Introducción parte 1

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La noche se despliega en su máxima esplendor, una cortina de terciopelo salpicada de estrellas que cubre el mundo en un susurro de serenidad. La brisa que se desliza a través de la oscuridad es cálida, un bálsamo que envuelve mi ser, haciéndome sentir más vivo que nunca.

Hundido en la oscuridad, observé la casa que se cierne ante mí, desprovista de compañía, un blanco perfecto para las sombras y para los que, como yo, saben cómo bailar con ellas.

Hace cerca de una semana, una residencia de la ciudad capturó mi atención. Una morada aparentemente ordinaria, ocupada por una familia común de Japón. Sin embargo, su ubicación en las afueras de la ciudad, lejos del bullicio y la vigilancia, la convierte en un tesoro oculto para los ladrones.

Ahora, la casa yace vacía, silenciosa. Lo sé porque he estado merodeando, observando desde las sombras como la familia se ha marchado en un automóvil hacia un destino desconocido. Ya hace tiempo que los tenía en mi radar.

Me aproximé a la puerta, moviéndome con la confianza de quien ha perfeccionado su arte. Estoy siempre preparado, siempre listo.

Extraje mis herramientas con cuidado, mis compañeras. Inserté un pasador en la cerradura, empujándolo hasta su límite, manteniéndolo tan bajo como me fue posible. Luego, con un giro suave a la derecha, emulé la danza de una llave.

El pasador se movió apenas un centímetro, pero eso fue suficiente. La sutileza es clave, la fuerza bruta no tiene lugar aquí. A continuación, saqué mi ganzúa, introduciéndola con el lado curveado hacia arriba, sintiendo cada uno de los pernos, manipulándolos con una precisión quirúrgica.

Algunos ofrecían resistencia, otros cedían fácilmente, pero no encontré nada que no esperase. Y así, la puerta fue vencida por mi toque en menos de un minuto, sin muchos problemas.

Una vez traspasé la entrada de la residencia, el panorama era insípido. Podría saquear la televisión, o tal vez algunas joyas escondidas, pero sinceramente, nada de eso despertaba mi interés. Puede parecer absurdo, pero solo había venido para saciar mi hambre y de paso hacer uso del baño.

Exploré el lugar, y debo conceder que tenían una casa bastante encantadora, limpia y organizada hasta el último detalle. Mi deriva me llevó finalmente a la cocina. No había nada extraordinario, tan solo arroz, pasta, vegetales y demás provisiones.

Comencé a cocinar suficiente para tres. Sí, lo sé, mi apetito es grande.
Mientras la comida se cocía, ascendí por la escalera hacia el segundo piso, en busca del baño.

Cumplí con mi necesidad, y aproveché para refrescar mi rostro con algunas salpicaduras de agua. Todo parecía rutinario, hasta que al salir, sentí un cosquilleo detrás de mi tobillo izquierdo.

Instintivamente, di un salto hacia adelante, girándome para enfrentar a la causa de mi sobresalto.

Lo que encontré fue algo que, al instante, aplacó mis nervios. Un gato blanco me saludó con un tierno "miau".

—Fuu... Me diste un susto.

Me acerqué un poco para intentar acariciar su cabeza, pero el felino gruñó. A pesar de su advertencia, mi persistencia fue mayor y, como respuesta, el gato lanzó sus afiladas garras hacia mi mano.

—¡Gah!

Involuntariamente, solté un grito increíblemente femenino. Y yo que me creía varonil...

Examiné el daño; ahora tenía un rasguño en mi muñeca.
La vista de la sangre del corte me provocó una oleada de ansiedad.

No me agrada, me provoca náuseas. Pero supongo que es el precio que debo pagar por invadir esta casa.

Haciendo caso omiso de las sensaciones incómodas, regresé a la cocina, donde la comida que había dejado en la estufa, afortunadamente, no se había carbonizado. De hecho, estaba lista para ser devorada.
La comida resultó ser deliciosa, y debo admitir que incluso recalentada, la cocina de esta familia es sublime.

Lycoris Recoil: Deseo Morir - FanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora