capitulo 5- Pesadillas

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La realidad del tiempo parecía haber sufrido una metamorfosis tras el retorno a los confines de Doriath. Los días, ahora efímeros, se desvanecían con celeridad, mientras que las noches, breves y apresuradas, apenas otorgaban reposo.

Thranduil se dejó cautivar por la creencia de que este cambio temporal se debía al trauma que había experimentado en su forzado exilio al campo de batalla. Había asistido atónito a horrores inimaginables, contemplando escenas que ni en sus pesadillas más sombrías habría concebido presenciar. Por primera vez, sus manos se mancharon de sangre, un acto que le sumió en una profunda aflicción. Lloró, no solo por la pérdida y el miedo, sino también por la crudeza del hambre y el frío que azotaban su alma. Thranduil, en aquellos desolados momentos, se convenció de que su razón se volvía opaca, como si la locura amenazara con poseerlo por completo.

Él anhelaba escapar, en incontables ocasiones, mas al considerar la amarga decepción que afligiría a sus padres al tener un hijo desertor, contenía sus emociones y retornaba a la encarnizada contienda.

Sus ensueños se tornaban horripilantes, desde su décimo año de edad padecía pesadillas vinculadas con la muerte de su prometida y confidente, todas y cada una de las noches sin excepción. Y ahora, a esas pesadillas se sumaban sus experiencias bélicas, incluyendo la caótica travesía de regreso hacia Menegroth.

En aquellas noches sombrías, sus pensamientos oscuros amenazaban con consumirlo, y ansiaba desesperadamente encontrar una solución. Sin embargo, un inconveniente lo trastornaba, el agotamiento causado por las pesadillas que no le permitían descansar. Un cansancio que se entrelazaba con la fatiga que sentía, provocada por sus autónomos y nocturnos deleites.

Sí, lo había hecho, y lo lamentaba profundamente. En lo más profundo de su ser, reconocía su arrepentimiento. Y sí, había sucumbido a aquellos pensamientos mientras su mente evocaba el nombre de Lyana. Pero no comprendía por qué intentaba ignorarlo, maldiciendo el momento en el que la encontró en aquella taberna.

Dado su cargo de capitán de la Guardia, había empezado a habitar en el palacio junto a la tropa que se le había asignado para la defensa del rey. Su aposento, aunque adornado con opulencia, desprendía una fría y desolada atmósfera. Una única ventana, velada por densas capas de musgo, entorpecía la entrada de la luz, sumiendo la estancia en una penumbra constante. Su cama, cubierta de fina seda, emanaba un gélido aire, mientras que los muebles de pino negro, aunque extrañamente inquietantes, resaltaban a su vez una extraña belleza. Sin duda, era un lugar de indiscutible encanto, pero su corazón aún anhelaba su verdadero hogar.

Se despertó en medio de la penumbra de su cámara, una única candela parpadeaba al lado de la ventana y el aire portaba un frío inexplicable. Lentamente, se alzó del lecho y se sentó al borde, contemplando la llama que menguaba con cada aliento. Un tenue susurro se filtró por el pasillo, entremezclado con el suspiro del viento entre los árboles.

Él se encaminó hacia la puerta, mas un impedimento inesperado lo detuvo en seco, como si una voz etérea le ordenara permanecer en su aposento. Inexplicables pensamientos reverberaron en su mente y, obediente a esta misteriosa llamada, volvió atrás, hacia su lecho. Mas, algo desconcertante acechaba en la estancia, algo estaba fuera de lugar. Paso a paso, avanzaba, pero la distancia entre él y su cama parecía extenderse sin cesar. La vela, que antes brillaba con un resplandor cálido, se sumió en sombras lóbregas, mientras el suelo, antes firme y estable, comenzó a desmoronarse bajo sus pies.

—Gentil señorito...— susurró una voz infantil más allá de los confines de su visión mientras él se había lanzado sin rumbo fijo, esquivando ser engullido en el abismo que había surgido en el suelo.

RÎS VUIN- Lejos De La Gloria Donde viven las historias. Descúbrelo ahora