04 Pablo

631 30 0
                                    

LEÓN

La música del bar resonaba fuerte, y los tragos fluían como si no hubiera mañana. Erick y yo estábamos en nuestro mejor momento, rodeados de chicas y riendo a carcajadas como si el mundo girara solo para nosotros. Era una de esas noches en las que todo parecía perfecto, en las que uno se olvida de las responsabilidades y solo vive el momento.

—¡Salud por las noches como esta! —dijo Erick, chocando su vaso con el mío.

Estaba más emocionado de lo normal, y no lo culpaba. Estas escapadas al pueblo siempre nos daban ese respiro que necesitábamos.

—¡Bateando al millón! —respondí, levantando mi vaso y tomando un largo trago.

El alcohol comenzaba a hacer efecto, y con él, venía esa sensación de confianza, esa seguridad que siempre me acompañaba.

Pero en medio de toda la diversión, algo dentro de mí me hizo recuerdo a Juan David. Me acordé de nuestro hermano mayor, siempre tan recto, tan responsable. ¿Dónde demonios estaba? Nos olvidamos de las responsabilidades que teniamos, como siempre. Nosotros aquí pasándola bien y él... bueno, siendo Juan David.

—Oye, Erik, ¿has visto a Juan David? —le pregunté, aunque en ese momento me daba cuenta de lo tarde que ya era.

Erik se encogió de hombros, claramente sin ninguna preocupación.

—No, hermano, pero seguro está bien. Tú sabes cómo es.

No podía sacudirme la sensación de que papá nos mataría. Terminé mi trago de golpe y me levanté de la mesa, ignorando los pucheros de las chicas con las que estábamos.

Salí del bar, la brisa de la noche golpeándome en la cara, refrescándome un poco la mente. Caminé por las calles de San Marcos, buscando a Juan David.

A lo lejos, lo vi. A él. Y a ella. Montserrat Caballero. Estaban conversando, como viejos amigos con mucha confianza, y entonces vi cómo Juan David se despedía y le daba un beso en la mejilla. Una sensación de celos me invadió, algo que no esperaba sentir, pero ahí estaba, ardiendo en mi pecho.

La casa de Rosario Montes estaba cerca pero vi como Monserrat después de que Juan David se fuera empezó a caminar en dirección contraria a su casa. ¿De verdad? ¿Cómo se le ocurría caminar sola a esas horas, en un lugar como este?

Sin pensarlo mucho, la seguí, manteniendo cierta distancia al principio. Mis pasos eran rápidos, aunque el alcohol hacía que todo se sintiera un poco más pesado. Cuando estuve lo suficientemente cerca, aceleré y me puse a su lado.

—¿A dónde crees que vas sola a estas horas? —le dije con un tono entre despreocupado y coqueto, la sonrisa que tantas veces me había sacado de problemas en los labios.

Ella me miró, sorprendida al principio, pero rápidamente esa sorpresa se convirtió en molestia.

—A explorar San Marcos ¿por qué te importa? —respondió con una mezcla de arrogancia y fastidio.

—¿Vas a negar que te perdiste? Estábas muy bien acompañada, porque no le pediste a Juan David que te acompañe —insistí, aunque no tenía ni idea de por qué me molestó verla con mi hermano.

La verdad es que me sentía un poco celoso. No sé por qué, pero si lo estaba.

Montserrat suspiró, claramente irritada.

—No necesito que me acompañen, sé cuidarme sola.

—No sé, me da la impresión de que deberías estar con alguien más... confiable, ¿no? —dije, acercándome más con esa sonrisa que siempre funciona.

𝐅𝐈𝐄𝐑𝐀 𝐈𝐍𝐐𝐔𝐈𝐄𝐓𝐀 - 𝐋𝐞𝐨𝐧 𝐑𝐞𝐲𝐞𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora