XVII: La hora de mi muerte

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Las luces estaban apagadas, el cuarto a oscuras y frío, a pesar de que las dos personas en él se encuentran muy calientes. La nieve había comenzado a caer fuera y el viento golpeaba contra la ventana que hay casi llegando al techo, pero Felix se encontraba muy ocupado para prestar atención a la tormenta que, poco a poco, comenzaba a formarse.

No podía dejar de gemir sobre la boca del Diablo debido a las aceleradas embestidas que éste le daba. Tan solo se oían los chasquidos que formaban sus labios, la cama crujir un poco y el sonido de Minho entrando y saliendo de Felix. Ambos desnudos, unidos de la mejor forma posible.

—Voy a... —Intentó avisar el pecoso, pero fue demasiado tarde. Soltó un jadeo ahogado y algo agudo mientras arqueaba su espalda y doblaba los deditos de sus pies, tensando cada músculo de su cuerpo a la vez que su esencia salía, manchando ambos torsos. Exquisito.

Mientras intentaba recuperar la respiración, se mantuvo quieto hasta que el ente llegó al orgasmo en su interior. Ambos quedaron sudorosos, respirando entrecortado y con los cuerpos pegados. Minho se sostenía con sus brazos a los lados de la cabeza de Felix, y comenzaba a darle profundos y lentos besos en los labios, los cuales eran correspondidos de inmediato. Sus manos bajaron por el pequeño cuerpo del menor hasta llegar a las nalgas.

—Ya no voy a dejar que nadie vuelva a lastimarte. —Presionó sus manos para apegarlos más, sin dejar de besarlo. Los brazos del menor rodeaban el cuello del ente—. Tú eres mío.

—Sí... —Y, maldición, sí que lo era.

Los besos continuaron, pero Minho pudo notar como éstos se volvían más lentos de parte de su niño favorito. Salió del interior de este último y se puso a su lado, atrayéndolo a sus brazos y agitando su mano, provocando que las cobijas volaran en su dirección y los taparan a ambos.

Sabía que Felix no tenía sueño, porque llevaba durmiendo gran parte de las tres semanas que había pasado sin irse ni un momento. El adolescente tenía miedo, incluso a veces temía estando junto al Diablo y éste debía de comenzar a explicarle que nada más malo que él podía permanecer a su lado a la vez que el ente se encontraba allí. Estaba delgado, pálido, con marcas que él no hacía. Eran golpes, golpes insignificantes como rozar los dedos contra un mueble, o marearse y apoyarse bruscamente contra una pared. Ya no reía tanto, sonreía poco, y se mareaba mucho.

¿Debía Minho ignorar las súplicas de Felix e irse en busca de lo que lo dañó? No estaban llegando a nada, y su chico estaba muriendo por su culpa.

Se pasó la noche en vela, como siempre, pensando miles de cosas mientras acariciaba el rostro de su esposo y lo admiraba hasta el amanecer.

Se pasó la noche en vela, como siempre, pensando miles de cosas mientras acariciaba el rostro de su esposo y lo admiraba hasta el amanecer

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Era 20 de diciembre. La nieve continuaba cayendo y la familia Lee empacaba para irse a la cabaña en la cual siempre se hospedaban para pasar la navidad junto a los tíos y primos de Felix. Éste último se encontraba doblando ropa sobre su cama con un bolso abierto a un lado. Dominique se oía en el piso de arriba y el pecoso no paraba de tararearla. Minho lo observaba en una esquina con los ojos más grandes de lo normal y serio, como si estuviese traumado: Aquella canción había sido reproducida más de siete veces y su esposo la seguía cantando.

Dancing With The Devil | MinlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora