Parte 6

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Una vez los pasos de ella ya no resonaban, Criston otra vez alzó la vista y pasó su brazo por la frente de donde bajaban gotas de sudor. Daemon sacó un pañuelo de seda, y limpió la frente con la tela blanca.

—¿Pelearon?

—Es amable– Respondió el omega, y Daemon se acercó a su cara para besar su nariz, haciéndole cosquillas en la barriga cariñosamente. Criston rió y abrazó el cuello del alfa para atraerlo y besar su coronilla, sobre el hermoso cabello plateado– ¿El rey sigue sin cambiar de opinión?

—Aunque lo hiciera, ¿Cuándo he sido muy inclinando a las órdenes de mi hermano?– El príncipe sonrió y levantó la espada vieja que estaba en las manos de su amante, observándola a contraluz de la vela– Te dió a mí, no voy a dejar me arrebaten lo que más deseo.

—Pues...– Iba a comentar algo, pero sin previo aviso el alfa arrojó al fuego la espada oxidada. Criston jadeó estupefacto y se levantó bruscamente haciendo el amago de salvar el arma, pero Daemon lo sostuvo obligándolo a sentarse de nuevo– ¡¿Qué hiciste?! ¡Era mi única espada, me la dió mi padre! ¡Sabes es todo lo que tenía de él!

—Cris-

—¡No! ¡No me hables!– Protestó cruzando los brazos, enfurruñado.

El príncipe calló, y sonriendo, escribió sobre la tela dorada que cubría el objeto misterioso.

Por culpa de las estúpidas hormonas, Criston andaba muy sensible y sus ojos se aguaban con facilidad ante la mínima tristeza. Habiendo perdido el único recuerdo de su pariente vivo, fácilmente su sien palpitó y en su mente llamó al menos cien veces al alfa un idiota insensible que ni intentaba justificar su acto inaceptable.

Logró levantarse para llorar en la cama hasta calmarse, pero Daemon lo arrinconó con cuidado en el borde de la mesa llena de algunas navajas, y se agachó diciendo:

—Su madre ahora no me quiere hablar, ¿Qué piensan debo hacer con este regalo que pensaba darle?

—¡No quiero nada, quiero la espada de mi padre!

—Si su madre quisiera le hablara, le diría no aprecie cosas viejas de gente estúpida que no duda en culparlo de cosas fuera de su alcance– Daemon hizo una expresión orgullosa, y abrazó la cintura del omega, en cuclillas frente a él, todavía pretendiendo le hablaba a los bebés.

—Sigue siendo mi padre...– Se lamentó sollozando.

El príncipe suspiró, resignado, y se levantó extendiendo el regalo.

—Perdón, creí luego de su desprecio no te molestaría tanto, y aceptarías esto al fin.

Criston se sorprendió por la disculpa, y miró curioso al objeto envuelto en telas.

—¡¿Acaso es...?!– Abrió de par en par los ojos, observando incrédulo el rostro del príncipe que parecía satisfecho luego de un duro trabajo. Lo desenvolvió, y reveló una espada de acero valyrio, con mango de oro resplandeciente y su nombre escrito en la hoja. También parecía ligeramente más delgada que las pesadas espadas normales preparadas para el uso de fuertes alfas, armas a las cuales Criston se tuvo que acostumbrar con el doble de dificultad, pero no menos afilada y letal– ¡No, dáselo a Laena! ¡Es demasiado!

—Fué hecho para tí, no va a querer algo con tu nombre– Se excusó Daemon orgullosamente, y tomó la mano derecha de su omega, haciendo sostuvieran juntos el arma ligera– ¿No es más fácil de usar?

—Sí...– El omega seguía procesando de pronto tener una de las pocas espadas forjadas en acero valyrio, y la ira anterior se disipó pensando era cierto lo que decía Daemon. Le bastaba aguantar el desprecio de los nobles y cargar con sus preocupaciones inherentes a ese embarazo para también aguantar el desprecio del padre que ni se molestaba responder una carta suya. Miró los orbes amatistas del príncipe, esbozando una sonrisa– Daemon, me encanta.

Desgracia o Dicha, Sigue Siendo Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora