4.- De sorpresas, sobresaltos y sustos inesperados.

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Oía algo que sonaba. Como un zumbido, una abeja... No sabía lo que era, hasta que parecia que se iba acercando. Se hacía más y más nítido el sonido hasta que por instinto, alargué el brazo dormida, dando manotazos a diestro y siniestro. Noté algo que se caia y conseguí pararlo...

De repente abrí los ojos. Me incorporé de un bote. Miré el móvil.

- ¡Mierda!, ¡La madre que me... -no terminé la frase porque ni me daba tiempo.

Miré por la ventana y vi el autobús amarillo que estaba esperándome.

Ya estaba calzandome las botas militares negras mientras aún me preguntaba por qué no me había sonado la alarma.

Probablemente habría sonado. Vamos, digo yo. Siempre es mejor echarle la culpa a otro.

Miré otra vez y vi como arrancaba para seguir con la ruta.

- ¡MIERDA!

Me puse la primera camiseta que pillé del montón de ropa que tenía en una silla en el rincón. La que menos oliese según mi criterio de elección y salí como una exalación recogiendo cosas del suelo y agarrando la mochila en la puerta para irme corriendo de un portazo. Justo antes de que mi madre que ya se asomaba por el marco de la puerta de la cocina me parase para increparme. Ya llegaba tarde. Ya lo sabía. Quien corre con prisa aún menos tiene tiempo para sermones.

Corrí todo lo que pude, por la acera aún levemente helada. Habría llovido aún más por la noche pensé fugazmente. De no ser por las botas militares de suela reforzada y tornillos, patinar hubiera sido otro tema

Giré la calle, buscando una de las paradas siguientes justo donde ya la acera terminaba y se fundía la nieve con dos raíles negros de asfalto creados por los vehiculos a su paso. Si corría lo suficiente aún podría pillarlo mientras daba la vuelta a la manzana.

En las películas, el bus del colegio es conducido por un conductor sonriente que rebosa alegría por los poros al grito unísono de los niños que acuden impacientes a clase. Sí. Y yo soy monja.

La realidad es más bien otra. El chófer es un señor gordo grasiento, barbudo, gruñón, fracasado, quizás motero en sus tiempos mozos, que se ve resignado a hacer regularmente algo que no le inspira ni la más mínima devoción y cuya distracción más divertida es ver como la gente corre y sufre detrás del autobús sin que este, ni por el más mínimo segundo, disminuya la velocidad.

Y como no, yo no soy la excepción. Y se fue de mi dejándome a escasos metros de él con un acelerón llenándome del hollín del tubo de escape. Por lo menos haría juego con mi maquillaje. Ese que no llevaba hoy porque se me había olvidado.

- ¡Si no te gusta tu trabajo, haber estudiado, estúpido! - Le grité instintivamente, aunque estoy segura de que no me oyó. Cosa que casi prefiero... A veces es mejor no meterte con aquellas personas de las que dependes... Como un cocinero, por ejemplo. Pero me quedé a gusto gritandole eso, y mas cosas que no merece la pena mencionar.

Instintivamente, me ceñí los brazos de la mochila y me dispuse a ir detrás del bus, en dirección del instituto pensando en que iba a llegar tarde y lo que tendría que explicar, y mil cosas más.

Un momento Hela. ¿Desde cuando a ti te ha importado tanto el instituto? Bueno, quizás un algo dentro de mi cree en esa acción buena de fe que enoblece tu inerior cuando sientes que las cosas las estas haciendo bien. Hay veces que también tengo una vena madura y responsable, tan fuerte como la vena rebelde. De hecgho soy más responsable que rebelde, pero he aprendido a ocultarla en mi interior. A mi edad, mostrar esas cosas es una debilidad más que una ventaja.

50 minutos andando se hacen muy largos cuando caminas sola con tus pensamientos en medio de la nada, con solo un camino que seguir y una mística pero peligrosa niebla que te invita a salir del camino perderte. Y lo pensaba. Y casi lo hago. Pero no. ¿A donde iba a ir? Era precisamente el segundo día, y la señorita Eriksen estaría esperandome para lo del Programa Optativo y...

MørketDonde viven las historias. Descúbrelo ahora