capitulo 1- Maethor Doriath

67 19 2
                                    

El viento sopló sin piedad, desgarrando los robustos pendones de lino de Doriath, mientras la nieve caía sobre los fatigados hombros de los soldados, azotando con ferocidad como un látigo de metal glacial que chocaba contra sus pálidas pieles.

Sus dientes resonaban al chocar y sus pies estaban entumecidos; resultaba casi imposible proseguir. Llevaban tres días sin probar otra cosa que el escaso líquido que obtenían al derretir la nieve, y casi una semana sin comer ni descansar. No obstante, seguían avanzando inquebrantables hacia su destino en Doriath.

Ante la marcial formación, como si fueran reses en estampida, los guiaba Lyana de Aujum, la intrépida general del reino. No mostraba rastro de fatiga, ni se veía afectada por el crudo invierno ni por la ausencia de alimento.

—¡Apresúrense, soldados! Pronto se desatará la tormenta y perecerán como aves sepultadas en nieve— vociferó, escudriñando el horizonte en medio de la espesa niebla, era una de las escasas supervivientes de la masacre en Styjol, cuando apenas era una niña. Sus ojos habían sido testigos de la desdicha que consumió a su amada familia, víctimas de una oscuridad sin igual. Tras aquel trágico suceso, su padre la crió con amor y protección en Aujum, un enclave secreto donde la magia fluía en armonía con la naturaleza.

Durante décadas, el mundo probó su ausencia y su presencia se volvió un misterio envuelto en sombras. Sin embargo, cuando emergió de las sombras, como una mujer de elegante belleza y magnética presencia, en sus penetrantes ojos no se reflejaba más que destellos de una inquietante locura. Su semblante, marcado por las cicatrices del pasado, resonaba en las profundidades de su ser, donde la angustia se entrelazaba con la determinación de destrozar a todo aquel que de algún modo osaba desafiarle.

Thranduil de Doriath, descendiente de los ancestros de Thingol, capitán de la guardia, marchaba junto a la hueste, con el peso de un soldado herido a cuestas. Él mismo estaba herido también, aunque aún se aferraba en pie con firmeza. Sin embargo, la fatiga, el hambre y el frío habían menguado sus fuerzas, y resultaba evidente que no podrían continuar por mucho más tiempo.

La sangre del capitán comenzó a hervir en sus venas al presenciar a la general beber el último sorbo del néctar carmesí que tanto anhelaban. Todos eran conscientes de que la general, en la mayoría de las ocasiones, se encontraba sumida en una inebriante embriaguez. Sin embargo, resultaba una muestra de desmedida voracidad el apurar su copa ante aquellos valientes hombres que yacían con las gargantas sedientas.

—¡Oi! ¡Ten clemencia y permítenos descansar, o al menos ve más pausado! No estás herida y no sientes el frío porque te hallas ebria— exclamó Thranduil exasperado.

Ella lo contempló con perplejidad, pero solo dejó escapar una risa sarcástica y diminuta.

—ídhron erdhad rîc nin¹— dijo, y continuó su marcha sin voltear atrás. Esta vez, montada en el lomo de su colosal alce, avanzó sin demora hasta desvanecerlos en la distancia en poco tiempo.

Tal y como lo había dicho, la tormenta se desató con una fuerza implacable, la nieve y el viento los azotaban sin piedad, empujándolos hacia atrás con furia desmedida. La visibilidad era nula, un manto blanco cubría todo a su alrededor, haciéndoles perder el rumbo. Avanzaban con cautela, palpando en la oscuridad invernal, buscando desesperadamente algún indicio del camino. Pero, de repente, la pendiente del terreno se volvió más pronunciada, una colina escarpada que se alzaba como un desafío insuperable.

—Mi señor, debemos dar marcha atrás, no hay manera de seguir adelante— exclamó uno de los soldados, luchando por acercarse al joven señor entre ráfagas de viento helado.

Thranduil exhaló con pesar, emitiendo un suspiro que resonó en el aire helado. Con determinación en su mirada y un gesto firme, dio la orden de retroceder. Sin embargo, las circunstancias no se desarrollaron como había previsto. Una capa de nieve espesa y opresiva había cubierto el camino por completo, obstaculizando cualquier avance. Era una situación desesperanzadora, una encrucijada del destino en esas gélidas tierras. Estaban al borde de la resignación, en un inevitable encuentro con una muerte implacable desde el dominio avasallante del frío.

RÎS VUIN- Lejos De La Gloria Donde viven las historias. Descúbrelo ahora