Capítulo 2 | Recuerdos

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Brielle

La luz del auto apenas iluminaba la carretera mojada por la tormenta que azotaba la noche. Cada gota de lluvia que golpeaba el capó era como un recordatorio de la oscuridad que nos envolvía. Sentía el frío calar en mis huesos, robándome la calidez de mis pies y manos. Papá conducía con concentración, mientras mamá permanecía en silencio, absorta en su celular, quizás buscando un refugio en el mundo digital que nos alejaba de la realidad.

—Papá, ¿cuándo volveremos a Italia? —pregunté, intentando distraerme mientras miraba los diseños de mamá en su iPad. Cada uno era más impresionante que el anterior; su talento para la moda era algo que siempre me había fascinado.

—En tres días viajaremos allí, princesa. Mamá tiene que seguir coordinando su nueva línea de ropa —respondió papá, sonriendo a través del espejo retrovisor. En su voz, había un eco de amor y confianza que me reconfortó.

De repente, mi estómago rugió, y aproveché la oportunidad para sonreírle angelicalmente.

—Oye, papi —dije, tratando de poner una expresión de inocencia—, al llegar a casa, ¿me podrías preparar algo de cenar?

Él soltó una risa que hizo que mi corazón se sintiera cálido por un momento.

—Brielle, amor, ya hemos cenado —intervino mamá, su tono divertido llenando el auto.

Era verdad, pero la comida de papá siempre tenía un sabor especial, como un abrazo.

—Déjala, cariño. Al llegar te prepararé algo delicioso, princesa —me guiñó un ojo, y en ese instante, todo parecía perfecto.

—No puedo contra ustedes dos, siempre salen en defensa del otro —bromeé, pero había algo en sus miradas que me hizo sentir como la niña más afortunada del mundo.

—Ella es mi princesa y mi pequeño tornado. Si ella quiere comida, ¿quién soy yo para negárselo? ¿Verdad, cariño? —preguntó papá, asintiendo hacia mí.

—¿Y yo qué soy? —dijo mamá, fingiendo ofensa, aunque su tono era burlón.

—Tú eres el amor de mi vida —papá besó su mano, un gesto que nunca fallaba en sacarme una sonrisa.

Siempre he visto a mis padres como dos almas entrelazadas, perdidamente enamorados. Su amor era puro y mágico, un faro en un mundo que a veces se sentía demasiado oscuro. Cuando yo sea grande, quiero un amor así.

—Te amo —dijo mamá.

—Y yo a ti, cariño —respondió papá, acercando su rostro para darle un pequeño beso. Luego, ambos me miraron por el espejo retrovisor, sonriéndome.

—Yo también los amo. No sé qué haría sin ustedes —susurré, sintiendo que el calor del hogar me envolvía.

...

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