IV.

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—Odio lavar los platos.—

—Lo sé.—

—¿Quieres hacer esto tú? Yo puedo cocinar.—

—Vas a envenenar a todo el hospital, Meg.—

—Te odio.—

—Eso también lo sabía.—

Los únicos sonidos que había en la cocina eran el agua corriendo en el fregadero y el aceite salteando dentro del sartén. Se daban la espalda, una lavaba y secaba la vajilla mientras la otra freía unos vegetales. Alice las había ofrecido para hacer la cena (Meghan no estaba de acuerdo con la decisión, gruñó todo el tiempo). Quería agradecerle a Jia y a la gente del hospital por su buena voluntad hacia ellas, y cómo cocinar era algo que le gustaba (y que sabía hacer bien sin derretir nada, al contrario de su hermana), decidió que hacer una cena sería una bonita forma de decir gracias. Meghan se volteó luego de cortar el agua, y apoyó su cuerpo en el fregadero, secando un plato azul.

—¿Estás segura que no necesitas ayuda? Son cincuenta y cuatro personas, Al.— dejó el plato encima del mueble, tomando otro y repitiendo el proceso.

—He hecho cenas para más gente, ¿no recuerdas la colecta de nuestra escuela? Habían familias enormes.—Meg bufó, pero siguió con lo suyo, comentando que igual había recibido ayuda.


Dos maravillosas semanas en MayWeather habían pasado. Durante su primera semana, fueron chequeadas por una doctora, quien les dijo que habían perdido mucho peso y que estaban deshidratadas (lo que había provocado el desmayo de Alice y los múltiples dolores de cabeza de Meghan). Les recomendó hacer ejercicio y tener una dieta saludable, algo a lo que podían acceder gracias a los cultivos que tenía el hospital. Ambas tomaron responsabilidades dentro de la institución: Alice ayudaba con los vegetales y en la cocina la mayoría del tiempo, también curaba a la gente con heridas menores. Su hermana, por otro lado, patrullaba la entrada, pero a veces igual apoyaba en el área medicinal (fue por una emergencia, llegó una persona con una cuchillada en el brazo y ella era la única que estaba cerca y sabía coser). Disfrutaban de desayunos, almuerzos y cenas en una mesa, con cubiertos, platos y sobretodo, con gente. Extrañaban las conversaciones sobre cosas sin importancia, cómo hablar de las caricaturas que veían cuando niños o cuál era su materia favorita en la escuela. Extrañaban la vida que daban las personas, la energía que entregaban.


Cuando los platos estaban dentro de sus estantes, la mayor se acercó a la rubia, con una sonrisa ladeada en su rostro. Alice la miró con el ceño fruncido, cuestionando su expresión.

—¿Qué te pasa?— preguntó, volviendo a lo suyo.

—Dicen por ahí que Liam quiere que tengan una cita.— Meg apoyó su codo en la encimera, levantando las cejas sugestivamente hacia su hermana. Al bufó, negando con la cabeza y rodando los ojos.

—¿Una cita? Me pregunto qué lugar será más romántico, el cementerio en el patio o las calles llenas de sangre. Ahora que lo pienso, la chatarrería en la esquina sería preciosa...— respondió, observando a su hermana con la muerte en sus ojos. —Además, es raro. Y lo sabes.— Liam era un chico que trabajaba con Meg en la guardia, tenía buen físico y un aún mejor sentido del humor, pero Alice lo encontraba desagradable en todo sentido. Meg no era la mayor fan de él tampoco, pero intentaba llevar una buena relación con el chico. De repente, Meg agarró el brazo de Al, observando las palabras en este.

—¿Estas segura que él no es el Señor Indicado?—  Alice le dio un codazo a su hermana, alejándola de su cuerpo. Meg se sobresaltó, pero entendió que era un tema sensible para la menor, y decidió retirarse, murmurando un "llámame si necesitas ayuda".

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