Al cabo se echó hacia adelante, descolgó el auricular del teléfono y marcó de memoria un número. Esperó mientas sonaba, sin pensar en nada, disfrutando de la calma que precedía a la tempestad que se avecinaba. Venían tiempos duros. Tiempos de tomar muchas decisiones importantes, de dormir poco y dar explicaciones a los ciudadanos a través de los medios de comunicación. Tiempos de oír fuertes críticas por parte de los demócratas, de defenderse de sus acusaciones y tratar de ridiculizarlos.
—Estaba esperando tu llamada —contestó Kate.
—¿Estabas pensando en mí? —le preguntó el Presidente.
—Sí.
—¿Y qué pensabas exactamente?
—En cuánto me apetecía verte —contestó Kate.
El Presidente sonrió al tiempo que dejaba escapar parte del aire de los pulmones. Escuchar la voz de Katie le permitía aparcar temporalmente sus preocupaciones para centrarse, únicamente, en imaginársela desnuda.
—Ya está en marcha —le reveló, antes siquiera de ser consciente de que su boca iba por libre.
—¿Ya?
—Sí.
—¿Y cómo te sientes?
El Presidente torció el gesto mientras volvían los ojos hacia adentro para mirar en su interior.
—Tenso —contestó, al fin.
—Oh, pobrecito —le ronroneó Katie al oído. Al Presidente se le erizó el vello de la nuca. Le encantaba cuando adoptaba ese papel de niña pequeña desamparada—. Ojalá pudiera estar a tu lado ahora mismo. Te haría un buen masaje en la espalda.
—Algún día —le repitió el Presidente.
Le había hecho aquella promesa numerosas veces con anterioridad.
—Soy una chica paciente —contestó Kate.
—Pues yo estoy deseándolo —aseguro el Presidente.
Ese algún día ya tenía fecha en el calendario: enero del año siguiente. El fin de su segundo mandato finalizaba entonces y, dado que la Constitución no le permitía presentarse a un tercero, haría las maletas y se irían juntos a algún lugar donde nadie les molestara. Odiaba a los medios, y los medios le odiaban a él, pero les encantaba seguirle como si fuesen perritos pulgosos deseosos de que les lanzara un hueso de pollo.
—Es mejor que reserves las energías para lo que viene —dijo Kate—. En la vida hay un momento para todo, y este es el momento de demostrarle al mundo que nuestra gran nación, con la ayuda de Dios, va a salvar el planeta otra vez.
El Presidente se rio. Era como si pudiera leerle el pensamiento.
—Otra vez —repitió—. ¿Cuántas van?
—Creo que no hay nadie que lleve ya la cuenta —contestó Kate.
El Presidente rememoró la discusión que había tenido una hora antes con el Alto Mando Militar.
—Mi General opina que me estoy precipitando —le confesó.
Kate profirió un ruidito gutural de sorpresa.
—Pensaba que a los militares les encantaba la guerra.
—A este no, por lo visto.
—¿Y por qué no lo destituyes? —replicó Kate.
—Lo haré, pero no ahora. No es el momento —contestó el Presidente.
—Yo no podría estar en la misma habitación que alguien a quien detesto —repuso Kate.
—Soy el Presidente de los Estados Unidos, pero eso no significa que pueda hacer cualquier cosa —explicó él.
—Claro que sí. Literalmente, cualquier cosa —adujo Kate.
—No quiero pasar a la historia como un Presidente déspota.
—Nadie con dos dedos de frente pensará en ti como alguien así. Has hecho mucho bien a este país, y librarnos a todos de ese loco ególatra será la mejor carta de despedida que puedas dejar —lo alabó Kate.
Al Presidente le encantaba que lo elogiaran. Le encantaba ir por ahí y escuchar cómo la gente sacudía pancartas y coreaba su nombre. Era lo que más echaría de menos cuando dejara el cargo. Joder, a veces hasta conseguían que se empalmase. De un modo no muy diferente al que lo lograba Katie, y eso que ella era una diosa del sexo.
—Tú sí que sabes cómo hacerme sentir bien.
—Solo digo la verdad, cariño —ronroneó Kate como una gata en celo.
El Presidente se secó el sudor de la frente.
—¿De qué color son las bragas que llevas puestas?
—Negras —contestó Katie.
—Las negras te sientan de maravilla.
—Me sientan mejor cuando el señor Presidente me las quita con la boca.
—Para ya —suplicó este. Había empezado a tocarse la entrepierna por encima del pantalón—. ¿Dónde estás?
—En casa.
—Mándame una foto —pidió el Presidente.
—¿Con bragas o sin ellas? —preguntó Katie con esa voz sexy que ponía en las películas para adultos que había rodado.
—Una de cada.
Siguió un silencio, como si Katie estuviera pensando en algo, y luego dijo:
—Espera. ¿Para qué las quieres?
Bromeaba, y al Presidente le encantaba cuando jugaba con él al gato y al ratón.
—¿Tú qué crees? —rio este.
—¿Y si las ve tu mujer? —preguntó Katie.
—A mí mujer le importa una mierda lo que yo haga.
Katie soltó una carcajada. Aquella era una broma íntima, una broma entre ellos dos. Sabía perfectamente la mala relación que tenían. Dormían en habitaciones distintas y apenas se dirigían la palabra en privado. Todo lo que tenía de guapa lo tenía de aviesa. El Presidente sabía que se había casado con él por su dinero, y al principio le había dado igual, pero hacía un tiempo que estaba deseando deshacerse de ella.
—Las próximas semanas van a ser muy complicadas para el país. No sé si podremos vernos —dijo en tono de disculpa.
—Lo entiendo —aceptó Katie.
—Pero te llamaré siempre que pueda. Necesitaré tenerte cerca de una forma u otra. De lo contrario me volveré loco —le confesó el Presidente.
—Tranquilo. Te prometo que no dejaré que te vuelvas loco —dijo Katie.
—Podría pasarme el día entero escuchando tu voz, pero tengo que colgar —dijo el Presidente—. Mándame esas fotos.
—Ahora mismo, cariño —murmuró Kate.
Colgaron, y el Presidente se inclinó hacia adelante, apoyó los codos en la mesa y se mesó el cabello. Su vida profesional no podía ir mejor. Cuando dejara de ser el hombre más poderoso sobre la faz de la Tierra volvería a ser el hombre multimillonario que se había hecho a sí mismo. Entonces, podría mandar a tomar por culo a esa zorra de Primera Dama y ser feliz con Katie. Hasta entonces, se centraría en su labor de Comandante en Jefe de la Fuerza Militar de los Estados Unidos de América.
![](https://img.wattpad.com/cover/349556517-288-k841755.jpg)
ESTÁS LEYENDO
LA AUTORIDAD ÚLTIMA
Science FictionEl Presidente de los Estados Unidos ha tomado una decisión drástica contra Corea del Norte y dado una orden que podría cambiar la vida en el planeta Tierra tal y como la conocemos. Lo que va a descubrir -para su sorpresa- es que no es el Hombre Más...