Olivia.
La cena en mi casa estaba siendo tranquila, demasiado para mi gusto, nadie decía ni una palabra. Papá y mamá habían estado discutiendo minutos antes, así que todo el ambiente había quedado tenso. Carraspeo la garganta y sin dar más vueltas levanto mi plato medio vacío de la mesa.
Me agotaba cenar así. Siempre hablaban de sus cosas, jamás me preguntaban a mí al menos una estupidez.
-¿No querés más, Oli?- pregunta mi papá, extrañado.
-Mejor, Olivia anda muy rellenita.- dice mi mamá sin ningún escrúpulo, haciendo que ese comentario caiga como un balde de agua fría sobre mí.
-No, me siento un poco mal...- respondo, ignorando por completo lo que acaba de decir. -Voy a mi pieza.
Y sin dudarlo subo las escaleras a toda velocidad, reprimiendo el llanto escandaloso. Me dirijo hacia el baño y me siento frente al inodoro.
Mi mamá siempre fue de hacer esos comentarios, desde que tengo uso de razón. Papá siempre intentaba callarla, o distraer mi atención de eso, pero a veces era inevitable. Terminaba creyendo al pie de la letra todo lo que ella me decía, siguiendo consejos que a veces, te llevaban al límite. Una vez, con tan sólo doce años decidí no comer durante dos días, y mi mamá estuvo de acuerdo con eso a escondidas de mi papá, ya que él trabajaba todo el día. A consecuencia de eso me internaron, y casi me llevan servicios sociales.
Meto mis dedos hasta mi garganta logrando vomitar todo lo recién ingerido. Sabía que estaba mal, pero arruinar mi imagen iba a estar peor, y las últimas semanas no me había cuidado para nada con las comidas. Después de vomitar durante unos escasos minutos, me lavo los dientes y me miro en el espejo.
Efectivamente siento que mamá no mentía y que sí, estoy un poco más rellenita. Al darme cuenta de eso, lágrimas empiezan a salir de mis ojos desenfrenadamente, aunque me calmo de un minuto a otro cuando mi celular suena.
"Sara" aparece en la pantalla y suelto un suspiro largo antes de atender, no quería que supiera que estuve llorando.
-Hola amiga.- digo. -¿Qué pasó?
-¿Cómo qué "qué pasó"? ¡La fiesta de cumpleaños de Mauro pasó, boluda! Estoy esperándote acá en casa para que empecemos a prepararnos.
Lo había olvidado por completo, últimamente mi cabeza se encuentra en otro lugar.
-No lo olvidé, sólo estaba ocupada con unas cosas... Ya estoy yendo para allá.- miento.
-Bueno, te espero ¡No tardes!
Corto la llamada y suelto un largo suspiro. Me lavo la cara y le sonrío al espejo.
Nada pasó.
Absolutamente nada.
[...]
Entramos a la casa de Mauro, la música está alta y no hay tanta gente, todavía. Algunos están reunidos en la cocina, mientras que otros repartidos por la casa decorando.
-Al pedo me apuraste tanto, llegamos temprano...- le susurro a Sara.
Ella rueda los ojos. -Somos las amigas, tenemos que llegar temprano si o si.
Mau está armando un fernet, de espaldas a mí, así que sin dudas lo abrazo desde atrás. -¡Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz!- grito como loca, causando su risa.
-¡Pará, loquita!- dice riendo.
No le hago caso y empiezo a repartir besos por toda su cara. -¡No puede ser que estés tan grande!
-¡Basta, soy un rockstar!- bromea sin dejar de reírse. Me separo y le extiendo su regalo. Es todo un kit para armar unos buenos porros. -¡Naaaa, tremendo regalo! Te amo, diabla.- y esta vez, me abraza él.
-Te amo más, Maurito. Y ahora seguí con ese fernet que tengo unos ganas.
Sara y Mauro se saludan, se ponen a charlar y luego se van con los demás. Yo me quedo sola en la cocina, mirando a la nada, pensando. No me dejan de lado, porque yo me hago a un lado sola. Todavía me encontraba un poco afectada de lo que había sucedido horas atrás.
-¿De sólo tomar fernet tenés ganas?- dice una voz detrás mío y sé de quien se trata. Tomás.
-Si ¿Por?
-Curiosidad.- alza las cejas. -Ojalá yo fuese un fernet.
Suelto una risa. -Sos rápido chamuyando vos, eh.- me siento sobre la mesada de la cocina. Él se pone entre mis piernas.
-Por esas casualidades ¿No tenés ganas de darme un beso? Porque yo si.
-¿Qué, tenés ganas de darte un beso a vos mismo?- pregunto graciosa.
-No, tengo ganas de que vos me des un beso.
Acerco mucho mi cara a la suya, tanto, que puedo respirar su mismo aire. Al estar más cerca todavía, él cierra sus ojos, esperando un beso que nunca llegó. O bueno, no donde él quisiera.
Planto un beso en su cachete y él abre sus ojos. -Espera que al menos tenga algo de alcohol en sangre.- digo, y me bajo de la mesada para después unirme a mis amigos.
Lo escucho putear de fondo y no puedo evitar carcajear.
Sacarlo de sus cabales se estaba convirtiendo en mi actividad favorita.
