Los terremotos no pasaron discretos. Las ciudades estaban en alerta, tratando de poner a salvo a los habitantes antes del desastre.
En el exterior, todos estaban escondiéndose a un lugar más seguro, tenían intención de meterse en las cuevas profundas de la montaña, unas distintas donde estaban los Cutuis. Una idea arriesgada, pero que Luminosa aceptó por órdenes de su dios.
Por lo que ahora se encontraría por la zona baja de la montaña, llevando a los Lumos hacia las cuevas, donde contaba que serían protegidos por sus mejores guerreros. Deseaba ver a Ànima también, porque la última vez que se vieron, se prometieron verse antes de todo el desastre.
—Por Luminem, que siga viva —susurró, mirando a su alrededor hasta que vio a un pequeño niño alejarse de los demás—. ¡Eh! ¡Frena!
Corrió en su dirección para intentar detenerse. El pequeño quería explorar en el peor momento posible, adentrandose hacia los bosques otoñales. Las hojas iban cayendo, formando montones de hojas que uno desearía tirarse y mancharse de barro, de no ser que la situación era de vida o muerte.
Este bosque en concreto era uno cercano a Seriu, por lo que fue normal para Luminosa ver como algunos Cineos o Cineis estuvieran escondiéndose y huyendo hacia una zona más segura.
Pronto alcanzaría al pequeño, agarrándolo de la mano.
—No te metas en este sitio, vuelve arriba y regresa con tu familia en la cueva, ¿entendido?
El pequeño, sorprendido por las lágrimas de Luminosa, aceptó y se movió, dejándola sola.
Una vez ahí, Luminosa intentó respirar hondo. No quería entrar en desesperación, ya lo había hecho varias veces cuando escuchó esos terremotos que la obligaron a moverse con rapidez para evacuar a los demás.
Se sentía mal porque Luminem le pidió eso en vez de luchar a su lado.
—Soy una inútil —susurró Luminosa.
No pudo ser capaz de entender bien sus poderes por todo lo ocurrido ese día. Esa mujer que perturbaba su mente, dispuesta a matar a todo aquel que se interpusiera en su camino.
Pensar en ello hizo que bajara la guardia, y para cuando quiso avanzar, sus piernas no reaccionarían.
—¿Y tú eres la pareja de mi hermana?
El corazón de Luminosa parecía estar rodeado por varias agujas. Un mal gesto, sería su muerte. Respiraba angustiada, sintiendo esa presencia que la obligó a girarse, cayendo de espaldas al suelo para ver a Pyschen enfrente suya.
—Esto puede ser muy divertido, ¿no crees?
Su figura fantasmal, junto el ruido que la rodeaba hacían una mujer imponente, una que Luminosa era incapaz de detenerle porque Pyschen era una diosa.
—La niña que perdió a sus padres. ¿Quién sería el culpable de ese acto tan atroz? —preguntó burlona—. ¿Tú me lo podrías decir?
La mirada llena de odio de Luminosa dejó en claro la respuesta para Pyschen.
—Tu cabeza tiene que preguntarse ahora mismo, "¡¿por qué lo hiciste?!" —imitó la voz de Luminosa—. Muy simple, quería que los dioses se pelearan entre ellos.
—¡¿Cómo?! ¿¡Por qué?!
—Es muy simple. ¿Sabes cuando Luminem le dejó a Cin entrar a su ciudad? Fue al principio del todo, cuando el ruido y la luz se conocieron por primera vez. Fui testigo de ello y pude ver muchos sentimientos que me enfermaron, pensé que jamás tocaría esa ciudad, pero al final cambié de opinión cuando vi la triple alianza que hicieron esos dioses.
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III - El último Sistema: Código del caos [G.O]
FantasyOscuridad, luz y ruido eran los primeros elementos que habitaron en el planeta de la paz, un lugar donde tres dioses lograron establecerse en distintos puntos de la montaña. La luz estaría en lo más alto donde el sol les daba la vida, el ruido al la...