Capítulo 1

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Washington D.C.
Estados Unidos.
Presente Día.

La puerta noreste del despacho oval de la Casa Blanca se abrió dejando ver a un canoso hombre detrás del escritorio. Tenía un gran archivo frente a él, cambiaba rápidamente de página mientras pasaba su mano por su ya blanca cabeza. El estrés se presenciaba en su rostro, sus manos temblorosas cada vez que leía alguna línea del documento. Los estados de cuenta lo estaban matando, las cuentas no cuadraban. Estaría metido en un gran lío si al final de su mandato el país se veía desbarrancado.

Lisa rio por lo bajo mientras el hombre ni siquiera había notado su presencia en el lugar. Lo más triste es que por más cuidadosa que hubiese sido para engañar al director de la OMB, probablemente él también terminaría en la cárcel.

— Manoban está aquí, señor — Le avisaron repentinamente.

Como acto seguido, sus manos se detuvieron, y aún a la distancia se pudo observar como tragaba saliva al escuchar ese apellido. Tomó un gran respiro antes de levantar la mirada para encontrarse con la muchacha.

Lo miraba fijamente, con el rostro lleno de burla y diversión. Adoraba la desgracia ajena, y más aún, ver como las personas temían con el solo hecho de escuchar su nombre.

— Déjanos solos — Ordenó a su asistente. En seguida, la mujer salió cerrando la puerta. Dejando al actual presidente y a  Lalisa Manoban en la habitación.

Se encaminó hacia el escritorio. Su actitud despreocupada daba mucho de qué hablar. Vestia jeans, y una gran sudadera que le llegaba a la mitad de los muslos. Su atuendo era complementado con unas vans negras. Su lacio cabello negro estaba recogido en una coleta, y su flequillo perfectamente peinado.

Lucía relajada, sus ojos eran fríos, rodeados de unas lacias y claras pestañas que los hacían parecer adormilados. Sus marcados pómulos terminaban de perfilar su rostro para hacerlo macabramente divino. No era muy alta, pero debajo de sus holgadas ropas había un cuerpo trabajado.

— No esperaba tu visita — Dijo en el momento en que Lisa se posicionó frente al escritorio. Le sonrió divertida.

— Ese era el punto — Respondió con fluidez, y orgullosa de la sorpresa que habia ocasionado en el viejo.

Se sentó en una de las sillas frente al escritorio. Subió ambas piernas en el asiento, doblándolas una encima de otra, miró detenidamente al hombre que guardaba silencio ante su presencia.

Se recargó en el respaldo de la silla mientras extendía sus brazos por el respaldo. Marco la miraba atenta. Tenía miedo de que en cualquier momento sacara su pistola y le despedazara el cerebro.

— ¿Cuándo llegaste? — Pudo formular después de unos minutos

Lisa rascó su cabeza en respuesta a la aburrida conversación en la que se iba a embarcar con el hombre.

— Hace unos quince minutos — Dijo mientras se inclinaba al escritorio para alcanzar una pequeña estatuilla moái.

La miró por unos segundos, recordando su último viaje a Chile, uno no muy bueno para hacer memoria. Desde aquella vez, jamás había regresado a ese país, y probablemente jamás lo haría.

Levantó la vista hacia su acompañante después de salir de su trance de recuerdos, tratando de afirmar su rostro para evitar cualquier rastro de vulnerabilidad.

— Gracias por el escolta — Dijo con diversión. Recibió una mirada desconcertada.

— ¿Te autoasignaste uno de mis escoltas? — cuestionó con furia disfrazada de tranquilidad, y su pregunta fue contestada con una cínica sonrisa — Me tomé la molestia de mandarlo por mí al aeropuerto, tienes a un candidato sin protección por si te interesa.

Profano | 𝗝𝗟Donde viven las historias. Descúbrelo ahora