3.

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Olivia.

Tomás sube las escaleras rápidamente, mientras yo sigo su paso. Abre una puerta y ahí hay una chica y un chico besándose sobre la cama. —Afuera.— les dice.

—Nosotros vinimos primero, flaco.— habla el chico.

—Bueno, Tom...

No me deja terminar, que vuelve a hablar el peliverde.
—No, afuera, les dije.

Refunfuñando, hacen caso y salen de la habitación.
—Como te hace caso la gente.— le digo.

La puerta se cierra y quedamos completamente solos, su busca la mía y yo no dudo en corresponderle. Cae a la cama conmigo encima suyo, mientras aprieta mis caderas buscando fricción con su bulto. El calor de su cuerpo me hace saber lo caliente que está.

—Sos tremenda vos, morocha.— me dice al oído con la respiración agitada.

—¿Sí?— le pregunto, mirándolo a los ojos, deseándolo. Asiente sin dudarlo y yo me bajo de encima, quedando arodillada frente a él.  —¿Qué querés?— lo toco por encima de la tela, y suelta un largo suspiro. —¿Querés que te toque?— suelto, haciéndome la inocente.

—Quiero que me la chupes.— dice sin filtro. Vuelvo a besarlo, mientras él se baja los pantalones. Toco su miembro por primera vez, sintiendo como le dan escalofríos por mi tacto.

Me agacho frente a él y cuando estoy apunto de “empezar”, esbozo una sonrisa. —Las cosas no son tan fáciles conmigo.

—¿Qué?

—Me tengo que ir.

—No, no, no.— repite. —No me podés dejar así.

—Perdón, Tomasito.— hago un puchero. —Si querés llamo a alguna, capaz tenés suerte y te ayudan con tu problemita.— suelto una carcajada. —Nos vemos mañana, y espero que no estés sentado en mi lugar.

Salgo de la habitación ignorando sus llamados, mientras me río de toda la situación.

¿Qué se pensaba? ¿Qué unas míseras disculpas iban a arreglar su maltrato? No.

Repito, las cosas conmigo no son fáciles.

[...]

Otra mañana, y esta vez, Tomás no estaba sentado en mi lugar. Es más, ni siquiera estaba en el salón. Capaz le dió tanta vergüenza que no iba a pisar el establecimiento nunca más.

Odiaba a la Olivia del pasado por haber aceptado ir a una joda un día de semana, ahora la cabeza me estallaba.

—Sos una maldita.— dice Sara riendo. —¿Cómo le vas a hacer eso?

—Él se la buscó. Ay, “perdón sólo a Dios” pero ¿Quién sos, idiota? Lo mínimo que tendría que hacer es pedir perdón.

—Siento que igual, se va a vengar de vos de alguna forma.

Levanto mis hombros con indiferencia. —Que se atreva, yo miedo no tengo.— la mañana transcurrió tranquila, y de camino a casa, mientras en mis auriculares se reproducía Lana del Rey, siento como algo me golpea el brazo. Era una fruta de esas que salen en las libustrinas. Al alzar mi mirada, ahí estaba, el peliverde. —Pensé que ya jamás ibas a aparecerte ante mí después del suceso de anoche.

—Vergüenza y plata nunca tuve, morocha.— pasa su brazo por mis hombros y yo sin dudarlo, lo saco el instante. Suelta una risa. —¿Tanto rencor hay en tu corazón?

—Ya no, pero no te pases de confianza tampoco.

Alza sus manos en modo de inocencia. —¿Vas a tu casa?

—Y si, quiero dormir toda la tarde.— respondo. —¿Vos porque faltaste? Si se puede saber.

—Yo la seguí hasta las ocho de la mañana, mami.

—¿Y estás tan entero acá? Se nota que vos tenés más giras que el Pity.— arruino la nariz.

—¿Querés que vayamos a tomar algo por ahí?

Niego. —¿No escuchaste lo que te dije? Quiero ir a dormir.

—La haces re larga para invitarme a dormir con vos, así que me voy a tener que invitar solo.

—Te dije que no te pases de confianza... Ves, eso me molesta de vos.— ruedo los ojos. —Nos vemos, Crackerito.

Y me alejo de él.

—Tarde o temprano vas a caer, morocha.

ultraviolence | c.r.oDonde viven las historias. Descúbrelo ahora