Archivo 1: Aquel día

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―¿Sabías que existen al menos diez cuatrillones de estrellas en el universo? Los ojos de Jhon se empequeñecieron a través del cristal

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―¿Sabías que existen al menos diez cuatrillones de estrellas en el universo?
Los ojos de Jhon se empequeñecieron a través del cristal.
―Y solo conocemos el cinco por ciento de todo lo que vemos...
―¿Estás seguro que esa es la mejor manera de hablarle a una chica? ―dijo Jhon, y como un acto reflejo, sus dedos volvieron a posicionar sus pesados lentes sobre el puente de la nariz.
―No se me ocurre de otra manera... ―se sinceró Thomas, levantando los hombros―. Ella cree que soy genial.
Ninguno de los dos muchachos pudo contener la risa.
―A ella le va a encantar... créeme. Ella piensa que soy especial...
―¡No sabes cuanta envidia me das! ―dijo con sarcasmo.
Jhon saltó sobre su amigo, un chico regordete de cabello oscuro y piel rosada. Thomas intentó alejarse de él, pero las cosquillas llegaban de todas partes. De pronto se descubrieron a sí mismos traveseando en mitad del pasillo, mientras que los más cuerdos les evitaban como el río a una roca.
―¡Ya bésense! ―les grito desde el pasillo Bryan Callahan, el muchacho más irreverente del instituto. Sus compinches no tardaron en unirse a las burlas.
Thomas sintió como su piel se encendía por la vergüenza, por lo que, dando una rápida señal a Jhon, escaparon del pasillo en medio de una lluvia de bromas vulgares y homofóbicas.
Ambos amigos decidieron no tocar el tema, y como si de un pacto se tratase, guardaron su distancia durante toda la clase de química.
Ashley era la chica más popular del salón. Su cuerpo adolescente era el milagro perfecto de la genética. Su rubia cabellera destellaba como oro batido bajo los rayos del sol, y Thomas no podía dejar de mirarla, cada vez más embobado.
La vida solía ignorarlo en todo momento, pero por alguna alineación planetaria, a la señorita Crawberry se le ocurrió disolver los grupos organizados a principio del semestre para luego organizar un nuevo proyecto, el cual se presentaría durante la feria de ciencia. Ashley quedó emparejada con Thomas y desde ese momento, su vida cambió completamente.
Una de las cosas que su madre le enseñó por medio de su ejemplo, era que las cosas buenas solo sucedían si uno actuaba; después de todo, la locura era repetir una cosa una y otra vez esperando que el resultado fuera diferente.
Por esa razón tuvo que recurrir a tomar el dinero prestado del alquiler; no todo claro está, pero si una pequeña parte para dar lo mejor de sí aquella tarde. Tenía todo planeado y estaba seguro de que funcionaria.
El parque Fort Greene estaba cruzando la avenida DeKalb, y durante la primavera, se volvía un lugar abarrotado de árboles frondosos y césped. Era lo más parecido que tenía en Brooklin al Central Park de Manhattan. Era un lugar ideal para declararle lo que sentía por ella.
El sonido del timbre devolvió a Thomas a la realidad.
Una fugaz mirada a Jhon puso en marcha el plan, pero Ashley era rápida y ya estaba por salir del salón, al igual que el resto de jóvenes que solo pensaban en escapar de esa cárcel.
―Hey, Ashley... ―la muchacha se detuvo en seco, giró hasta encontrarse con sus ojos y sonrió con paciencia. Thomas sentía la boca seca―. Estaba pensando en que... como el proyecto es ahora... o sea, no ahora, sino dentro de poco... hay unas cosas que me gustaría que añadiéramos... este... tienes tiempo para ir a dar una vuelta... quizá por helado...
Thomas estaba rojo como un tomate, mientras que Jhon intentaba darle ánimos a espaldas de Ashley.
―Ay no... ¿me estas invitando a salir?
La cara de asco se esfumó tan rápido como vino, de inmediato una sonrisa se dibujó en el rostro de la muchacha.
―Tranquilo bobito, solo estoy bromeando...
Thomas, boquiabierto, no respondía de la impresión, y fue Ashley quien lo abordó.
―Claro que me encantaría conversar del proyecto, sabes, peeero... tengo unos asuntos que atender realmente urgentes con mis amigas... ¿Te parece que lo dejemos para otro día?
Ashley dio media vuelta, dejándolo a solas con sus expectativas, planes y el embriagador perfume que usaba. No le dio ni tiempo para responderle.
Jhon fue el encargado de recoger la dignidad que le quedaba a su amigo.
―Ya sabes lo que dicen Thomas... es mejor intentarlo y fallar, que jamás haberlo hecho y lamentarse...
―Yo no fallé... ―su voz se escuchaba débil ante el bullicio de South Elliott Place―. Como dijo el gran Neil Armstrong... este es un pequeño paso para el hombre...
―Pero un gran paso para tu humanidad ¿no? ―Jhon intentó subirle los ánimos con una sonrisa.
―Exacto... además, si esto no funciona, definitivamente mi madre me va a matar por tomar parte del dinero de la renta.
―Pues no sé en que mente enferma se origina la idea de que no te va a matar por conseguir una novia o algo. Al menos dime que no te gastaste el dinero...
Una sonrisa bobalicona confirmó las sospechas de Jhon. Thomas estaba demasiado enganchado de Ashley, tanto como para ignorar las enormes señales que para todos eran fáciles de leer a su alrededor.
La ansiedad le consumía por dentro como la corrosión. Jhon percibió una luz que se encendía en la mente de su amigo.
―¡Ashley toma el autobús contigo! ―reaccionó Thomas, como si jamás se hubiera percatado antes.
―Claro que sí, pero ella se baja mucho después que yo... quizá.
―¿Supongo que no queda otra que hacerse el invitado a tu casa entonces?
Jhon sonrió.
―Tú sabes que mi consola esta siempre dispuesta a aceptar nuevos desafíos.

La última arca de los GeekersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora