Capítulo 5

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Aquella mañana Eren se dedicó a la tarea de distribuir elixir de sol entre todas sus compañeras poetas. Era una tarea semanal que debían tomarse con mucha seriedad. Las consecuencias por no recibir los rayos solares podían ser fatales de no ser por el elixir. Una vez que hubo distribuido el elixir, se sentó con sus amigas y brindaron como siempre. Era una costumbre que les parecía divertida y ahora también esencial para iniciar bien la semana.

-¿Ya saben cuándo van a comprar sus vestidos de gala para el baile? -les preguntó.

-Aún necesito recuperar mi economía, es la tercera vez que me gasto todo mi salario en vino para ver si así me sale más poesía, en cambio, sólo termino con poemas cortos que no pagan mucho -respondió Orissa, aún somnolienta, bebiendo deprisa su elixir de sol.

-Tenemos que comprarlo en la próxima salida, ¿para cuándo está programada?

-Un sábado, creo que en dos o tres semanas. ¿Tienes planes para esta mañana, además de escribir? -preguntó Eren, al notar que Orissa también devoraba los huevos revueltos y el tocino en su plato.

-Quiero ganar nuestros lugares favoritos en el salón de poesía, ya ves que Nora y Violeta siempre llegan antes y nos los quitan.

El salón se llenó como de costumbre, y Orissa las saludó triunfal al final del aula donde había conseguido los mejores asientos, que eran un sillón de terciopelo verde a la Julio Cortázar, una butaca revestida en tinto y una silla de lo más mullida con estampados floridos que parecían salidas de una novela de Jane Austen. Eren escribió un poema de amistad, sobre todo dedicado a Ibea, que cumpliría años en unos meses y uno sobre su padre, quien había sido una figura ausente durante toda su vida y la hacía sentir minúscula con su baja opinión sobre ella. Con suerte, si escribía algo digno de ser compartido, podría participar en la convocatoria de octubre y esperar lo mejor. Nunca había ganado un concurso, aunque Mina reconocía que su escritura era bella, las imágenes conmovedoras y de un yo lírico intimista y sentimental, su buena opinión no había tenido mucho alcance en la ciudad.

-Chicas, ¿podrían regresar por mí estos libros a la biblioteca? Mañana se termina mi plazo y no he tenido tiempo de devolverlos -les pidió Mina, quien era la jefa y supervisora de su departamento, pero nunca les hablaba con la autoridad de no tener opción.

-Claro, yo puedo llevarlos -se ofreció Eren.

-Vamos todas -asintió Ibea, con seriedad.

Eren sintió un escalofrío ante la perspectiva de los sucesos más recientes. Creía que, después de media década ya se habría acostumbrado a los peligros de la oscuridad. Comprendía la reacción de su amiga al ofrecerse a hacer esa tarea sola. Ibea la quería más que a todas sus demás amistades. Llevaban cinco años de ser amigas, prácticamente desde el comienzo de las notas rojas en los periódicos de Sinua, no había duda en que eran almas gemelas, espíritus libres y amantes de la literatura.

A Eren casi le alegró que fuera tan peligroso andar sola por la ciudad. De otro modo, Ibea habría bajado directamente a comer. No obstante, al ser tan unidas, quería protegerla de sufrir el mismo destino que tantos otros alumnos a lo largo de esos años.

Después del horario matutino de escritura, con los seis tomos de filología hispana que, por alguna razón inexplicable Mina había sacado, marcharon a la biblioteca. Cada una llevaba dos de los enormes volúmenes. Eren pensó que podían saludar a Rémulus si estaba en servicio en la biblioteca. Sabía que le caía bien a Ibea al ser amigo de su hermano, y siempre era bueno hacer nuevos amigos, por muy amargados que estos fueran.

Entregaron los libros en ventanilla, donde Rémulus leía a Rivar Kanibe, un escritor que había subido a la fama en los últimos tres años, con varias novelas anuales. Todos admiraban su capacidad para escribir tramas y personajes profundos con tan poco tiempo. Sin embargo, por lo que había escuchado de Rémulus y los breves acercamientos que había tenido con él, el muchacho prefería los libros poco conocidos, le gustaba descubrir y, como decían mucho en la ciudad a modo de broma: "desenterrar" nuevos escritores.

La ciudad de las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora