora en adelante vas a estar dispuesta para mí todo el tiempo.

Ella tenía tantas palabras para decirle ¿Pero para qué? Hasta este punto, lo mejor era guardarselas, de todos modos no la iban a tomar en cuenta.

Toda la mañana la ocupó para ir a hacer unas compras, estaba en la plaza, en el centro del pueblo, cuando se topa con Leo y con Nando, que andaban comprando manzanas.

─Hola. ─ella se acercó sonriente.

─Hey. ─le respondieron ambos hermanos de la misma manera.

─¿Que tal durmieron? ¿Ya más tranquilos?

leo rió un poco. ─Ya estamos más tranquilos... ¿Tú qué tal?

─Ay pues yo. ─suspiró. ─Como siempre, nunca es mejor.

─Que mal... Te dije, ojalá poder ayudarte.

─Ay ya no te preocupes. ─le restó importancia, o al menos eso se hacía creer. ─¿Así que ya se van?

─Sí, tal vez como a eso de las doce... Pasaremos a despedirnos de Diego. Nando es el que insiste tanto. ─miraron al nombrado, que andaba al parecer peleando con el caballo, los dos se rieron al verlo. ─Supongo que no volveré a verte. O al menos por un tiempo.

─Sí, eso parece... La verdad, yo no creo que salga de aquí, así que si un día quieres venir a visitarme, ten por seguro de que voy a estar aquí.

─Por supuesto, tú espérame. ─le sonrió.

Leo vió a una niña que traía una canasta llena de rosas de varios colores, al parecer las andaba vendiendo, bueno, sí lo estaba haciendo de hecho.

─¿Que vale una sola? ─pregunta él.

─Siete pesos, el color que guste.

Él miró todas y se decidió por la más clásica, una roja.

─Muchas gracias. ─le sonrió a la niña.

─De nada. ─se fue.

luego volvió su vista de nuevo a catalina. ─Es para ti.

─Ay Leo. ─la tomó. ─Gracias. Que bonita está.

─Ta' chula como tú. ─se la acomodó detrás de su oreja.

Se escucharon las campanadas del reloj, ya marcaba las diez de la mañana. La hora en que servían el almuerzo en casa de Fausto.

LA TRENZA, leo san juanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora