capitulo 4- Doriath

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El sendero que los llevaba hasta Menegroth se había extendido sin fin, a pesar de que las heladas montañas ya no requerían que soportaran su frío abrazo.

Afortunadamente, su provisión de granos y legumbres les había permitido saciar el hambre que los acechaba. No obstante, la fatiga comenzaba a pesarles, salvo para Lyana, quien ingeniosamente había erigido una diminuta tienda de campaña donde podía descansar, pues detestaba, sobre todas las cosas, dormir a la intemperie.

A desgana había consentido en compartir el descanso con Malerick, mas se mostraba reticente a entablar diálogos con ella y mantenía una distancia prudente la mayoría del tiempo. A pesar de su rechazo, Malerick persistía en su acercamiento, negándose a entablar vínculos con los soldados que no fueran Thranduil, Tauron o Lyana.

Grande fue el regocijo de la tropa al llegar al vasto puente de roca que conducía a las puertas de Menegroth, las mil cavernas, una fortaleza esculpida en lo más profundo de la tierra, donde el pueblo de Doriath vivía resguardado y en paz.

Lyana exhaló con alivio, acariciando el pelaje de Theral mientras avanzaban por el puente que tanto tiempo atrás les había visto partir.

-Ha llegado a su término nuestro peregrinaje, soldados. Nuestro regreso anuncia el fin de la guerra para nuestro pueblo- pronunció sin voltear la vista hacia atrás, pero sus palabras esbozaron amplias sonrisas en aquellos que le seguían. Eran la última tropa en retornar a sus hogares y, modesta en número, resultaba más que una proeza el hecho de hallarse vivos y de regreso.

-¿Adónde nos dirigimos?- indagó Malerick, sentada en el lomo de Ébano y observando a Thranduil, quien sostenía las riendas con ansias y alegría.

-Estamos adentrándonos en Menegroth, el lugar en el que vi la luz por primera vez, el hogar de mis padres, el dominio de mi pueblo- respondió él, avanzando con gozo mientras las majestuosas puertas de roble y hierro se abrían para darles paso.

Dentro de la ciudad, los soldados fueron acogidos con cánticos y alegría. Con el corazón palpitante, aguardaban el tan ansiado reencuentro con sus seres queridos. Uno tras otro, se lanzaron a los brazos de sus familias, experimentando un cálido abrazo que irradiaba amor y alivio.

Sin embargo, entre el bullicio de la multitud, Thranduil y Lyana destacaban por su distinción y rango. Con paso firme y la mirada en alto, atravesaron el mar de rostros hasta llegar al majestuoso palacio del rey Thingol. Allí, aguardaba el rey sonriente, acompañado por su familia y la de ellos.

Thranduil, impulsado por un torrente de emociones, corrió hacia los brazos de su madre, lady Rhiannon. La noble dama, con lágrimas de regocijo surcando sus mejillas, lo recibió con una alegría desbordante, expresando un cariño desenfrenado.

-Gweneth¹, mi hijo, mi querido, ¿has comido bien? ¿Has dormido bien? Te he echado tanto de menos, tanto- Lady Rhiannon lo acogió en sus brazos y besó su rostro, obligando al capitán a inclinarse para facilitar las cosas.

-Nana... He añorado cada minuto de cada día regresar a tu lado- susurró Thranduil abrazando a su madre y luego alzando la mirada hacia su padre, Lord Oropher, sobrino del rey Thingol -Adar... He retornado- dijo con respeto, inclinándose hacia su padre.

-Déjame las formalidades, Thranduil. ¡Ven y abrázame!- exclamó Oropher, corriendo hacia su hijo y envolviéndolo en sus brazos, como si fuera un niño pequeño.

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