Xochitl se sentía, extraña.
Muy extraña.
Parecia que tan solo habían pasado algunos meses desde que había conocido a Leo como aquel pequeño llorón y asustadizo incapaz de avanzar mas de tres pasos por la casona sin pegar un grito peor que los de la niña Teodora cuando tocaba el piano.
Pero ahora ya no era aquel chiquillo que sostenía su mano mientras caminaban por que tenia miedo de las creaturas que habitaban el lugar, ahora era un muchacho hecho y derecho de veinte años, con un porte de líder y una mirada fiera pero valiente.
Ella no había estado presente con el durante toda esta transformación en su personalidad e incluso en los pocos momentos que llegaron a compartir sus interacciones siempre eran breves y apresuradas, porque la situación siempre se ponía en su contra.
Así que ahora se sentía algo perdida, insegura de como hablarle, o siquiera mirarle. Su único recuerdo real con el muchacho fue aquella noche donde venció a la Nahuala hacia tantos años ya.
Así que decir que ella estaba incomoda era, cuando menos, una subestimación ridículamente exagerada.
Ella también había cambiado durante su ausencia. Lo cual era extraño, porque no había tenido ningún cambio significativo en su ser desde hacia mas de 52 años, cuando fue víctima de la bruja en forma de nahual que ataco a los Villavicencio. Había crecido, no solo en madurez sino que también físicamente.
Y no era tonta. Sabia perfectamente que seguir comportándose como una niña enamoradiza suspirando y sonrojándose cada vez que veía a su “crush” (como lo llamaba la niña Teodora, que tampoco era una niña ya) era algo un poco estúpido y ridículo.
Es decir, por favor. Habían pasado más de ocho años desde que se enamoro de el por primera vez, y por lo menos cinco desde que le perdieron el rastro por completo. Ya debería haberlo superado a estas alturas de su no-vida.
Sabia que incluso aunque el milagrosamente recuperara sus poderes y pudiera volverla a ver, no podrían estar juntos por que ella estaba muerta y el no.
Y aunque todos estos pensamientos inundaran su cabeza, ella sabia que simplemente no se podía razonar las emociones. Por mucho que su consciencia le gritara y pataleara que tenía que superarlo, simplemente no podía.
Porque ella seguía perdidamente enamorada de el y ni todos los siglos del tiempo lograrían disipar sus sentimientos.
Así que aquí estaban de nuevo.
Para ser honesta, jamás había pensado en que tal vez, podrían pasar mas de cinco minutos juntos en la misma habitación sin que alguna fuerza del destino se interpusiera en su camino y la separa de su lado de nuevo.
Por lo que nunca considero necesario pensar en cosas sobre las que pudieran hablar de forma casual, sin la presión de tener que gastar sus preciosos momentos juntos en información vital que podría salvarle la vida.
Había un millón de cosas de las que quería hablarle, preguntas sobre como había cambiado el mundo fuera de aquella casona abandonada por dios.
Quería contarle sobre su hermano Chimo, y como lo extrañaba, quería contarle sobre todas las creaturas mágicas con las que se encontró cuando paso al otro barrio, y tal vez sacarle un susto o dos con monstruos que ella misma se habia inventado.
Quería preguntarle por sus aventuras, sobre la vida fuera de puebla. Y aun mas importante, sobre Toñita. Como estaba? Aun se acordaba de ella? ¿Cómo la había tratado la vida después de que ella murió?