La familia Lee partió a las afueras de Londres al siguiente día. Felix salió unas horas después desde que despertó, pero decidieron esperar un poco, dejarlo descansar en su propia casa, en su cuarto, donde el pecoso menos deseaba estar. Podía sentir el malestar —el usual— irse con lentitud de su cuerpo, dejándole un leve vacío en el pecho que, poco a poco, y sin darse cuenta, estaba volviéndose más grande.
El estar solo, en silencio, y acurrucado en la cama de su habitación le hacía recordar cuánto extrañaba a Minho, y lo mucho que, a veces, odiaba que fuese el Diablo. Tenerlo lejos de él era una lenta tortura, y prefería pasar por cualquier otra que le trajera dolor físico a pasar por uno que solo le hacía doler el corazón y no parar de pensar ni por un segundo.
Quedó clarísimo que no había descansado ni un poco aquella noche, porque todo el cuerpo le dolía, y porque no podía dormir sin hablar con Minho antes. Además de sus hematomas y notables ojeras oscuras bajo sus ojos, cargaba con un tremendo mal humor que apenas lo estaba dejando respirar.
¿Era dependiente? No le agradaba admitirlo, pero continuaba siendo una realidad.
Su familia, la cual jamás lo vio de aquel modo, tan gruñón, maleducado, decidieron ignorarlo, y tratarlo como siempre antes subir al vehículo. Sarah y Dongyul conversaban en los asientos de adelante, Katie escribía en su diario, y Felix veía por la ventana en el asiento de atrás, absorbido por sus pensamientos.
—Será un precioso viaje, ¿verdad?
—Si, cariño —le respondió Dongyul a su esposa, suspirando a la par que observó por el espejo retrovisor a su hijo—. ¿Felix? —Intentó ser cauteloso—. ¿Todo en orden?
El adolescente encontró su fría mirada con la ajena por el espejo retrovisor, dejándole claro que no deseaba conversar. Si no luciese tan adorable, daría miedo.
Katie silbó al notar que no hubo respuesta de su parte
—¿Estamos de mal humor? —bromeó con ánimos, aun escribiendo en su cuaderno.
Felix regresó la mirada al exterior del vehículo
—Sí, le sucede a la gente que cae por una escalera y se lastima —respondió en un tono sarcástico.
Su hermana mayor se encogió de hombros.
—Cada uno sabe en dónde se mete, ¿verdad?
Y Felix no comprendía para nada lo que sucedía: Tal vez extrañaba mucho a Minho, tal vez necesitaba su presencia, o tal vez deseaba su propia extinción.
Tal vez estaba harto de lo que le sucedía, de la farsa de familia que llevaba consigo y el cómo ninguno quería admitirlo o el cómo su padre intentaba brindarle su confianza cuando fue una porquería desde que era pequeño. No supo qué fue, pero aquella ira enjaulada en su pecho lo hizo girarse con lentitud hacia su hermana, y dedicarle una mirada desquiciada.
—Te detesto —le dijo, con su voz algo ronca debido al enojo que cargaba. Katie se lo quedó viendo a la par que Sarah se giró, indignada al haber oído las palabras a su hijo.
—¡Lee Felix! ¿Qué rayos sucede contigo? —Felix la observó de reojo, sin apartar la vista de su hermana—. ¡Mírame cuando te hablo! —Finalmente lo hizo. Madre e hijo intercambiaron miradas—. No sé qué te sucede, pero no quiero volver a oírte decirle algo así a tu hermana y menos de aquella manera. ¿Me oíste?
El joven parpadeó con rapidez por unos segundos, observando una vez más a Katie, quien lucía incómoda. Sintió un sofocante nudo en su garganta al notar que asustó a su hermana, ya que jamás la trató de aquella manera, pero estaba cansado.
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Dancing With The Devil | Minlix
ParanormalEs 1967 y Felix está harto de ser aquel chiquillo religioso al cual todos molestan. Cansado de un dios fingiendo oídos sordos, decide tomar sus propias riendas a escondidas: ¿Qué tan mal podría irle si recurriese al mismísimo Diablo? ¿Qué tan rápido...