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[Narra Becca]

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[Narra Becca]

Era media tarde y yo estaba en la playa. La clase estaba por comenzar; me había pasado la noche anterior planeando y cerrando todo. Me había levantado con los nervios en la garganta y una sensación que aún no lograba descifrar del todo en el pecho. Había pasado el último tiempo preparando las tablas, preparando detalles y cerrando algunos otros. Todo estaba perfectamente calculado. Lo único que faltaba eran los alumnos.

El sol ya estaba alto cuando me acerqué a la orilla, mirando el mar con entusiasmo de ver aparecer a alguien. Cualquiera. Pero a medida que los minutos pasaban y el calor comenzaba a ser agobiante, la playa permanecía desolada. El lugar donde esperaba encontrar a jóvenes ansiosos por aprender estaba vacío. Mi estómago se hundió al darme cuenta de que nadie iba a venir.

Poco después, comencé a escuchar algunos murmullos de la gente que pasaba cerca. Eran padres, comentando entre ellos. Los fragmentos de conversaciones llegaron hasta mí como cuchillos:

—Dicen que no es seguro que nuestros hijos estén cerca de ella... después de todo lo que pasó.

—No quiero que mi hijo aprenda de alguien que ha tenido tantos problemas.

Las palabras pesaban, y la sensación de rechazo me golpeó con fuerza. Tragué saliva, sintiendo cómo la frustración y la tristeza me abrumaba. Todo mi esfuerzo, toda mi ilusión, parecía desvanecerse en el aire. Me acerqué lentamente hacia las tablas, con la intención de recogerlas y darme por vencida, cuando escuché una voz familiar que me hizo detenerme.

—¡Hey, chocolatito! —gritó Alex desde la distancia, y cuando levanté la vista, lo vi caminando hacia mí, seguido de un grupo considerable de niños con sonrisas en sus rostros y energía desbordante.

Alex se acercó, con una expresión que combinaba orgullo y complicidad.

—Pensabas que ibas a dar la clase sola, ¿verdad? —me dijo con una sonrisa mientras señalaba al grupo de niños que se amontonaban detrás de él—. Estos pequeños surferos están más que listos para aprender. Y tú serás su maestra.

Sentí un nudo en la garganta al verlo allí, presentándome a esos niños con tanta confianza. Él había traído a todos, creyó en mí cuando nadie más lo hizo. Mi voz salió entrecortada cuando intenté hablar.

—Alex... yo... no sé qué decir...

—No tienes que decir nada —interrumpió, guiñándome un ojo—. Solo haz lo que mejor sabes hacer: enseñarles a amar el mar.

Con una sonrisa, me volví hacia los niños y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que este era el comienzo de algo nuevo.

—Bien, chicos, vamos a empezar —dije con entusiasmo—. ¡Agarren sus tablas y prepárense para surfear!

Las sonrisas de esos niños iluminaban la playa, llenando mi corazón con algo que nunca antes había sentido. Su emoción y sus miradas curiosas era algo que apenas podían contener.

Un último verano juntos [NUEVA VERSION]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora