Archivo 4: Respuesta

11 2 15
                                    

Las refrescantes aguas el océano pacifico bañaban con suavidad las blanquecinas arenas de Waikiki beach. El día era perfecto, con un sol radiante en su cenit y las nubes esponjosas revoloteando en el horizonte. Steven no sabía lo que se perdía.
Ashley dejó su teléfono celular junto a sus cosas en la playa. Estaba decidida a no darle más importancia a él, Steven se lo merecía por faltar a su palabra.
Los edificios se alzaban como una pared de corales, apretujados entre palmeras y visitantes de todas las edades. A esa hora, la playa estaba llena de turistas y bañadores. Era la oportunidad perfecta para broncearse bajo el sol.
Las embarcaciones seguían a la derecha de la playa, atadas y a la espera de que los turistas decidieran pagar el pasaje. El Na Hoku II estaba a punto de zarpar, y Ashley le hizo señas a Keanu para que le esperara.
―Aloha Keanu ―Ashley ladeó la cabeza con ternura, como siempre que deseaba algún favor especial. Sus cabellos dorados como el sol ocultaban la flor que llevaba en la oreja derecha.
―Aloha, wahine blonde ―Keanu sonrió divertido―. ¿Estas segura que deseas embarcar sola? ―preguntó Keanu, un lugareño regordete y bonachón, de piel cobriza y una sonrisa siempre presente―. No quiero tener problemas con tu novio… eh
―¿Y eso porque tendría que ser un problema? ―dijo de forma coqueta.
―Mi madre solía decir… he kehau ho'oma'ema'e ke aloha ―Keanu vio el rostro de interrogación de la chica y añadió―. Lo que quiere decir que, el amor es como un roció purificador. Pero debes respetarlo.
―Yo lo respeto, y mucho por si no te habías dado cuenta.
Keanu volvió a sonreír. Era imposible enojarse con él.
―Las mujeres solteras suelen llevar su flor en la oreja derecha… y créeme que los jóvenes no pasan eso por alto en estos días.
―Bueno, digamos que por hoy, me place estar soltera ―soltó con una sonrisa pícara.
―Ku’ia kahele alias na’au ha’aha’a ―Ashley hizo un puchero. Keanu repitió la frase en su idioma―. Una persona humilde, camina con cuidado para no lastimar a otros.
Ashley se tomó unos segundos para reflexionar. Sentía unas ganas irreprimibles por golpearle la panza, pero su sonrisa bonachona, le impedía hacerlo.
―Creo que mejor nos vamos, o los turistas nos van a tirar por la borda.

La isla Honolulu se veía pequeñita en el horizonte. Las olas más calmas azotaban la proa del catamarán y a la distancia podía contemplar la belleza de las demás islas. Estaban en medio del mar, con el viento como única compañía y la vasta profundidad del océano pacifico.
Los ojos de Ashley se posaban en la isla Honolulu. Era como si pudiera tener visión de rayos x. Visualizaba a Steven en la base al otro lado de la isla, y aquel recuerdo le hizo cambiarse la flor a la oreja izquierda. Se suponía que ese día era para ellos. Llevaba semanas planificándolo, y él sabía lo importante que era ese momento, pero prefirió ir a jugar un partido de rugby a la base; o al menos, eso pensaba ella.
Se acordó de su teléfono celular.
Lo sacó de la pequeña mochila que llevaba a sus espaldas, pero no lograba encender. Estaba segura que tenía la batería completa cuando salió del departamento en la mañana.
―Keanu… ¿tienes algo para cargar el teléfono?
―¿Tú también tienes el teléfono apagado? ―le preguntó una chica morena de su edad. Keanu no estaba por ningún lado.
―Mi “papánua” está intentando sacarnos de aquí en estos momentos.
―¿Hay algún problema con el barco? –la mirada curiosa de Ashley se fijó por primera vez en los demás navegantes.
―Tiene problemas con los instrumentos de navegación. Nada parece funcionar…
Keanu alzó la cabeza. Se le veía frustrado y fue directamente al motor del catamarán. Ashley le observó paciente, al igual que el resto de la tripulación. Keanu forzaba una y otra vez el reinicio del motor, hasta que finalmente logró que encendiera. Las gotas de sudor corrían por su piel cobriza y de un gesto, pidió la ayuda de la muchacha morena para que le ayudara a poner las velas en posición.
―Lamento mucho los inconvenientes. No sé por qué, pero ningún aparato electrónico parece funcionar ―Keanu les dedicó una mirada suplicante y una sonrisa nerviosa―. Así que volveremos a la costa de inmediato.
De pronto, a la lejanía, el cielo de la tarde se encendió con el paso de una estrella fugaz, hasta perderse en el océano.
El destello fue instantáneo y a la lejanía, una columna de borrasca comenzó a alzarse con lentitud, a medida que se expandía por los bordes.
Todos observaron fascinados aquella formación anómala, cientos de kilómetros mar adentro.
―Verdaderamente parece la explosión de una bomba atómica… ―bromeó Keanu, quien sin perder más tiempo, giró el timón y puso rumbo a Honolulu.
Ashley no pudo alejar su vista de aquella anomalía. La borrasca se alzaba como el brazo de un gigante por sobre el horizonte, alcanzado incluso las pocas nubes que se atrevían a cubrir el cielo. De un momento a otro, el océano pacifico ya no parecía ser tan pacifista.
A los veinte minutos de emprender el retorno les alcanzó el sonido.
Un rugido feroz les golpeó a todos, una onda de viento y vapor marino azotó el catamarán y Ashley salió despedida, de bruces contra el piso de la embarcación. A duras penas logró aferrarse a la baranda para no caer por la borda.
Las velas del catamarán enloquecieron, lo mismo que la embarcación. La onda de choque fue tan fuerte que los lanzó varios cientos de metros más adelante. Enseguida de ello, vino la lluvia torrencial que, como agujas, les azotó con una furia inusitada.
Aquella hermosa y despejada tarde de marzo, pronto se convertía en una feroz tormenta.

La última arca de los GeekersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora