Leo se sentía... solo.
Habían pasado algunos años después de su ultima aventura con el charro, y aunque al inicio pensó que la perdida de sus "poderes" seria algo temporal, con el paso de los meses se dio cuenta de que no era el caso. Se había quedado solo, de nuevo.
Sus amigos habían sido su única familia por muchos años, pasando más tiempo entre los muertos que con los vivos, y ahora que ya no estaban se sentía fuera de lugar. Como si el mismo fuera un fantasma, pero incapaz de seguir adelante.
Veía a la gente pasar de largo, viviendo sus vidas, hablando entre ellos. Se preguntaba acerca de sus vidas. ¿Cómo se puede llevar una vida normal después de haber pasado toda su infancia y adolescencia cazando fantasmas? Siempre al borde de la muerte y sin saber que pasaría después.
Por culpa del Chupacabras, y posteriormente del Charro Negro, había perdido el contacto con la poca gente viva que conocía, pues entre viajes e investigaciones no tenia tiempo para escribir cartas. Luego estallo la guerra, y los recursos habían escaseado aún más.
Pero eso se había acabado. Las cosas por fin se habían calmado. Mas de lo que a Leo le gustaría, pero calmadas igualmente. Se sintió culpable por ni siquiera haber pensado en sus amigos en sus viajes, y se pregunto si siquiera se acordarían de el.
Pronto partiría. El diario de los viajes náuticos de su padre le había dado nuevas ideas para sus aventuras, incluso sin sus poderes. Tomaría el primer barco que encontrara en el puerto de Veracruz y se iría de ese pequeño pueblo por un buen rato.
Aunque... quizás debería escribirles a sus amigos para informarles de tan grandes noticias, seria injusto de su parte irse sin avisar. Ya se lo habían recriminado muchísimas veces. No cometería ese error de nuevo.
Estuvo a punto de gritarle a Teodora, para preguntarle si no había visto el tintero, cuando recordó que ya no estaba. Auch.
Antes de darle tiempo a su cabeza de sumirse en su miseria de nuevo, se levantó rápidamente y comenzó a buscar papel y pluma. Gracias a que su nana siempre tenia la casa ordenada no le tomo mucho tiempo encontrar lo que buscaba.
Ahora venia la parte difícil. Escribir.
Leo nunca había sido particularmente brillante con las palabras, incluso hablar le costaba trabajo, pasando años de intentar quitarse el tartamudeo de la boca. Si Don Andrés estuviera aquí, podría pedirle ayuda con la carta. El y Alebrije sabían muchísimo de letras, uno por que había venido directo desde España, cuna del idioma que ahora hablan, y el otro por que durante mas de 52 años había estado encerrado en la biblioteca de la casa de los Villavicencio.
Suspiro.
Ahora no era tiempo de estar pensando en ellos. Tenía que terminar estas cartas antes de tomar la carreta que lo llevaría a Veracruz, y cuando terminara, iría a la casona para despedirse una última vez.
Bueno. Manos a la obra. Primero lo primero, debía decidir a quien le mandaría la carta.
Primero pensó en Valentina, aquella chica tan valiente que lo había salvado de las momias más veces de las que le gustaría aceptar allá en Guanajuato, pero el problema era que ahora estaba en Valladolid, la capital de Morelia. No recordaba exactamente la dirección de la casa de sus tíos, y aunque ella le había escrito un papel en donde venia anotada, tenia que buscarlo entre sus miles de libros llenos de información sobre sus aventuras. Desventajas de ser una persona desorganizada, supuso.
De todos los lugares a los que había viajado ¿Cuál era el que quedaba mas cerca de Puebla? Pensó en Intendencia de México (o Estado de México, no estaba muy seguro) donde conoció a Rupertino y a Beatriz, pero pensó que sería extraño escribirles una carta considerando que la única que vez que hablo con la hija del estafador, la había llamado ladrona. Así que los descarto, pensaría en que escribirles más tarde.