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El invierno nunca fue una estación que Meghan tuviese dentro de sus favoritas. Encontraba que era hermoso de una forma poética, pero odiaba el frío con todo lo que tenía. A Colin parecía no importarle recorrer un bosque en medio de esas bajas temperaturas, cargaba la pila de troncos y ramas sin problema alguno. Los músculos de su brazo se flexionaban a medida que caminaban, distrayendo a la chica, quien intentaba con mucho esfuerzo no quedarse mirando.

El sol estaba en su punto máximo, aunque no calentaba nada, por lo que se podía asumir que era mediodía.

El tramo de la caminata no era largo, pero la nieve espesa del piso les alentaba el paso. El silencio entre ambos no era incómodo, considerando que casi no habían hablado desde que ella y su hermana llegaron al campamento.

Meghan comparó los troncos en los brazos de su acompañante con la pila de ramitas que llevaba en sus antebrazos y se sintió entre aliviada por ayudar y al mismo tiempo muy, muy inútil.

Estaba tan perdida en sus pensamientos que no notó una raíz que sobresalía de la nieve en el piso, causando que su cuerpo (y las ramitas) se azotaran contra él.

Levantó la cabeza del suelo, escupiendo la nieve que le había entrado a la boca. Volteó la cabeza y vio a Colin con una mueca de seriedad, la cual dos segundos se deformó con su risa. Sus ojos azules se encogían y se arrugaban en las esquinas, había un brillo de maldad en ellos. La chica rompió en risas de igual manera, intentando levantarse del suelo, pero la manera en que la risa sacudía su cuerpo se lo impedía. La risa de Colin resonaba por todos los alrededores, y Meg estaba casi segura que uno de los infectados lo oiría e iban a terminar muertos. El muchacho inhaló un par de veces y apretó los troncos con un brazo, estirando el otro para ayudar a la chica. Meg procesó lo ridícula que debía verse encima de la nieve, con cientos de ramas esparcidas a su alrededor y con la mitad del cuerpo sumergido en la sustancia blanca. Levantó el brazo y le agarró la mano, sintiendo como el calor de esta se esparcía por sus huesos. Se alzó del piso con la ayuda de Colin y recogió las ramas del piso, volviendo a agarrarlas.

Miró a Colin sin decir nada, el verde de sus ojos posándose en el azul, y él sonrió. Puso su brazo encima de los hombros de la castaña y siguieron caminando hacia el campamento, sin decirse nada.

Esa fue la primera vez que nació la conexión entre Meghan y Colin.

Meg miraba el techo, agarrando la manta y cubriéndose hasta la barbilla. Debían ser las tres o cuatro de la mañana, el viento movía los árboles de afuera y entraba un poco de luz lunar por la ventana. Miró hacia su derecha, observando el cabello rubio de su hermana que le daba la espalda. La envidiaba. Podía dormir o cerrar los ojos, aunque estuviese muy asustada o angustiada.

La mayor no llevaba mucho despierta, unos veinte minutos seguramente, pero las pesadillas no la iban a dejar seguir descansando.

Su memoria la llevó hacia Colin cuando abrió los ojos, a recordar por sobre todo su risa. Hace mucho que no veía el contraste de sus blancos dientes con su piel besada por el sol. Después de haberse ido de ese campamento y haber llegado al otro, o incluso cuando eran solo ella y su hermana, no se daba el permiso de pensar en él. En ellos, para ser más específicos.

Se dio un par de vueltas en el colchón, cerrando los ojos y arropándose con las mantas, pero decidió darse por vencida. Salió de su capullo de calor, poniéndose pantalones y agarrando una linterna. La escalera empinada fue un desafío, terminó con la luz en la boca y bajando los escalones sentada (a los ocho años su vecina la empujó y su cabeza acabó en la pared, no la pueden culpar por tomar precauciones).

El piso estaba helado en comparación a su cuerpo, pero el ambiente estaba cálido. Escuchaba ronquidos desde una de las habitaciones, pero no distinguió de quién eran. No le apetecía sentarse en el sillón, era como lo mismo que quedarse arriba, entonces salió para tomar aire fresco.

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