Estaba oscuro. Hacia un frio que helaba los huesos.
Teodora no podía ver nada. Estaba rodeada de una oscuridad sofocante, no sabia que estaba pasando. ¿Y sus amigos? ¿Leo? ¿Xóchitl?
No había nada, y de pronto Teodora se sintió tan pequeña. No sabia donde era arriba o abajo, solo supo que todo le daba vueltas, no podía respirar. Estaba aterrada, y sintió como su garganta comenzaba a cerrarse peligrosamente rápido.
El aire le faltaba, y sentía como si le hubieran atravesado la cabeza con un pincho.
No podía ver, no podía pensar. Estaba completamente congelada.
...
Teodora abrió los ojos de golpe. Mirando a todos lados frenéticamente reconoció su propia habitación a la luz de la luna, con el viento soplando a través de sus cortinas viejas y rasgadas. Tomo una bocanada de aire, y luego otra, y luego otra, intentando regularizar su respiración.
Hasta que recordó que en realidad no necesitaba respirar.
El sentimiento de terror puro no dejaba su mente, y sentía como temblaba pese a no sentir el frio de la noche. La sensación de asfixia no se iba aunque ella supiera que ya no podía asfixiarse. Y aunque la luz a través de su ventana iluminaba ligeramente su cuarto, las imágenes de aquella oscuridad interminable no dejaban su mente en paz.
Sin pensarlo mucho floto lentamente al borde de su cama, para luego bajar sus pies, como si pudiera tocar el piso, e intentó ponerse unas pantuflas polvorientas que yacían bajo de ella, imitando los ademanes que hacía hace muchos años añorando la familiaridad y confort de estos, bien dicen que los viejos hábitos nunca mueren.
Un nudo comenzó a formarse en su garganta cuando se dio cuenta que no podía colocarse las pantuflas, y sintió como pequeñas gotas de agua derramaban de sus mejillas cuando noto la sensación incorpórea y ingrávida que conllevaban ser un fantasma, sin poder tocar el piso.
Aunque nunca lo expresara, Teodora estaba harta de ser un fantasma. Añoraba con nostalgia poder sentir las cosas con la yema de sus dedos, y sentir el peso de su propio cuerpo cada mañana, extrañaba hablar con las personas (incluso con aquellos aristócratas estirados) que tanto le fastidiaban la vida, y ahora por fin la ignoraban en muerte. Extrañaba usar aquellos vestidos estorbosos y pesados que la hacían ver como una princesa, y la sensación de solidez, de poder agarrar cosas sin que estas la atravesaran.Había cosas buenas claro, poder esfumarse en el aire y viajar en el tiempo eran cosas que nunca cambiaria por nada del mundo, pero las cosas malas ganaban por mucho.
Con dificultad para respirar y la vista nublada, se deslizo suavemente por los pasillos y escaleras de aquella maldita casona, que alguna vez había sido motivo de orgullo y alegría, ahora solo representaba tristeza y arrepentimiento. Intento bajar los escalones con sus propios pies sin mucho éxito, y por fin llego a su destino. La cocina.
Antes de que pudiera hacer nada, noto que no era la única que no podía dormir. Xóchitl también estaba ahí. Tenia los ojos rojos y respiraba como si tuviera hipo. Teodora rápidamente entendió. Ella también había estado llorando.De pronto, Xóchitl ahogo un gritito.
—¿T-Teodora? ¡Por Dios, no me espantes así! —dijo la peli café, a medio camino entre una exclamación y un suspiro—¡E-Es d-decir, no esperaba v-verla por aquí!