Capítulo 4

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A un año de la destrucción de Sinua.

Sus tres novelas estaban en boca de todos. La prensa hacía reseñas y el público, más que aclamar, exigía que el escritor revelara su identidad. "Ya han pasado tres años, ya va siendo hora de que diga quién es". "¿Acaso no está conforme con que sí nos gusta su escritura?". "Si nos dijera quién es, seguramente se perdería el encanto, a lo mejor fue famoso en el pasado y ahora sólo quiere llamar la atención". "Deberían sacar más ejemplares en el siguiente tiraje, estoy seguro de que mi editorial está interesada en comprarle los derechos".

Lena escuchaba conversaciones acerca de sus libros de vez en cuando y en lugares muy variados, desde la imprenta de su tío hasta la panadería o, incluso la iglesia. "Los dioses nos mandan a leer el Manuscrito, no a llenarse la cabeza de polillas leyendo a autores seculares, que ni siquiera tienen el valor de decir quiénes son", había dicho el predicador el domingo pasado. Sólo entonces, Lena lo había volteado a ver. Con todo, no se sentía famosa. Por el contrario, a veces sentía que se asfixiaba si la miraban más de lo debido. Temía que alguien hubiera descubierto su secreto. ¿Qué sería de ella si tío Marcos la descubría? ¿La enviaría a prisión? ¿La casaría? ¿La asesinaría con sus propias manos? O, lo menos probable, pero aún posible, ¿se aprovecharía de su talento para hacer dinero?

Sus miedos se volvieron realidad unas semanas después de la publicación de su cuarta novela. Un cliente inconforme con un error imperdonable en la edición fue a reclamar a la imprenta. Sami se quedó helado al ver que su tío inspeccionaba el libro con el ceño fruncido. Más tarde le contó a Lena lo sucedido. El mismo error de siempre, que él atribuía a una de las máquinas de impresión de su tío, pues nunca, por más que lo intentaba, había conseguido que las cubiertas quedaran perfectamente cuadradas y el problema siempre estaba en la cubierta de cuartas, que tenía la esquina inferior izquierda ligeramente diagonal. Normalmente, los lectores ni siquiera parecían notarlo, debía ser un perfeccionista o alguien que coleccionaba libros para revisarlos tan meticulosamente, y más aún, para presentarse en la editorial con una queja, sobre todo si consideraban que no sellaban esos tirajes con la insignia de la Editorial Rojas. Tío Marcos lo había mirado con una furia que nunca le había visto antes, al menos no dirigida hacia él.

—"¡Sesenta ejemplares!", me gritó y me aventó el libro por la cabeza —le contó Samuel imitando a su tío a la perfección—. Luego dijo que era la última vez que aquello ocurría y se marchó. Pensé que venía a la casa a regañarte, pero no ha vuelto.

—Dudo mucho que sólo vaya a regañarme, va a matarme, o peor, quizá decida echarme de la casa, enviarme con las marchitas o a prisión.

Los escenarios se agolpaban en su cabeza y se abrían paso con sus raicitas afiladas. Lena se llevó una mano a la frente con la firme intención de decidir en ese momento qué sería menos arriesgado: huir sin mirar atrás con los ahorros que tenían o quedarse a ver el resultado de la furia de su tío.

—Pero él no sabe que eres la autora, sólo cree que me ayudaste a limpiar el taller después de cada publicación —señaló Samuel, sacándola de sus líos mentales.

Lena sintió que un gran peso desaparecía de su estómago, aunque aún sentía las palmas sudorosas, la nuca le picaba, como si sus ancestros quisieran decirle algo, pero no supieran cómo. Por un lado, se sentía enfadada porque su tío no la creía capaz de hacer algo más que de limpiar, por el otro, sabía que era mejor así, tío Marcos era un amante de las consecuencias, si algo lo hacía feliz era dar lecciones y consejos no requeridos a diestra y siniestra.

Más tarde escucharon llegar a su tío. Sus pasos resonaron en toda la casa. Intercambiaron una mirada llena de inquietud cuando entró al cuarto con decisión. Se dirigió directamente a Samuel y lo obligó a encararlo.

La ciudad de las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora