Capítulo I

18 0 0
                                    


Capítulo 1

1997 en Casiopea. 200 años después de la instauración de la Ley de Represión Académica.

Ser escritora no había sido una decisión. Era como si la profesión la hubiera elegido. Quizás su lado masculino predominaba en ella, no encontraba otra explicación para que, siendo mujer, se viera interesada en una profesión destinada únicamente a los hombres.

No había sido hasta hacía unas madrugadas cuando Sami y ella se habían dedicado a imprimir su primera novela, que se había replanteado las razones de su amor por la literatura. Lena recordaba con precisión el momento en que había sostenido Las vidas de una sonrisa que, de no existir leyes que lo penaran, hubiera llevado su nombre en vez de la texturizada leyenda de "Anónimo" con que habían estampado la cubierta. No era pesada, tendría unas doscientas páginas, olía a tinta fresca y a cuero curtido. Nunca olvidaría la sensación ni el aroma que despedía, casi como un ser vivo de corazón palpitante entre sus manos, tan ásperas por las tareas del hogar como por escribir a mano en su tiempo libre.

Sami había elegido el color esmeralda para la portada, e incluso le había añadido motivos dorados como los de esas ediciones de precios colosales que vendían en ciertas librerías de Casiopea. Una parte considerable de las estanterías pertenecía a la inmensa colección de ese autor famoso, que nadie creía haber visto en persona, pero cuyo nombre aparecía en boca de media ciudad y en las portadas de decenas de novelas de distintos géneros: Rivar Kanibe.

Lena fruncía el ceño cada que veía alguna de sus novelas, parecía dominar todos los géneros habidos y por haber, ¿acaso no tenía nada que hacer además de escribir? Lena había tardado meses en completar su primera novela y ni siquiera era muy larga. Estaba segura de que, aunque tuviera todo el día libre de las tareas de la editorial y la casa, y la pesada e inquisitoria mirada de tío Marcos no estuviera sobre ella como los ojillos oscuros de un buitre en todo momento, aun así, sería incapaz de escribir con esa proliferación.

Cuando caminaban por la avenida principal, los dos hermanos se entretenían en los escaparates donde admiraban esos viejos tomos de colección o las nuevas ediciones de Kanibe. Nadie sabía su secreto, pero el autor era capaz de escribir varios libros al año, por lo que su fama, así como sus ingresos, no hacían más que escalar. Lena lo envidiaba. Podía vivir de la escritura, era reconocido, sin llegar a ser asediado o juzgado, y nadie se atrevía a cuestionar sus habilidades en otras áreas por dedicarse a eso. En cambio, para una joven como ella, atrapada en las expectativas y estereotipos que rodeaban a su género, aquella profesión se le antojaba admirable, pero fuera de sus posibilidades.

Cualquiera diría que el hecho de ver sus palabras plasmadas con la seriedad de una imprenta, le haría sentir satisfacción, por desgracia (o por fortuna, según una lo tome), Lena Rojas era una muchacha que aspiraba la trascendencia en el mundo editorial al grado de pasar a la historia. La idea de ver su nombre impreso en un pedazo de papel nunca le había resultado tan atractiva como en ese momento.

Siempre le habían gustado los libros, mucho antes de aprender a leer. Esos entes que guardan vidas y lugares, capaces de atravesar el tiempo, de presentar posibilidades y de contar historias diferentes cada vez. Contenedores de conocimiento, felicidad y vida, vanidosos por naturaleza y tesoros de muchos. De haber sido posible, Lena hubiera deseado convertirse en uno. ¿Qué mejor forma de permanencia? (al menos si ignoraba el hecho de que la mayoría de los libros escritos por mujeres había sido echada al fuego hacía doscientos años durante La Quema). Así pues, de ser un libro, hubiera sido mejor ser uno escrito por un autor. De ese modo, podría ser atesorada y tratada con cuidado y cariño. Había escuchado de hombres que trataban mejor a sus libros que a sus esposas, "tiene razón en hacerlo, esa vieja le ha causado más de un infarto al pobre de Rosendo, lo mínimo que puede hacer es darle una paliza con la frecuencia adecuada", había escuchado a su tío decir alguna vez.

La ciudad de las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora