𝑨𝑵𝑪𝑯𝑶𝑹 - 𝗽𝗲𝗱𝗿𝗶 𝗴𝗼𝗻𝘇𝗮𝗹𝗲𝘇

Capitolo 20

♫ If I was dying on my knees You would be the one to rescue me♫ Brother - Kodaline
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Miro, visualizo, detenidamente cada parte que rodea la playa. Pequeña pero confortable. Un pequeño chiringuito abierto apunto de cerrar por la tarde hora. Un par de amigos jugando al voley playa. Parejas paseando, adultos con sus perros. Todos unidos, todos juntos. Se abrazan, se besan, se comunican.

Y ahí estaba yo. Rodeada de gente, pero sola. Me sentía como si fuese una avispa en una colmena de abejas. Por ejemplo. O la oveja negra de un rebaño de lanas blancas como la nieve.

Pensaba en mis palabras del día anterior. De como las comisuras de mis labios escupían cosas sin sentido. Insultos hacía Gavi. Estupideces hacía mi madre sin estar presente. Y odiaba el hecho de como Pedri me replicaba, me susurraba de la manera que nunca pensé que hiciera. De cómo pensaba de mi. Sentí el odio de cada palabra que salía de sus labios.

Aunque al fin y al cabo, me lo merecía.Me arrepiento de haber atacado la primera. En vez de hablar las cosas. Pero el tiempo pasa, corre y cada acción que hacemos y tomamos durante la vida son signos de aprendizaje. A veces queremos pausarla y retroceder el tiempo, arreglar cosas y volver al presente como si nada hubiera pasado. Pero eso es algo que solo ocurre en las películas de fantasía. Dónde un genio te concede deseos y en el que uno de ellos desearías ser una persona normal , en una vida normal.

Desearía ser la típica chica que no se preocupa por sí le están persiguiendo unos paparazzis. Ir tranquilamente a una cafetería, sentarte y leer tu libro favorito sin qué nadie te mire y te juzgue. Poder ir a lugares públicos, como un parque de atracciones. Sentir esas vibraciones dentro de tu estómago. Pero no puedes. Ni tampoco ir a un parque y sentarte en un banco mientras charlas con tus amigos y comes pipa. Pero tu y yo sabemos que es imposible. Ya no se puede.

Cuando voy a la playa, tiene que ser un día que vaya poca gente. O elegir la más alegada de la ciudad. Sentarte lo más lejos posible. Para que nadie te vea, para que no te graben, te chillen y se acerquen a ti corriendo. Como lobos buscando su presa.

Ojalá mi madre se hubiese dedicado a otra cosa. Pediatra, por ejemplo. Que volviera a casa después de su trabajo, charlar juntas en las cenas, ver películas hasta que una se quede dormida y la otra la tuviese que arropar con la manta calentita que su abuela le regaló a los ocho años. Celebrar cumpleaños juntas. Acompañarme al médico cuando me sienta mal, abrazarme cada vez que llore en mi habitación frente al espejo, cepillarme el pelo antes de ir a la escuela. Que me hiciera trenzas con delicadeza mientras me cantaba canciones de princesas Disney. Volver del colegio y contarle cada detalle del día. Ojalá.

Son detalles que solo pasan en mis sueños. Por culpa de las películas, y de las anécdotas que mis amigas me contaba.

Ahora mismo desearía que todo eso hubiera sido así. Pero no siempre se tiene lo que se quiere. Aunque sean pequeños detalles. Diminutos incluso.

Pero esa herida que me perseguía a los largos de los años se va desvaneciendo. Por varias razones, una de ellas es que mi madre y yo ahora mismo estamos más unidas. Dentro de lo cabe, claro. Y aunque se que el pasado nunca se podrá cambiar, puedo decidir mi futuro. Y sé que saldrá bien.

Aunque hay heridas que no se van y otras que aparecen cuando menos te lo esperas.

Mi móvil sonó.
Despertándome de mis pensamientos.

- Bianchi, ¿Dónde estás? Tu madre me ha llamado preocupada. Y Laila también.- la voz de Gavi sonaba suave tras el teléfono.

¿Por qué me llamaba después de haberle hablado fatal? Son cosas que no entiendo de Gavi. Que aunque le hables mal o estéis enfadado, se seguirá preocupando por ti. Que movería cielo y tierra para encontrarte en tu oscuridad llena de sollozos. Que haría lo que fuese para hacer sentir bien a la otra persona, aunque el a veces puede que no lo esté. Por cosas así amo a Gavi. Amistosamente.