Un día después de haber despertado, estaba fuera.
Podría haber salido incluso horas antes, porque gracias al arcángel se encontraba en perfectas condiciones, pero a los doctores les resultó extraño, y decidieron mantenerlo en observación por un día más antes de dejarlo ir. Felix ya era conocido en aquel hospital debido a las miles de veces que sus padres lo habían llevado, y más últimamente por todo lo sucedido, así que las personas realmente sospechaban algo extraño.
Su familia lucía asustada al principio, cuando comenzaron a hablarle. Apenas lo llevaron a la casa —fue un viaje silencioso e incómodo— lo hicieron estar en la sala, y acostarse allí. Llamaron a un sacerdote de la iglesia en donde el Sacerdote William también solía estar, y pidieron por él para bendecir la casa, y verificar que Felix no tuviese nada dentro, o a su lado.
Así fue: David llegó, bendijo cada lugar de la casa, limpió toda mala vibra —la cual aseguró que había, y mucha—, y también inspeccionó a Felix. Éste permitía que hagan lo que quisieran con él, porque poco le importaba.
El día había transcurrido normal. El pecoso se la había pasado en su habitación. Al entrar, tan solo se sentó en su cama y tocó las cobijas, sintiendo la textura de éstas. Intentó recordar cosas profundas, cosas que sabía que solían matarlo de dolor, pero no. Nada le dañó el pecho, nada lo hizo tener emociones.
Nada.
Aun así, no estaba seguro. Necesitaba una confirmación, porque podría estar en shock.
Se fue a dar un baño, se vistió, y ordenó su habitación. Cambió los muebles de lugar, e hizo espacio en la mesa donde hacía su tarea de la universidad, quitando los vinilos escondidos de debajo de su cama y acomodándolos de manera ordenada. ¿Por qué los ocultaría? Ya no tenía miedo.
Luego tan solo subió a comer, y no tenía hambre, pero lo hizo de todas formas. Se mantuvo callado mientras los Lee intentaban entablar conversaciones alegres, fingiendo que nada ocurrió, que todo estaba bien y no habían presenciado muerte, ni caos. Principalmente, fingiendo no saber el que su hijo menor se casó con el Diablo.
Llegó la hora de dormir, y el sueño no apareció en toda la noche hasta las ocho de la mañana, cuando finalmente se durmió...tan solo dos horas. Estaba cansado, pero no le afectaba como realmente debía afectarle.
No soñó absolutamente nada.
Cuando subió a desayunar tan solo se encontró con su madre, la cual claramente estaba llorando. Su rostro estaba rojo, sus ojos llorosos y sus mejillas húmedas. Se limpió rápidamente la cara cuando vio a su hijo llegar a la cocina: No quería que éste se preocupara, pero, de todas formas, no lo hizo.
—Buenos días, mamá —dijo, pasando de largo hasta la encimera, preparándose su desayuno.
Buscó una taza, su té y puso agua a hervir antes de buscar el azúcar.
Oyó a su madre sorber su nariz.
—Felix... tenemos que hablar. Por favor, siéntate.
El nombrado se giró con el ceño levemente fruncido y asintió antes de volver a girarse.
—En un minuto, mamá. Tan solo me sirvo el té, y hablamos.
—Bebé... necesito que hablemos ahora. —Sollozó, tapando su rostro y nuevamente comenzando a llorar en silencio.
Felix ni siquiera se inmutó. Como si su madre no estuviese allí, incluso tarareó mentalmente una canción de Elvis Presley, alejando la tetera del fuego y sirviendo el agua en la taza, tomándola y yendo hacia una silla, sentándose y suspirando antes de comenzar a revolver el té.
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Dancing With The Devil | Minlix
ParanormalEs 1967 y Felix está harto de ser aquel chiquillo religioso al cual todos molestan. Cansado de un dios fingiendo oídos sordos, decide tomar sus propias riendas a escondidas: ¿Qué tan mal podría irle si recurriese al mismísimo Diablo? ¿Qué tan rápido...